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Julio César: transformar el plomo en oro

27 de Marzo de 2014//
(Tiempo estimado: 2 - 4 minutos)

Ejercer y practicar el “Conócete a ti mismo” de Sócrates es una diferencia clave entre el directivo excelente y el mediano. Un buen autoconocimiento y autoestima suponen aprovechar y usar eficazmente los puntos fuertes, al tiempo de vigilar y cuidar los débiles: sacar “sobresaliente” en los primeros y, como mínimo, “aprobado” en los segundos.

 Cayo Julio César (100-44 a.C.), extraordinario personaje, alrededor de quien giró la historia de Roma y del mundo de la época, fue un prodigio tanto en el conocimiento y aprovechamiento obvio de sus innumerables cualidades, como, sobre todo, en la gestión y disimulo de algunos de sus defectos, que llegó a transformar en fortalezas propias.

Excelente jinete desde joven (galopaba con las manos cruzadas a la espalda, eludiendo la prohibición de hacerlo cuando fue nombrado flamen dialis), caminaba a pie frente a sus soldados, dormía en los carros y comía sobriamente. Fue un prodigioso general, político, legislador y estadista. Supo impartir justicia, al tiempo de ser indulgente con defectos ajenos, porque tenía necesidad de que los demás lo fuesen con los suyos, cuyos tres principales eran:

Ser calvo desde muy joven, de lo que se avergonzaba. Se trasladaba el pelo y se peinaba desde la nuca hasta la frente. Por ello se dice que aprovechó el derecho concedido para portar  la corona de laurel en el Senado, que, además de disimular su calvicie, contribuía a realzar su figura. Como de él dijo Gracián, “Desta suerte supo César laurear el natural desaire”.

Ser muy mujeriego. Alto y esbelto, sin tener un rostro hermoso, fue siempre afortunado con las mujeres, aunque quizás no en el amor. Se casó con tres (o cuatro pues hay quien dice que antes de Cornelia -su gran amor-, hubo un matrimonio de conveniencia “financiera”), y tuvo muchísimas otras por amantes, entre las que destacó Servilia (madre de uno sus asesinos, Bruto; suegra de otro, Casio Longino, y hermanastra de su gran enemigo político Catón, además de mujer del Cónsul Décimo Silano), de quien se sirvió políticamente. Admirado y envidiado por la nobleza romana, era “el marido de todas las esposas y la esposa de todos los maridos”. Hombre de mundo, sobrio y elegante, compensaba sus infidelidades con mil atenciones y afectuosa estima. De forma exquisita, sabía tratar cortés y afablemente a todas. Lejos de ser esclavo o víctima de sus pasiones, las sabía manejar en propio beneficio político o financiero.

Desde joven padeció jaquecas, ataques epilépticos y depresiones. Era hombre más inseguro en privado que en público, donde se crecía ante multitudes. Ya maduro, y por miedo a su epilepsia, se apoyaba en su primo Marco Antonio, al que pedía estar a su lado mientras hablaba al pueblo. En Calpurnia, su última mujer -un matrimonio “político”-encontró a una duradera esposa, que calmaba sus depresiones.

Grandes hombres tienen grandes defectos. La diferencia clave es la forma en que los conocen, controlan y gestionan positivamente, como hizo César. El fracaso del líder bien dotado es siempre enigmático y reside en la desatención a sus flaquezas. 

Lo que trae el bien trae el mal. El éxito y adoración prolongados propician el exceso de confianza, osadía y orgullo desmedido. Es la hybris griega que describe Homero: Prometeo robando el fuego a los dioses, con sus consecuencias. 

César sacó provecho de sus defectos, menos del último que germinó y creció en él: la prepotencia. Ante los Idus de Marzo pretendió mostrarse “firme, como la estrella polar”. Aunque preocupado y dubitativo por los sueños premonitorios de Calpurnia, desoyó los consejos de todos encaminándose al Senado. Poco después, desangrándose por las cuchilladas de sus colegas, moría ante la estatua que él mandó esculpir de Pompeyo, a quien años antes había vencido en la lucha por el poder. Eso sí, luchador y preocupado por su imagen hasta el final, se defendió con un Stylus hiriendo a más de un adversario y, ya mortalmente herido, se cubrió el rostro con su toga para que no se le viese muerto…


José Medina, presidente de Odgers Berndtson Iberia. @josemedina_luna

Artículo publicado en Executive Excellence nº110, marzo 2014