Inventando soluciones para el futuro

07 de Marzo de 2019//
(Tiempo estimado: 5 - 10 minutos)

Pablos Holman es un reconocido hacker informático, inventor, emprendedor y visionario tecnológico que ofrece una mirada práctica y optimista sobre el futuro de la tecnología.

Como miembro del Intellectual Ventures Laboratory, colabora en numerosos proyectos  innovadores como el desarrollo de un reactor capaz de alimentarse utilizando desechos nucleares; una máquina para contener huracanes; un sistema para revertir el calentamiento global; o un dispositivo para eliminar a los mosquitos portadores de malaria.

Holman formó parte de Blue Origin, el proyecto de nave espacial creado por el fundador de Amazon, Jeff Bezos. Recientemente ha fundado Bombsheller, la primera fábrica del mundo de ropa totalmente programable, diseñada para entregar prendas personalizadas.

Nuevas soluciones para nuevos problemas

Al observar la tabla de población histórica a nivel global, nos damos cuenta de que el número de personas que habitaba el planeta creció a un ritmo relativamente constante hasta la década de los 40, pero a partir de entonces se produjo un importante incremento poblacional provocado por la mejora de la alimentación, la generalización de la higiene y la sanidad, la difusión de los medicamentos y, en general, el desarrollo de la tecnología.

El aumento de la población mundial no fue consecuencia de la implantación de políticas gubernamentales, de la intermediación religiosa ni de la actividad de fundaciones caritativas. Fueron las innovaciones tecnológicas las que provocaron el verdadero cambio. Y es que cada vez que la humanidad se ha enfrentado a un reto que ponía en peligro la perpetuación de su especie, ha logrado sobrevivir generando herramientas que permitieran superarlo.

Sin embargo, los humanos tenemos mucha facilidad para crear nuevos problemas. Por eso, el trabajo de todas las personas que formamos parte de Singularity University se centra en concebir tecnología que nos permita hacer frente a las nuevas dificultades.

Como inventor, mi forma de trabajar se basa en recoger y concentrar los descubrimientos científicos del mundo e intentar comprenderlos. En resumen: reúno todo aquello que produce la comunidad científica y lo almaceno en forma de “súper poderes”.

Hoy en día, la mayoría de los descubrimientos tienen lugar en el ámbito informático. Intento absorber cada nuevo chip, cada algoritmo y cada sensor que se genera y me pregunto: ¿puede esta tecnología contribuir a mejorar la vida de las personas?

En los últimos años han aparecido multitud de compañías que no aportan nada a la sociedad. Es posible crear un negocio muy próspero, pero si no aporta ninguna tecnología novedosa, nunca conseguirá un efecto multiplicador. El hecho de idear una tecnología impulsa el crecimiento exponencial.

Proyectos con impacto social

En el Intellectual Ventures Laboratory nos dedicábamos a contratar a hackers y científicos de diferentes campos, a atraer inventores de todos los entornos y a adquirir herramientas de todo tipo, hasta que nos topamos con uno de los mayores problemas a los que nos podíamos enfrentar: la financiación.

La inversión científica se financia en el origen, pero es difícil conseguir recursos cuando no hay nada tangible que mostrar a los inversores. Por eso, hace unos años pusimos en marcha Invention Capital, en colaboración con el laboratorio Nazyn Neyworth. Se trata de un fondo de inversión que pretende impulsar la creación de tecnologías complejas (deep tech) que sirven de base a empresas no tecnológicas.

Uber, Facebook o Airbnb no han inventado la tecnología, pero se han convertido en todo un ejemplo práctico de cómo aplicarla. Se trata de buenas compañías desde el punto de vista empresarial pero, no nos engañemos, sin la tecnología base nunca hubieran obtenido el gran efecto multiplicador que han conseguido.

Está demostrado que las cosas se pueden mejorar, lo único que tenemos que hacer es intentarlo. Bajo esta premisa, en el Intellectual Ventures Laboratory estamos desarrollando un reactor nuclear capaz de alimentarse con residuos nucleares. En Kentucky hay un almacén que tiene 700.000 toneladas métricas de residuos del uranio sobrante de las bombas. Sólo con ese almacén podríamos alimentar a todo el planeta, incluyendo el crecimiento previsto para los próximos 1.000 años.

Otro proyecto fascinante es el que estamos llevando a cabo en África con el objetivo de erradicar la malaria. El animal más peligroso del mundo es el mosquito anoceles, un insecto portador de esta enfermedad que genera medio millón de muertes al año. Gracias a los fondos aportados por la Fundación de Bill y Melinda Gates, hemos podido desarrollar un láser ultravioleta montado sobre un sistema motorizado y unido a una cámara de infrarrojos que permite eliminar los mosquitos en pleno vuelo. Además, hemos creado un microscopio automatizado capaz de localizar los parásitos de la malaria e impedir contagios.

El respaldo de la asociación nos ha permitido también mejorar el sistema de vacunación en lugares remotos del continente africano, creando un dispositivo que mantiene las vacunas a la temperatura adecuada durante al menos cinco días sin necesidad de utilizar energía. Este sistema de refrigeración permite mantener las condiciones adecuadas de las vacunas que, de otro modo, se pueden ver afectadas por la falta de aislamiento o las altas temperaturas, y causar la muerte de un cuarto de millón de niños al año.

Con todos estos ejemplos quiero decir que es vital poner los problemas en perspectiva. Para muchos de nosotros es una tragedia quedarnos sin batería o cobertura en el móvil, pero no debemos olvidar que en otros entornos los problemas son de un orden superior.

El poder de los valores humanos

Mis inicios laborales se remontan a finales de los 80, época en la que se demostró la utilidad del protocolo TCP para crear la Red de redes y la concepción del algoritmo para garantizar la confidencialidad y la autenticidad de las comunicaciones. Ya en los 90, y a medida que Internet iba creciendo, los que nos dedicábamos a esta actividad creímos que seríamos capaces de trasladar nuestros valores a los protocolos de Internet para que nadie tuviera una ventaja asimétrica en la red. Las herramientas criptográficas nos proporcionaron los recursos necesarios para hacerlo, puesto que nos permitían codificar un mensaje o un contenido informático haciéndolo confidencial. De esta forma, sólo la persona con el algoritmo o llave podía acceder a tal información o contenido.

Se generaron importantes servicios en torno a este ámbito, pero únicamente sobrevivieron los protocolos TCP/IP por una simple razón: no era un servicio, sino un protocolo que, además, ofrecía un procedimiento descentralizado.

En la actualidad, la mayoría de los ciudadanos utilizamos gran cantidad de servicios, pero nos estamos dando cuenta de que estos no respetan muchos de nuestros valores. Utilizando los protocolos, en cambio, todo el mundo podría aportar sus propios valores.

Es importante dar poder a nuestros valores de cara al futuro. Y no sólo en Internet sino en todo lo que hacemos, pero para ello tenemos que construir protocolos y no limitarnos a utilizar servicios.

El cerebro, eje de la evolución 

La metodología de innovación más interesante que ha tenido lugar en la historia de la humanidad es la evolución biológica, porque gracias a ella nuestra especie ha conseguido sobrevivir. Pero cuando conseguimos llegar a lo alto de la cadena alimentaria y nos convertimos en la especie dominante del mundo, destruimos ese mecanismo que nos llevó a estar ahí.

Los hombres ya no evolucionamos de la misma forma que en el origen de los tiempos, ahora tenemos que usar nuestros cerebros. Se trata de una metodología que no ha sido probada y que ni siquiera sabemos si va a funcionar, pero no tenemos alternativa; debemos utilizar nuestros cerebros para tomar buenas decisiones en relación a nuestro futuro.

Lo más bonito e increíble que los humanos hemos hecho ha sido dar un valor sagrado a la vida y dejar que todas las personas vivan independientemente de sus condiciones físicas y de su salud. Pero esto también tiene contraprestaciones.

A lo largo de la historia, las personas hemos tenido que trabajar para mantener el orden establecido, pero durante la Revolución Industrial nos empezamos a transformar y a incrementar nuestra eficiencia en el trabajo. Nos hemos vuelto tan extremadamente eficientes que ya no es necesario que todos trabajemos todo el tiempo, y ahora disponemos de mucho tiempo libre.

Como somos una raza con muchos recursos, inventamos la industria del entretenimiento para no desperdiciar el tiempo libre. Sin embargo, hemos alcanzado el pico del entretenimiento y ahora hay robots que hacen parte de nuestro trabajo. ¿A qué nos vamos a dedicar entonces, a ver Netflix?

Predicar con el ejemplo 

La Pirámide de Maslow representa todo aquello que necesitan las personas. En la base se encuentran las necesidades fisiológicas, y a medida que vamos ascendiendo las necesidades se vuelven más complejas y representan todo aquello que una persona requiere para sentirse realizada. La tecnología aporta valor en los niveles más bajos, pero deja de hacerlo al tiempo que escalamos en la pirámide y nos encontramos con temas relacionados con la amistad, la familia, la autoestima o la sensación de realización.

He de confesar que hay muy poco que podamos hacer en este ámbito. En algunos casos ayuda, pero actualmente no tenemos ninguna tecnología que influya en los niveles más elevados de la Pirámide de Maslow. Miren a su alrededor y piensen. Las personas no son más felices ahora que antes. Tenemos una barbaridad de cosas magníficas que realizan millones de actividades, hay entretenimiento sin límite y diferentes formas de comunicarnos, pero seguimos pasándolo mal, ¿por qué?

Las personas más felices que conozco son unos huérfanos que viven en Etiopía. No tienen absolutamente nada y, aun así, son muy felices. Yo vivo en Estados Unidos y tengo todo aquello que deseo, pero quiero más. Además, los niños etíopes a los que me refiero tienen algo que yo no tengo: saben exactamente dónde encajan. Deberíamos aprender mucho de estos chicos e impregnarnos de su sentido de la comunidad.

Los robots únicamente pueden hacer lo que nosotros les enseñemos, y ahora mismo los humanos somos pésimos modelos.

Me he dado cuenta de esto observando cómo mi hija se dirige a Alexa, el asistente virtual desarrollado por Amazon. Lo hace dando órdenes y utilizando una actitud muy imperativa. En una ocasión le dije que debería ser un poco más amable con Alexa, pero cuando le habló de forma más educada el robot se confundió aún más.

Es cierto que los robots realizan ya muchas actividades, pero todavía quedan muchas cosas por hacer. Es más, creo firmemente que podríamos pasar el resto de nuestras vidas resolviendo problemas sin descanso.

Con esto quiero decir que en los últimos 200 años los humanos hemos creado tres billones de puestos de trabajo, y seguiremos generando empleo. Deberíamos alegrarnos cuando un robot comienza a realizar una determinada tarea, porque de esta forma podemos centrarnos en descubrir los problemas aún no resueltos y que los ordenadores no pueden solucionar: las personas.

Los valores humanos están en entredicho, y es necesario decidir qué es lo que queremos hacer con toda esa tecnología que hemos creado y trasladarla nuestros valores.

No debemos culpar a los robots de quitarnos el trabajo, sino a las personas que los están desarrollando de manera equivocada. Un martillo es una cosa estupenda porque me permite construir una casa, pero también puede machacarme la cabeza. La Inteligencia Artificial no es diferente. Es nuestra responsabilidad averiguar qué uso queremos darle. 


Texto publicado en Executive Excellence nº 155


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