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Por qué los regímenes autoritarios son malos para la salud pública

27 de Marzo de 2020//
(Tiempo estimado: 14 - 27 minutos)

Alex Gladstein es Chief Strategy Officer (CSO) de Human Rights Foundation (Fundación de Derechos Humanos). Con anterioridad fue vicepresidente de Oslo Freedom Forum (el Foro de las libertades de Oslo). A lo largo de su trayectoria, ha conectado a cientos de disidentes y grupos de derechos civiles, con líderes empresariales, tecnólogos, filántropos, artistas y políticos. Su visión en tecnología y derechos humanos es conocida en todo el mundo, y ha sido presentada en la UE y difundida en diversos medios internacionales de prestigio. 

Durante el encuentro virtual “COVID-19: the state & future of pandemics”, organizado por Singulariy University, denunció la actuación dictatorial del gobierno chino en la gestión del coronavirus y ensalzó las medidas de otros países democráticos, como Taiwan, que ha conseguido controlar la infección sin imposiciones, sino gracias a la toma decidida de actuaciones consensuadas entre el gobierno y sus ciudadanos. 

Intercalamos en esta conversación, de manera diferenciada, algunos fragmentos extraídos del artículo "Do We Have to Give Up Some Personal Freedoms to Beat Coronavirus?"publicado por Vanessa Bates Ramírez, editora senior de Singularity Hub, que ayudan a contextualizar los hechos referidos durante la entrevista y que aportan información relevante que enriquece el relato. 

ADAM HOFMANN: Es importante que hablemos de la gobernanza y la política en la gestión del coronavirus. ¿Qué opinión le merecen la actuaciones de China e Irán?

ALEX GLADSTEIN: Opino que no necesitamos un estado policial para luchar con efectividad contra el COVID. Recientemente escribí un artículo para Wired Magazine, donde analizaba diferentes investigaciones históricas realizadas a lo largo del tiempo por diversas instituciones y también me hacía eco de un artículo publicado por The Economist, que examinaba las muertes por epidemias en comparación con el PIB por persona en democracias y no democracias. Al final se demuestra que, tras casi 50 años de investigaciones al respecto, la correlación entre la transparencia, la apertura, la implantación de los derechos humanos y la libertad de expresión, con la capacidad para gestionar epidemias y pandemias es bastante potente.

La conclusión final es que las democracias gestionan los desastres de salud pública mucho mejor que las dictaduras, y la razón subyacente es similar a la que justifica el hecho de que las grandes hambrunas nunca han ocurrido en entornos democráticos. Las democracias están mejor equipadas que las dictaduras para gestionar cuestiones de salud pública porque gozan de apertura, transparencia y libertad de expresión, lo que permite a las personas colaborar entre sí e innovar sin miedo.

Dicho esto, destacaría dos ejes fundamentales: la transparencia y apertura de una sociedad, y la competencia. Se puede tener una democracia muy incompetente, como podríamos caracterizar en estos momentos a EE.UU. en este asunto particular, y al mismo tiempo tener una sociedad cerrada pero muy competente, como puede ser el caso de Singapur hoy. Sin embargo, a largo plazo es evidente que las sociedades que están dando mejores rendimientos son las competentes, abiertas y modernas, como pueden ser los ejemplos de Corea y Taiwan, que emprendieron extraordinarias acciones con buenos resultados.

Taiwan es una nación con 23 millones de habitantes. Empezaron a interactuar con este virus en el mes de enero. Han tenido la posibilidad de pensar durante dos meses y al día 14 de marzo habían sufrido sólo una muerte y 49 casos. Sin duda esos son unos datos extraordinarios, y no han necesitado de una ley marcial para conseguirlos, sino de una gestión alineada con las sociedades abiertas y democráticas.

En el extremo opuesto del espectro tenemos a Irán, una dictadura incompetente, donde se produce la peor de todas las situaciones posibles. Por algunas imágenes vía satélite sabemos que existen fosas comunes, pero no hay una idea clara de cuántos miles de personas han podido fallecer allí por el coronavirus. Han registrado más de 27.000 casos y superado las 2.000 muertes, pero nunca sabremos la verdad, porque no existe libertad de prensa.

Luego tenemos la situación de China, un entorno mucho más competente que Irán –pero no tanto como Corea y Taiwán–, que es una dictadura de un solo partido. Mucha gente está ensalzando el trabajo que China ha hecho gestionando el nuevo coronavirus, pero yo querría clarificar ese elogio, porque no es cierto, y mi opinión está sustentada en un interesante estudio reciente.

Esta enfermedad se aisló por primera vez quizás a finales de noviembre, principios de diciembre, por médicos chinos en Wuhan. Un reciente trabajo de investigación señala que China podría haber prevenido el 95% de las infecciones por coronavirus si las medidas para contener el brote hubieran empezado tres semanas antes, pero sólo comenzó a tomar acciones vigorosas en enero, semanas después de haber silenciado al doctor Li Wenliang –que intentó avisar de esta situación el 30 de diciembre, pero fue castigado por el estado por extender rumores falsos y alterar el orden público–, así como a otros médicos que también intentaron dar la señal de alarma. Finalmente, el doctor Li Wenliang acabó muriendo por el COVID19 y se ha convertido en una especie de mártir, después de que el gobierno “clarificase” su situación y le perdonase.


A fines de diciembre de 2019, el Dr. Li Wenliang, oftalmólogo del Hospital Central de Wuhan, envió un mensaje de WeChat al grupo de alumnos de la escuela de medicina diciéndoles que siete personas con síntomas respiratorios parecidos a la gripe habían ingresado recientemente en el hospital. Una cosa que tenían en común, además de sus síntomas, era que todos habían visitado un mercado local con animales vivos de todo tipo en algún momento de la semana anterior.

La enfermedad tenía un extraño parecido con el SARS, pero también un aspecto novedoso. ¿Podría ser un brote de una nueva enfermedad? Si es así, ¿qué se debía hacer? Antes de que cualquiera de los médicos pudiera tomar medidas o alertar a los medios locales, la policía de Wuhan cerró el hilo del chat y Li fue acusado de difundir rumores. Eso sí, el chat no estaba en un foro público; fue un intercambio grupal cerrado. Pero el Partido Comunista Chino (PCCh) puede monitorear, interceptar y censurar cualquier actividad en WeChat. Para los chinos, no existe una conversación privada.

La policía hizo firmar a Li una declaración jurada declarando que había difundido información falsa y había alterado el orden público. Se le ordenó que dejara de decirle a la gente que existía un virus, o de lo contrario sería encarcelado. El 7 de febrero, el doctor Li moría, a causa del nuevo coronavirus en el mismo hospital donde había trabajado: había sido infectado mientras trataba de ayudar a pacientes enfermos, que habían seguido ingresando al hospital durante todo el mes de enero. Para entonces, el PCCh había entrado en acción, incapaz de negar la existencia del virus, ya que cientos de miles de personas comenzaron a enfermar.


Está claro que el crecimiento del virus es exponencial, debido a su facilidad de contagio, y si el gobierno chino hubiese actuado siguiendo las indicaciones de sus doctores a finales de diciembre, podría haber sido contenido. En lugar de hacerlo, decidieron anteponer la imagen del partido al bien común, y permitieron que la enfermedad se extendiese. A finales de enero, cuando entraron en acción, las cosas ya se estaban descontrolando totalmente.


¿Cuán diferente sería nuestra situación actual si el PCCh hubiera escuchado la advertencia de Li en lugar de silenciarla, o si el virus se hubiera descubierto por primera vez en un país con una prensa libre? 


Por eso defiendo que no debemos perder de vista el hecho de que esto no sería una pandemia si el gobierno chino hubiera sido una democracia abierta, con libertad de prensa. La naturaleza totalitaria de China es una de las razones específicas por las cuales hoy tenemos esta pandemia global, y esto es algo que las personas no deberían olvidar.

A.H.: ¿Ha cambiado China su estrategia desde entonces? 

A.G.: Evidentemente. Se han servido de todos los poderes del estado para hacer cosas impensables en una democracia, con el objetivo de frenar y aislar el virus. Parece que han sido relativamente efectivos, pero no nos damos cuenta de que no podemos aceptar ningún dato proveniente del gobierno chino, como si fuese cierto. Todos sus datos tienen que ser cuestionados y puestos en cuarentena, porque no hay ninguna estructura independiente que pueda vigilar y contrastarlos.

Tampoco hay libertad de prensa. Medios como New York Times, Washington Post y Wall Stree Journal acaban de ser expulsados de China, a fecha 18 de marzo; incluso otros periodistas procedentes de países democráticos está siendo expulsados mientras hablamos.


Esto puede haber sido una especie de represalia por el reciente movimiento del Departamento de Estado de los EE. UU. para limitar el número de periodistas chinos que pueden trabajar en los EE. UU. para un puñado de medios de comunicación estatales chinos.


 Nunca vamos a saber con certeza lo que está ocurriendo allí, y los números que facilitan a la Organización Mundial de la Salud podrían ser falsos. También me gusta recordar a las personas que la OMS es una organización tremendamente política, hasta el punto de que no considera a una de las sociedades que mejor ha gestionado el virus, como es Taiwan. La OMS no admite que Taiwan sea un país, sino una provincia de China, lo cual resulta vergonzoso y patético. Es una pena que la OMS se doblegue ante el gobierno chino, porque el resultado y los grandes logros que Taiwan está haciendo a nivel científico terminan siendo desechados e ignorados, lo cual es terrible.

Hay un dato que seguro les resultará asombroso, y es que Taiwan fue el primer país del mundo que le dijo a la OMS que este coronavirus se transmitían de humano a humano, mucho antes de que China y la propia OMS conociesen prácticamente su existencia.

El problema estructural que tenemos en esta institución es muy parecido al que se da en la ONU, y supone un perjuicio para los esfuerzos globales que se están haciendo para contener y actuar contra esta enfermedad. Además, el secretismo y las mentiras asociadas al gobierno chino al único que ayudan es al virus. Por eso, mi tesis esencial es que el autoritarismo es malo para la salud pública. Queremos sociedades más abiertas, con más comunicación y con sistemas de respuesta descentralizados. Sencillamente, queremos doctores que tengan la libertad de experimentar sin ser arrestados por ello, algo que no es posible en dictaduras como Irán y China. 

A.H.: Volviendo al eje de la competencia que mencionaba anteriormente. ¿Cómo podríamos definir a ese elemento, a la competencia?

A.G.: En este cuadro podemos comprobar que los gobiernos más competentes han sido Corea, Taiwan o Singapur, incluso hasta cierto punto Hong Kong; China ocupa una posición de cierta competencia y muy poca apertura (aunque sigo pensando que son los causantes de la pandemia) y después están países como EE.UU., Italia (y España, añadido por Executive Excellence).

En relación con la salud, a largo plazo las sociedades que están más a la derecha del cuadro serán aquellas que mejor gestionen la situación del coronavirus. Taiwan es el ejemplo más claro. Recordemos que se trata de una población de 23 millones, que sólo ha registrado 49 casos y un fallecido, y que ha estado conviviendo dos meses con el virus. Esto demuestra que para lograr buenos resultados no hace falta tener un país bajo control policial. 

A.H.: ¿Cuáles son algunas de las medidas que ha tomado Taiwan, de las cuales puedan aprender otros países? 

A.G.: Es interesante ver cómo la población permite hacer al gobierno cosas extraordinarias en momentos de crisis, si percibe que su gobierno es responsable con ellos. Taiwan acaba de celebrar unas elecciones democráticas donde, a pesar de los interferencias del gobierno chino, el partido en el poder ha revalidado su mandato.

El primer caso se dio el 21 de enero, y rápidamente hicieron la evaluación de las personas y análisis rápidos. No tomaron la decisión de prohibición total de viajar, pero aunque había menos gente desplazándose desde China continental, por restricciones políticas, intensificaron el cribado entre las personas que procedían de allí y detuvieron casi todos esos viajes. Finalmente, las aerolíneas más importantes comenzaron a suspender vuelos provenientes de Wuhan, y tres semanas más tarde, se prohibieron todos los procedentes de China continental, salvo de cuatro ciudades.

Después del cribado, tomaron decisiones en relación a los síntomas de cada persona y el gobierno activó un proceso para que se pudieran crear cantidades ingentes de equipos médicos, y se llegaron a fabricar millones de mascarillas. En todo momento, sus ciudadanos estuvieron de acuerdo con estos protocolos. El gobierno optó preferentemente por la cuarentena en casa, así que utilizaron ciertas medidas que incluían multas para quienes se saltaban las órdenes de aislamiento. Sin embargo, no hubo unas leyes draconianas como las que se han implementado en China, donde se han aislado físicamente los barrios.


Con una población de 23 millones de personas y el primer caso confirmado el 21 de enero, al momento de escribir este artículo, Taiwán ha tenido 235 casos y 2 muertes. Inmediatamente comenzaron a evaluar a las personas que venían de China y detuvieron casi todos los viajes entrantes de China a las pocas semanas del brote, creando un sistema de alerta de nivel de riesgo al integrar datos de la base de datos del seguro nacional de salud con las bases de datos de inmigración y aduanas (esto implicaba un grado de infracción de privacidad con la que probablemente no nos sentiríamos cómodos en Estados Unidos). Las personas de alto riesgo fueron puestas en cuarentena en sus hogares, y el gobierno rápidamente requirió la fabricación de millones de máscaras.


Se cancelaron conciertos y eventos, las instituciones religiosas redujeron sus servicios y los hicieron virtuales, las escuelas cerraron, pero sólo durante un par de semanas y las clases se retomaron a finales de febrero.

Sus estrategias de contención han sido avaladas por sus resultados y muchos científicos están poniéndolas como ejemplo.

Todas, Singapur, Taiwan, Hong Kong y China, están luchando contra esta pandemia de formas diferentes, pero la manera en la que lo ha hecho Taiwan es la mejor y más efectiva. El hecho del bajísimo número de casos, de que su sociedad no se haya visto interrumpida por el virus, de que sólo tengan un fallecido y de que no cundiese el pánico sino la convicción y la creencia en la actuación de su gobierno (democrático), nos describe una imagen a la que todos deberíamos aspirar.

A.H.: Corea del Sur es un país ligeramente menos abierto que Taiwan. Háblenos un poco de este caso.

A.G.: Corea sigue con muchas normas y regulaciones provenientes de su pasado autoritario, que en estos tiempos ayudan a controlar las cosas, pero es una democracia multipartidista, donde el presidente Moon Jae-in no puede presentarse de nuevo; hay una prensa relativamente libre y medios sociales sin mucha censura, así que la personas saben lo que está ocurriendo. 

Desgraciadamente, existe una agrupación religiosa en Corea –algunos incluso la tachan de secta– que tenía capítulos en Wuhan. En enero, una de sus fieles, una mujer de 61 años, volvió de Wuhan y se convirtió en una súper propagadora dentro de su congregación de 4.500 personas. De este origen proceden la mayoría de las infecciones, y hay un tremendo porcentaje de miembros de esta secta que se han contagiado. 

El gobierno de Corea del Sur ya había tenido durante mucho tiempo kits de prueba con el sistema drive through (por el que te hacen la prueba sin salir de tu propio coche y al rato analizan tu muestra), y el trabajo que han realizado por esta forma de análisis es francamente excelente. Muchos argumentarán que tanto Taiwan como Corea del Sur habían tenido previamente el SARS y oportunidades para plantearse cómo actuar en estas situaciones, pero creo que todos los países las hemos tenido. China también la tuvo antes con la gripe aviar, pero decidió que su primera actuación fuese la censura.


En Corea, el brote de MERS de 2015 resultó en una ley que le permite al gobierno usar datos de teléfonos inteligentes y tarjetas de crédito para ver dónde han estado las personas y luego compartir esa información (despojada de detalles de identificación) a través de aplicaciones que informan a esas personas de que se pueden haber infectado, y que vayan a hacerse la prueba. 


Frente a los ejemplos positivos de Corea del Sur y Taiwan, tenemos el de EE.UU. A pesa de ser una democracia, nuestra Administración está demostrando signos ciertamente autoritarios, dado que el presidente aparentemente no quiere emprender acciones que puedan poner en peligro su imagen. Hace poco supimos que oficiales del CDC advirtieron a Trump en enero de lo que estaba sucediendo, y decidió no darle mucha importancia. Hay varias acciones del presidente Trump que hasta cierto pueden asimilarse a la paranoia y las tendencias autoritarias que observamos en lugares como China; y creo que eso ha sido muy negativo para la población americana. En general, el problema de EE.UU. es el de la incompetencia, no el de la dictadura.


En una excelente pieza en Wired, Andrew Leonard escribe: "En Estados Unidos, la administración Trump ordenó a las autoridades federales de salud que tratasen las discusiones de alto nivel sobre el coronavirus como material clasificado. En Taiwán, el gobierno ha hecho todo lo posible para mantener a los ciudadanos bien informados sobre todos los aspectos del brote”. Por su parte, el presidente coreano Moon Jae-in disminuyó sus propias comunicaciones con el público, cediendo el protagonismo a quienes realmente tenían el conocimiento: los funcionarios de salud informaron al público sobre el estado de la pandemia dos veces al día. El gobierno de Singapur proporcionó actualizaciones claras y consistentes sobre el número y la fuente de los casos en el país.


Cuando estamos hablando de gestionar este tipo de desastres que requieren flexibilidad, apertura, comunicación e innovación, cualquier pensamiento o planteamiento autoritario me parece negativo. Deberíamos preocuparnos mucho por los gobiernos que predican que es necesario restringir nuestras libertades y derechos para mantenernos seguros, y tener mucho cuidado sobre todo lo que suponga una intrusión en nuestra privacidad.

Ha habido muchos países, incluido Israel, que están empezando a monitorizar a sus ciudadanos a través de sus teléfonos, intentando prevenir la expansión de la enfermedad. También China lo ha hecho, a través de las compañías de tecnología. A partir de ese seguimiento de los ciudadanos, a cada uno se le otorgaba un color, según un código que valoraba el peligro y riesgo que representaban. 


Además de los bloqueos impuestos por los "líderes del vecindario" y la policía, el gobierno aumentó su vigilancia ciudadana, que ya era intensa, rastreando las ubicaciones de las personas con aplicaciones como AliPay y WeChat. Se implementó un sistema de codificación de colores que indicaba el estado de salud y el nivel de riesgo de las personas, y se restringió su movimiento en consecuencia.


Por ejemplo, los oriundos de Wuhan no podían ir a ningún lado, aunque no hubieran estado en Wuhan previamente. Y a todos aquellos que tuviesen un teléfono de Wuhan se les impedía el acceso al transporte público o la entrada en ciertos edificios. Estamos hablando de una especie de racismo hacia personas de una ciudad específica.

A.H.: No deberíamos permitir que nos quiten nuestros derechos como ciudadanos. ¿Qué podemos hacer al respecto?

A.G.: En una dictadura no hay opciones, pero en una democracia sí se pueden hacer cosas. Evidentemente, en unas circunstancias como las actuales no es posible protestar en las calles, pero podemos utilizar el poder de la pluma para obligar a actuar al gobierno, y espero que los estadounidenses se estén informando correctamente.

En los últimos años ha habido dos importantes factores que han forzado a la administración a tomar medidas serias. Una es la crisis económica que estamos atravesando, y la otra es que los periodistas han estado publicando escándalos relativos al COVID19 y la gestión que el gobierno está haciendo de la situación. 

Si no tuviésemos prensa local, científicos publicando estudios clínicos y especialistas colgando datos en la red, no podríamos cruzar información, innovar y hablar de lo que está pasando en otros países. La capacidad que tenemos para informarnos y comunicarnos a través de la libertad de expresión o prensa libre es esencial en estos tiempos.

También tenemos que defender nuestra privacidad, porque los gobiernos están intentando colarnos algunas leyes que no tiene nada que ver con la salud ni con las pandemias. Este es el caso, por ejemplo, de la ‘Earn it Act’ en Estados Unidos, cuya finalidad es penalizar y sancionar a las empresas tecnológicas que no respeten determinadas “buenas prácticas” en la red, con la idea de frenar la pornografía infantil. Sin embargo, cualquier abogado especialista en el ámbito de la privacidad que se precie afirmará que es una ley desastrosa, y que si se aprobase tendría unas desastrosas consecuencias en la privacidad de las personas. 

Las democracias utilizan los derechos de los ciudadanos con la excusa de no “erosionar” sus derechos y libertades. Ya ocurrió en Estados Unidos con la Ley Patriótica que se aprobó después del 9 de septiembre, y también en China después de las Olimpiadas de 2008, cuando el gobierno incrementó la seguridad asegurando que sería temporal, y ha resultado una medida permanente. Todos los gobiernos del mundo, independientemente de la ideología y tamaño, justifican infringir ciertos derechos en pos del bien común y alegan que luego darán un paso atrás, pero luego no ocurre. Cuando se pierde un derecho o una libertad, es difícil recuperarla. 


Todos los días se recopilan miles de datos personales sobre cada uno de nosotros: en qué anuncios hacemos clic, cuánto tiempo pasamos en diferentes sitios web, qué términos buscamos e incluso a dónde vamos y cuánto tiempo estamos allí. ¿Sería tan terrible aplicar todos esos datos para detener la propagación de una enfermedad que ha causado que nuestra economía se detenga? El problema de las medidas de seguridad adoptadas durante los tiempos difíciles es que esas restricciones a menudo no se reducen cuando la sociedad vuelve a la normalidad. 

Como señala Yuval Noah Harari en un artículo del Financial Times: “Las medidas temporales tienen el desagradable hábito de sobrevivir a las emergencias, especialmente porque siempre hay una nueva emergencia al acecho en el horizonte”. Muchas de las medidas de emergencia promulgadas durante la Guerra de Independencia de Israel en 1948, agrega, nunca se levantaron. Aunque la vigilancia ha sido una parte crítica del éxito de Taiwán, Corea y Singapur, las pruebas generalizadas, los mensajes consistentes, la transparencia y la confianza son igualmente críticos.


Los científicos, en el caso del COVID, están asumiendo un papel esencial haciendo entender al público los peligros de este virus. No obstante, en China no hay Twitter y, por tanto, los científicos no pueden expresar sus opiniones, así que debemos proteger lo que tenemos. Por otro lado, contamos con una Administración tremendamente incompetente; cualquiera de las cinco administraciones previas de Estados Unidos hubiera gestionado esta crisis de una forma mucho mejor, y eso es extrapolable a otros países. La incompetencia de Estados Unidos no es un síntoma de nuestro sistema de gobierno, sino de las capacitaciones de las personas que están hoy en el poder.

A.H.: ¿Puede compartir con nosotros su opinión sobre lo que está ocurriendo en Europa?

Obviamente, por lo que he podido observar, los británicos se pueden comparar con los americanos por su incompetencia. Creo que países como Alemania o Suiza tendrán una mejor respuesta, incluso Francia y Bélgica. Creo que las infraestructuras, el nivel de la prensa libre y la innovación abierta en países como España, Italia o Grecia es inferior, y sobre todo si lo relacionamos con la corrupción e indicadores similares… y esos factores, en momentos como este, salen a flote.

closeup epidemiologist with covid19 sample test tubeUn virus como este tienen la desgraciada capacidad de hacer aflorar los aspectos negativos de ciertas sociedades. Creo que cuando hablamos de Europa hay que tener cuidado e intentar evitar que te cercenen tus derechos de una forma innecesaria; se pueden alcanzar algunos compromisos razonables. Podemos protestar, ser muy defensores del distanciamiento social, pero eso no tiene por qué eliminar las libertades.

Si analizamos lo que ocurre en Italia entendemos que, básicamente, lo que el país está viviendo ahora son las consecuencias de un gobierno que no actuó con la suficiente celeridad y contundencia. Si vemos las curvas de algunos indicadores queda claro que, de haber actuado unos pocos días antes, la situación ahora sería mucho mejor. El problema es que hace falta tener un plan y tomárselo en serio, y ser consciente de que la mayoría de las actuaciones que se pueden llevar a cabo para derrotar a esta pandemia no tienen que implicar la eliminación de derechos a los ciudadanos. Hace falta que el gobierno tenga un plan y sea capaz de llevarlo a cabo.

Angela Merkel ha sido responsable diciendo a las personas la verdad desde el principio. Esa transparencia es positiva para la democracia. Creo que las actitudes imprescindibles son: honestidad con la población, facilitarles el distanciamiento social y testar, permanentemente, sus opiniones, siempre que se pueda. No creo que esas acciones y actitudes sean incompatibles con los derechos humanos o la libertad.

Ahora ya hablamos de una situación muy difícil para las infraestructuras sanitarias, incluso algunas de ellas pueden sufrir un duro desgaste y llegar a cerrarse, hasta en sociedades democráticas con altos niveles de ingresos como Italia o Estados Unidos. Lo que está ocurriendo en Seattle no es tan distinto a lo que está pasando en el norte de Italia; ambos lugares van camino de convertirse en Wuhan. Sin duda, es una tendencia muy negativa. También Madrid está sufriéndola, por la falta de anticipación. 

Imaginemos lo que va a ocurrir en países que no tienen ni siquiera esas infraestructuras. Lo que nos debe preocupar realmente es la situación de sitios como Venezuela, que ya ha registrado más de 100 casos a fecha de 18 de marzo. Hay millones de refugiados venezolanos viviendo en Brasil y Colombia con muy pocos recursos.

Espero que nuestras organizaciones humanitarias presten atención a estos entornos y actúen en consecuencia. Una vez tengamos suficientes kits para test (y espero que eso ocurra en Europa y en Estados Unidos en las próximas tres semanas; no encuentro razón para que no sea así), esos remanentes tienen que ser donados rápidamente a estos países. También a Siria, donde debido a su proximidad con Irán, ve cómo desde hace un mes militares iraníes con coronavirus recorren su territorio. No obstante, como la libertad de prensa en Siria no existe, no podemos saber realmente lo que ocurre, pero sí debemos estar muy preocupados por los millones de refugiados sirios.

También por lo que ocurre en Corea del Norte, donde tampoco cuentan con un sistema público de salud. Los únicos habitantes que tienen acceso a algo equiparable a una asistencia son los miembros del partido único o quienes viven en las grandes ciudades pero, fuera de esas aglomeraciones, se vive como en el Distrito 12 de los Juegos del Hambre.

Millones de personas en el mundo no tienen nada y estoy realmente preocupado por esas sociedades sin infraestructuras. Las sociedad ricas están viviendo una situación durísima, sí, pero fruto de la incompetencia de sus gobernantes. Si miramos a Irán, nos damos cuenta de que el país, y muchos países de su entorno (los que se sitúan en la parte inferior izquierda del cuadro que hemos planteado) deben captar nuestra atención. 

Podemos asistir a caídas de regímenes férreos dentro de, apenas, seis meses, por la ineficiencia e incapacidad ante la contención del coronavirus. Nosotros, en la Fundación de Derechos Humanos, trabajamos en este tipo de países, y somos conscientes de la falta total de iniciativas asistenciales y de la privación de la información a sus sociedades. Los periodistas son, usualmente, arrestados y silenciados. No podemos olvidar que actualmente hay cuatro billones de personas en todo el mundo que viven bajo regímenes autoritarios en 93 países.

En Rusia hay apenas unos pocos periodistas ingleses obteniendo información fiables pero el pasado 15 de marzo, en las calles se decía que nada estaba ocurriendo, que había registrados muy pocos casos… aunque esa idea parece haberse ya alterado de forma repentina y se está decretando el cierre paulatino del país. 

Parece que en Rusia hay ya certificados más de 1.000 casos y al menos cinco muertos, pero no existe un entorno de prensa libre robusto e independiente, por lo que no sabemos realmente lo que está pasando. Tengo la sensación de la respuesta rusa va a ser más similar a la iraní que a la china, en este sentido. 

A.H.: ¿Cree que los regímenes autoritarios están más capacitados para adoptar medidas como la cuarentena? 

Sí. Evidentemente, ese es el argumento que utilizan sus dirigentes: que pueden actuar más deprisa y que no tienen que hacerlo teniendo en cuenta los derechos de las personas; no tienen ni que escucharlas. 

El caso de Singapur funciona porque es una autocracia meritocrática, el sistema de dictadura más competente de todas las que existen en el mundo.


El gobierno puso en marcha medidas extremadamente eficientes. En primer lugar, proporcionó actualizaciones claras y consistentes sobre el número y la fuente de los casos registrados en el país. Asimismo lanzó una aplicación de rastreo de contactos llamada TraceTogether, desde la que enviaba mensajes de texto a las personas a las que se les ordenó quedarse en casa y les exigió que respondieran con su ubicación de GPS en tiempo real. En el momento de escribir este artículo, Singapur había reportado 631 casos y 2 muertes.

¿El éxito de estos países y su uso de la vigilancia significa que debemos renunciar a algo de nuestra privacidad para combatir esta enfermedad? ¿Estarían dispuestos a hacerlo los estadounidenses y los europeos si esto significara que esta terrible experiencia terminaría antes? ¿Y cómo sabemos dónde dibujar la línea?


Singapur está en una situación bastante buena, pero es un caso raro, porque la mayoría de las dictaduras, como Laos, Burundi, Zimbabue, Cuba, Corea del Norte, Bielorrusia, se aproximan más al caso de Irán que al de Singapur.

Los gobiernos dictatoriales no actúan para ayudar a la población, se centran en ayudarse a sí mismos. La policía trabaja para el dictador, no para el pueblo. En democracia, sin embargo, los dirigentes trabajan para las personas, y esto supone una gran diferencia 

No se puede negar que las dictaduras se mueven deprisa, pero no hay razón para que las democracias no puedan actuar igual. Taiwán y Corea del Sur, han hecho las cosas mucho mejor que China, tanto en porcentaje per cápita como en cuanto al impacto del virus. Es evidente que una dictadura puede luchar contra el coronavirus, pero no de una forma tan eficiente y efectiva como una democracia.


Alex Gladstein, Chief Strategy Officer (CSO) de Human Rights Foundation.