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Una reflexión imprescindible

26 de Febrero de 2015//
(Tiempo estimado: 3 - 5 minutos)

Después de la que ha caído desde 2007, debemos exigir a la empresa, y principalmente a sus hombres, que colaboren con las grandes agencias internacionales para asegurar la solidaridad en el orden nacional y global.

Debemos convencernos de que el estilo de vida y el modelo de crecimiento económico basados en un “capitalismo de casino” sustentado sobre la cultura del “pelotazo”, un elevado consumo y endeudamiento, en detrimento del ahorro y la creación de capital productivo, han puesto en peligro la sostenibilidad del propio modelo capitalista reciente. Aunque este sistema seguirá rigiendo la economía global, ya que se ha consagrado como el menos malo, es necesaria una transformación profunda del mismo; lo que será imposible sin una sólida arquitectura de valores.

Para muchos analistas, la crisis financiera hunde sus raíces no solo en un inadecuado sistema regulatorio sino, especialmente, en la falta de ética y conducta moral que ha caracterizado al sistema financiero de los últimos tiempos. El desmedido aprovechamiento y la búsqueda inescrupulosa de ganancias hizo que las personas relegasen a un segundo plano la ética de los negocios. Al mismo tiempo, se achaca a algunos gobiernos que no fueran lo suficientemente estrictos al establecer las reglas económicas en los niveles más altos.

Por ello, reflexionar sobre la ética es una tarea que se nos antoja imprescindible en estos momentos de zozobra del sistema si queremos construir una sociedad mejor que asiente su progreso sobre valores sólidos y duraderos. Extrapolar esta necesaria reflexión sobre cómo el directivo empresarial debe ejercer responsablemente su tarea, ajustando su conducta a valores morales, es decir, adecuando sus decisiones a lo que significan palabras como justicia, responsabilidad, eficacia, etc. es, en estos momentos, un imperativo social. Estos valores configuran la personalidad y talante ético de una persona, que, de poseer tales cualidades, se hace acreedora por una parte de respeto, y por otra, del aprecio por la empresa misma, ya que está descubriendo –por fin– en el directivo responsable, el instrumento más eficaz e incluso, en términos económicos, más rentable, para el logro de las metas que se persiguen.

No es tarea fácil, hoy en día, practicar la dirección de empresa conforme a valores éticos, y la explicación es obvia: la sociología ha constatado que entre los rasgos característicos de nuestra circunstancia cultural se encuentra una progresiva degradación ética de los comportamientos, tanto colectivos como individuales, que se corresponde con la pérdida de peso y autoridad de esos valores morales. 

El rasgo que acabamos de atribuir a la sociedad actual, la degradación ética, es aplicable a la casi totalidad de los países que forman la comunidad internacional. Basta con asomarse a las páginas de la prensa para encontrarnos por doquier fenómenos de corrupción, decisiones irresponsables y atentados contra la dignidad humana. El fenómeno, sin embargo, en España, reviste un carácter especial, por cuanto que nuestra sociedad se encuentra en una especie de “vacío ético”, que no ha logrado ser rellenado por los valores de una ética civil, tal como ha acontecido en la civilización anglosajona o en la cultura centroeuropea. Ni el uso responsable de la libertad, típico del talante sajón, ni el rigor en el cumplimiento del deber, característico del mundo germano, han dado origen aún entre nosotros a un sistema de “valores morales”, que permita buscar nuevas salidas a una sociedad, como la nuestra, agitada por tensiones de todo tipo y descalabrada por sonados escándalos que fracturan los valores éticos de igualdad, libertad, diálogo, respeto y solidaridad; pilares de un ética más que deseable.

Sin embargo, es difícil que cualquier empresa humana funcione y alcance las metas que se propone sin ética. A este propósito venimos funcionando, desde algunos siglos atrás, con un cruel espejismo. Maquiavelo dejó una consigna al Príncipe: Si quieres triunfar en política, utiliza medios para conseguir y mantener el poder sin tomar en cuenta la ética. Esta consigna –que una parte de nuestros políticos y directivos parecen haberse aprendido de carrerilla y practicar a las “mil maravillas”– se expandió solapadamente con posterioridad en el mundo de la empresa, llámese banca, industria o servicio. Lo importante, en cualquier iniciativa, eran los resultados a corto plazo, prescindiendo de la calidad moral de las acciones o de los valores en juego. Triunfo inmediato, éxito asegurado, cultura de casino y eficacia a cualquier precio fueron las pautas de unas conductas que proporcionaron “sorpresas inesperadas” en el mundo empresarial y, con bastante frecuencia, seguidas de descalabros clamorosos, al tratarse de espejismos, contrarios a la misma naturaleza de las cosas. No les pondré muchos ejemplos, porque no tendríamos espacio suficiente en esta revista, pero piense en casos como las hipotecas basuras, las tarjetas black, la venta de preferentes, sobornos, corrupciones políticas por doquier, cuentas en paraísos fiscales, jubilaciones millonarias tras arruinar compañías…

A partir de la precedente situación, la empresa ha comenzado a descubrir la ética como una dimensión de gran importancia en su funcionamiento. Es más, podríamos afirmar, que la degradación moral de nuestra sociedad ha producido la contrarreacción de poner de moda la ética. Y las ofertas se han multiplicado: ética de la empresa para empresarios, ética del medio ambiente para biólogos, agricultores o ingenieros... 

A decir verdad la deontología profesional tiene fijados, desde mucho tiempo atrás, múltiples principios normativos para el ejercicio correcto de cargos directivos. Pero, por lo que respecta a nuestro tema, “la ética en la dirección de empresa”, recordemos la tesis del tan genial como discutido sociólogo y economista M. Weber, para quien la raíz y el origen de la moderna sociedad capitalista e industrial no es otro que el haber aplicado unas pautas de conducta en las que la generalización de determinados valores, como el rigor en el cumplimiento del deber o la austeridad en el uso del dinero, permitió grados de eficacia y racionalización inesperados para los mismos que practicaban tales conductas.


 Artículo publicado en Executive Excellence nº 119 febrero 2015.

José Manuel Casado, presidente de 2.C Consulting