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Inteligencia social y valores

25 de Noviembre de 2015//
(Tiempo estimado: 5 - 10 minutos)

La rentabilidad de la ética, el significado de los valores o la ejemplaridad de los directivos fueron algunos de los temas abordados en la mesa redonda “Inteligencia social y valores”, durante el pasado Congreso de Directivos CEDE 2015. La catedrática de la Universidad de Valencia, Adela Cortina; el filósofo y escritor Javier Gomá, y el director general de la Fundación Bancaria “la Caixa”, Jaume Giró, participaron en este coloquio –moderado por la periodista Pepa Bueno– en torno a lo que Cortina calificó como la gran tarea del siglo XXI: “Lograr que los valores éticos sean asumidos por las empresas, las universidades, los políticos, etc.”.

 

Para Adela Cortina, “una empresa que no es ética ni es rentable ni es una buena empresa”; por el contrario, acaba generando mala reputación, pérdida de confianza y de clientes. Por fortuna, “los ciudadanos vamos madurando y exigimos más a las empresas”, queremos “que se preocupen de todos los grupos de interés, no solo de los accionistas”. Esta mayor concienciación ha promovido más demanda de auditorías éticas por parte de las organizaciones. Para la catedrática, “la empresa inteligente es la que cuida todos estos factores”.

 El objetivo es aumentar la probabilidad de ser rentable y de tener éxito, especialmente en un momento de grandes transformaciones: “Cuando el futuro es incierto, si una empresa no sabe ni quién es, ni cuáles son sus valores, ni adónde quiere ir, realmente se está arriesgando, y mucho. Es bueno tener claras estas cuestiones y crear un clima ético en la compañía, es decir, que en todos los niveles de la empresa se sepa que se están tomando las decisiones teniendo en cuenta los valores de la empresa. Optar por unos valores comunes une mucho, cohesiona y da fuerza para el futuro”, afirmó.

En relación con esa cohesión, Javier Gomá llamó la atención sobre el concepto de ejemplaridad, “que acompaña al hombre desde que es hombre”. “Desde un punto de vista estrictamente moral, es la conciencia de que todos somos ejemplos para todos. Y la verdad moral se aprende a través del ejemplo. Cuando uno es consciente de ello, que todos somos ejemplo para todos, es cuando nace en la conciencia un imperativo de ejemplaridad. Que tu ejemplo produzca un efecto virtuoso, social, responsable y que propicie la convivencia”. 

En este sentido, los políticos, gobernantes, directivos o medios de comunicación no tienen una responsabilidad distinta a la del resto de ciudadanos, “que es la de tu propio ejemplo. Es la misma, pero acentuada, porque el círculo de influencia es mayor”, matizó. Según Jaume Giró, aquellos con responsabilidad “deberíamos tener la inteligencia social suficiente para darnos cuenta de que se está produciendo un cambio muy importante que exige que las empresas estemos más que nunca cerca de la sociedad, no solo haciendo trabajo, sino también estando atentos a sus demandas”. 

El director general de la Fundación Bancaria “la Caixa” reflexionó también sobre el concepto de inteligencia social. “En sí misma”, señaló, “la inteligencia social es neutra éticamente. Es la facultad para comprender mejor a los demás y conseguir que cooperen con nosotros en la consecución de nuestros objetivos. Por tanto, no es más que un instrumento. Desde ese punto de vista, puede ser utilizada de manera positiva o negativa de modo que la pregunta es: ¿qué valores deberían orientar el uso de esta facultad? En cualquier caso, la inteligencia social es, hoy en día, una herramienta fundamental en el mundo de la empresa y de las habilidades directivas”.

Adela Cortina siguió ahondando en ese valor de la cooperación que persigue la inteligencia social, por tratarse de algo inherente al ser humano, al igual que el valor del cuidado y el de la justicia.

En su opinión, “siempre hemos tenido valores, la cuestión está en cómo priorizarlos. Los primeros que tenemos son los del cuidado. Los seres humanos empezamos cuidando a nuestros hijos, a los que son próximos y cercanos, y creo que hoy es tiempo de recuperar ese valor, que también debería incorporarse al mundo empresarial. Es un valor fundamental para una inteligencia que quiera ser social, porque cuando la gente se siente cuidada tiene más ganas de responder y colaborar (…). Desde el punto de vista biológico, los seres humanos somos capaces de cooperar, y en eso nos distinguimos de los animales; podemos trabajar conjuntamente”. Por este motivo, “la inteligencia social tendría que consistir también en trabajar por la cooperación, y no por el conflicto. Me parece muy desafortunado educar para competir, y no para cooperar. La empresa inteligente trata de ser competitiva desde la cooperación”. Por último, enfatizó el valor de la justicia en los entornos empresariales, pues “cuando vemos que las compañías trabajan con justicia, la gente se fideliza”. 

Jaume Giró: “Es imprescindible que la empresa de hoy sea socialmente inteligente”

Tras su participación en la mesa de debate, tuvimos oportunidad de conversar con el director general de la Fundación Bancaria “la Caixa”, Jaume Giró, sobre las aristas y aplicaciones de una inteligencia tan imprecisa como la social.

EXECUTIVE EXCELLENCE: La inteligencia social se basa en el comportamiento humano; sin embargo, no existe un único patrón de comportamiento en las personas, que además no siempre entienden de razones... ¿Hasta qué punto es por tanto efectiva la inteligencia social?

JAUME GIRÓ: Precisamente, la no racionalidad del comportamiento humano es lo que exige que empleemos una inteligencia distinta a la lógico-matemática para entenderlo. La inteligencia social no es la que aplicamos a los objetos que se comportan de forma más previsible, sino a las relaciones humanas.

Sin embargo, el hecho de ser una facultad que tradicionalmente se ha ocupado de un ámbito que no se puede reducir a enunciados lógicos y a fórmulas matemáticas –como es el comportamiento de las personas–, no quiere decir que no podamos encontrar regularidades. Y allí donde hay una regularidad, la matemática puede aportar valor por medio de la estadística. 

E.E.: ¿Y en este contexto juega un papel esencial el big data, verdad?

J.G.: Efectivamente, los seres humanos somos poco racionales, pero todos lo somos de un modo parecido. Hay pautas y hábitos de comportamiento compartidos, aunque no sean lógicos. Esto se puede explotar mediante el big data. 


La irrupción del análisis big data y los algoritmos de predicción que se derivan de esta técnica es un fenómeno que ha llegado para quedarse. Vemos cómo ya está aplicándose a todos los ámbitos de la naturaleza (la astronomía, la medicina, la biología, los negocios), incluido el comportamiento humano. Se trata de relacionar una inmensa cantidad de datos para encontrar regularidades que nos permitan hacer predicciones. Es decir: aquellas realidades que ya intuíamos con el uso clásico de la inteligencia social, ahora las hacemos emerger en forma de algoritmo, es decir, según una fórmula matemática.

Por tanto, tenemos una herramienta cada vez más potente. La inteligencia social, bien sea aplicada según el modo clásico –más bien intuitivo y de carácter más impreciso–, o según las posibilidades abiertas por el big data.

Lo que está en juego hoy más que nunca es cómo la empleamos: qué fines elegimos, y qué principios morales abrazamos para impedir que la persecución de los fines comporte un peaje moral inaceptable.

E.E.: ¿Qué impacto tiene la inteligencia social en la consecución de los objetivos de las empresas?

J.G.: Para crear una empresa o conseguir que esta sea sostenible, no basta con cumplir leyes y conocer las normativas; ni siquiera basta con tener un buen producto o servicio. Es imprescindible que la empresa tenga unos valores claros y que además sea socialmente inteligente. Que conozca a su público y desarrolle su actividad teniendo en cuenta el contexto social en el que se encuentra. 

E.E.: ¿Cómo se circunscribe la inteligencia social dentro del cambio de valores que está experimentando la sociedad?

J.G.: Estamos viviendo un momento de grandes expectativas sociales de transformación, probablemente estimuladas por un cambio previo en los valores cívicos. Muchos ciudadanos tienen, hoy, ganas e ilusión por provocar un cambio y conseguir una sociedad más justa. Y los directivos, políticos y empresarios deberíamos tener la inteligencia social suficiente para entender bien estas expectativas y acompañarlas en la medida de nuestras posibilidades.

E.E.: ¿Cree que podemos confiar en que el ser humano sea bueno por naturaleza y fomente un comportamiento ético hacia el prójimo?

J.G.: En estos momentos, parece que la ciencia nos está diciendo que el comportamiento socialmente ético está grabado en nuestros genes y es el resultado de millones de años de evolución.

En otras épocas históricas, los sabios han dicho que los seres humanos son tablas rasas y que todo lo que somos lo hemos aprendido a lo largo de nuestras vidas.

Creo que la naturaleza humana, incluso la naturaleza animal, es poliédrica. Si buscamos, no nos costará encontrar ejemplos de comportamiento humano o animal en que la empatía es dejada de lado y se compite y combate con fiereza.

Por tanto, de lo que se trata es de tener presente precisamente esta multiplicidad de posibilidades y la riqueza social que esta lleva aparejada.

E.E.: ¿Cómo se ejercita la inteligencia social? ¿Es posible tener más, hacerla crecer, mejorar nuestra capacidad de relacionarnos y aprender de los demás?

J.G.: Descartes decía que el buen sentido es la facultad mejor repartida del mundo, puesto que no parece que haya nadie que reclame más del que ya tiene. Por tanto, quizá no se trata tanto de tener más inteligencia o ser más inteligentes en lo social, sino de emplear mejor la que ya tenemos.

De hecho, Descartes lo dijo mucho mejor que yo: “No basta, en efecto, tener el ingenio bueno; lo principal es aplicarlo bien”.

La inteligencia social debe, o debería, llevar aparejado un componente ético. Y la ética sí se trabaja con el ejercicio. Quizá el hábito no haga al monje; pero solo si hablamos de la tela. El otro hábito, la repetición de acciones virtuosas, la reiteración en las acciones rectas, naturaliza un comportamiento bueno. 

En este segundo sentido, el hábito sí hace al monje. Y el buen comportamiento hace más fácil igualmente el buen juicio.

El lenguaje es por definición una herramienta de comunicación. Es, de hecho, la herramienta de comunicación.  De ahí la importancia de formar bien a nuestros hijos en el dominio de la lengua. Necesitamos ciudadanos que sepan hablar y entender, que sepan leer, que sepan expresarse con claridad y eficiencia. Por eso creo que el primer paso para conseguir una comunidad socialmente más inteligente es que cada uno de sus miembros tenga una buena competencia lingüística.

E.E.: ¿Qué más es necesario para impulsar una comunidad socialmente más inteligente?

J.G.: Los valores cambian en función de la época y de la cultura; de hecho, esta evolución de los valores es lo que da la medida del nivel de civilización que alcanza una sociedad. En el trasfondo de todas las sociedades civilizadas encontramos un pacto social tácito que permite gestionar sin violencia la complejidad y el conflicto entre las personas o los grupos. Cuando este pacto se desdibuja; cuando, en lugar de pacto, la fórmula de relación entre los ciudadanos es la imposición, entonces se abre la puerta a la posibilidad de cometer las barbaridades más grandes. 


Publicado en Executive Excellence nº125 noviembre 2015


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