Skip to main content

Repercusiones del cambio norteamericano

27 de Septiembre de 2018//
(Tiempo estimado: 10 - 19 minutos)

Desde la llegada de Trump a la Casa Blanca, han sido muchos quienes han analizado las causas del éxito electoral del actual presidente norteamericano. La manipulación mediática, la repetición de mensajes demagógicos y simplistas, amplificados y viralizados a través de las redes sociales; la injerencia rusa, los constantes desatinos de Hillary Clinton y el Partido Demócrata…, la combinación de motivos es larga; y no falta quien responsabiliza a Trump del Brexit. Sin embargo, para el profesor Jesús Fernández-Villaverde, existen una serie de razones, más allá de Donald Trump, que explican su victoria pero que, sobre todo, marcarán irremediablemente la política comercial y exterior de los próximos presidentes de Estados Unidos. 

Con el convencimiento personal y el aval profesional de que “uno solo puede entender las consecuencias en el largo plazo de cambios en políticas, si se analizan desde la perspectiva histórica que encuadra por qué se ha llegado a una determinada situación”, el Catedrático de Economía de la Universidad de Pensilvania, Jesús Fernández-Villaverde, reflexionó en su última visita a la Fundación Rafael del Pino acerca de la revolución en las relaciones internacionales y comerciales de EE.UU. producida con la nueva Administración.

Miembro del National Bureau of Economic Research (NBER), del “Grupo de los Cien” y del consejo editorial de relevantes publicaciones nacionales e internacionales, el profesor abordó los efectos sobre el comercio, el crecimiento económico, el orden liberal y las estructuras de gobernanza mundial de la era Trump. Compartimos a continuación sus ideas y la entrevista que nos concedió antes de su conferencia magistral.

Clay y Polk: musas de la Administración Trump

Con la elección de Trump como presidente EE.UU., hace un par de años, el país inicia una revolución en las relaciones internacionales y comerciales con el resto del mundo, quizá tan profunda como las anteriores grandes revoluciones en la política exterior norteamericana, como la de 1917, cuando EE.UU. entra en la Primera Guerra Mundial; la de 1941, cuando entra en la Segunda Guerra Mundial, la de 1989 con la caída de la Unión Soviética, y en 2001 con el comienzo de la guerra contra el terrorismo. En particular, la revolución que estamos experimentando estos días supone una ruptura con la estructura básica de relaciones comerciales que el país había construido a partir del sistema de Bretton Woods en 1945, y viene explicada por factores ideológicos, coyunturales y estructurales.

Desde el ámbito ideológico, destaca la huella de Steve Bannon, ex estratega jefe de la Casa Blanca durante los siete primeros meses de la presidencia de Trump, cuyo pensamiento se inspira en las ideas de Henry Clay y James Polk.

Aunque nunca consiguió ser presidente, a pesar de presentarse dos veces a las elecciones como líder del partido Whig, Henry Clay fue el político americano más importante de la historia. Él fue el gran formulador de lo que se ha venido a llamar sistema americano, que se basa en tres pilares. Primero, un arancel protector de alrededor del 25% para proteger la industria americana frente a la extranjera, en aquel caso frente a Reino Unido; en segundo lugar, un sistema financiero que apoye esa industria, recientemente controlado desde Washington; y por último, un potente programa de infraestructuras, centrado en canales y carreteras primero, y luego en la llegada del ferrocarril.

Si nos fijamos en la campaña electoral de Trump, es exactamente lo mismo que él decía, si bien es cierto que nunca fue muy explícito sobre cómo quería “meterle mano” a Wall Street. Además, ese sistema americano cuenta con dos pilares auxiliares, también defendidos por el actual presidente, como son: unas Fuerzas Armadas muy bien preparadas –incrementando sustancialmente su financiación en el primer presupuesto, llegando a anunciar la congelación del sueldo de los funcionarios, excepto de los militares; e informando de la pretensión de crear una fuerza espacial–, y un nacionalismo interior –incidiendo en la grandeza de América y el orgullo de su bandera–. 

Si revisamos datos del arancel medio de EE.UU. desde 1820, vemos que son especialmente elevados después de la Guerra Civil (el Sur era siempre la zona más reacia, pues importaba muchos bienes desde Reino Unido. Tras perder la Guerra, el Norte protector quiere tener unos aranceles más altos); el paso de unos aranceles de casi el 60% a la llegada del orden liberal nacional moderno, con Bretton Woods, y la bajada durante la Gran Depresión a la situación actual, con unos aranceles muy muy bajos, con los que buena parte de los intelectuales y pensadores de la Administración Trump no están conformes.

Por su parte, James Polk, presidente entre 1845 y 1849, tiene también una influencia tremenda en la historia de EE.UU. Él crea una coalición electoral basada en tres características: una fuerte desconfianza a las elites de la Costa Este –siendo considerado alguien demencial en Nueva York, Boston o Philadelphia, exactamente igual que lo que hoy opinan sobre Trump las elites intelectuales y de los medios de comunicación de esas ciudades, además de San Francisco y Los Ángeles–; una base electoral basada en la clase trabajadora, blanca y rural; y, en tercer lugar, una política exterior extraordinariamente agresiva.

Nada más llegar al poder, Polk provoca una guerra contra México, de 1846 a 1848, a partir de la que se anexiona la mitad de México (lo que ahora llamamos Tejas, Arizona, Nuevo México, Utah, California…), y Trump replica esa política exterior violenta, en particular contra los mexicanos. Esta agresividad, polarización y maquinaria electoral basada en nosotros contra ellos, genera unas tensiones en el largo plazo muy grandes y, en buena medida, la Guerra Civil de EE.UU. en 1861 es consecuencia de la incapacidad del sistema político americano de digerir la influencia de James Polk.

Razones estructurales de largo plazo 

Lo que está ocurriendo ahora en EE.UU. ya ha pasado antes, son estructuras electorales e ideológicas que existían y que la Administración Trump utiliza explícitamente para construir su programa de política exterior y comercial, pero ¿por qué este programa gana las elecciones en el 2016 y no antes? 

Por una combinación de aspectos coyunturales. En primer lugar, Trump es capaz de ganar las primarias en el Partido Republicano beneficiándose de una serie de problemas internos en la formación (la poca voluntad de Jeb Bush para liderar el partido y hacer que la saga Bush vuelva a la presidencia, la falta de preparación de Marcos Rubio…). Al final, Trump se encuentra básicamente con el campo abierto más por deserción de competidores que por sus propias bondades. 

Cuando llegan las presidenciales y, contrario a lo que decían la inmensa mayoría de los medios, estas eran unas elecciones muy difíciles de ganar para los demócratas. En Estados Unidos, raramente un partido logra tres elecciones presidenciales seguidas. El economista Ray Fair, de la Universidad de Yale, construyó un modelo de predicción de votos basado solo en datos objetivos, como tasa de desempleo, inflación, crecimiento de la economía, etc. Según este modelo, un candidato republicano, sin poner nombres, hubiera obtenido el 56% de los votos, lo que indica que el terreno estaba abonado para una victoria republicana. A pesar de ello, Trump solo obtuvo el 49% de los sufragios.

También hay que considerar el descontento generalizado por la situación económica del país, sumado a la incompetencia de Hillary Clinton, tanto en términos estratégicos como tácticos, quien cometió errores importantes que le costaron la victoria. En mi opinión, que los demócratas perdieran el voto electoral pero no el popular no es muestra de injusticia, sino de su incapacidad de pensar, porque las reglas del juego son las que son y todo el mundo las entiende. Los republicanos entendieron, por ejemplo, que era fundamental hacer campaña en Pensilvania y Michigan la última semana… ¡y Hillary no!

Más allá de estos aspectos coyunturales, existen otros estructurales mucho más importantes, que sugieren que los cambios de EE.UU. no van a depender de quién sea ahora el presidente. Destacaría cuatro: el cambio demográfico, el auge de China, la revolución en el mercado energético y las heridas de la crisis financiera. 

El cambio demográfico supone que cada vez habrá menos estadounidenses blancos y más de otras razas, en especial latinoamericanos y asiáticos; lo cual implica que Europa les importará cada vez menos. A su vez, la llegada de China al comercio internacional es mucho más grande de lo que nadie imaginó. En tan solo una generación, ha pasado de aportar el 5% del valor añadido bruto industrial del mundo a suponer el 25%. Además, representa el 20% de las exportaciones mundiales y tiene un gran superávit corriente. Pues bien, Trump ganó las elecciones en los territorios más afectados negativamente por China. Los grandes perdedores son personas blancas no hispanas, con un nivel de formación de educación secundaria o menor, mayores de 50 años, cuyo nivel de vida es el 150% del nivel de pobreza. Eso ha tenido consecuencias electorales.

En el ámbito energético, el fracking supone toda una revolución, porque ha convertido a Estados Unidos en el primer país por reservas de petróleo y gas del mundo. Esto ha provocado que pase de ser importador a exportador de productos energéticos. Un hecho que también afecta al sistema de seguridad, pues EE.UU. ya no tendrá interés en mantener una flota en el Golfo Pérsico para asegurarse el suministro, y Europa tendrá que lidiar directamente con los países proveedores (rusos, árabes…) de sus recursos energéticos.

A su vez, la crisis financiera ha provocado un descontento generalizado con el sistema, dando lugar, entre otras cosas, a la aparición del populismo. Para los populistas, es muy fácil convertir en enemigo al sistema de comercio internacional. En este ciclo electoral, la crisis financiera ha sido especialmente cruenta por la concentración de efectos.

Con todo lo anterior, se han construido tres teorías sobre la estrategia de Trump. La primera de ellas dice que su intención es reconstruir un sistema internacional diferente al liberal. La segunda sostiene que todo consiste en luchar duro para obtener más beneficios. La tercera se resume en ir tomando decisiones y haciendo a medida que se avanza... Como consecuencia, las instituciones del sistema internacional: como el FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio, van a quedar muy afectadas, porque EE.UU. ha pasado de ser un agente cooperador a no cooperador. Esto es peligroso cuando llegue una crisis. Además, el sistema de seguridad colectiva queda tocado, mientras se pierde la confianza en Estados Unidos.

Una guerra comercial incierta

A partir de ahí, no sabemos cómo de grande va a ser esta guerra comercial. En el peor caso, los aranceles subirán del 5% al 30% o al 60%. El PIB mundial bajaría un 2% o 3%, pero el bienestar caería mucho más. Además, va a haber un coste en términos de tasa de crecimiento de unas décimas al año, con efectos tremendos a largo plazo.

Los riesgos de esta situación para Europa se encuentran en los ámbitos de la seguridad y la energía. En el caso energético, pues Estados Unidos ya no tendrá interés en esforzarse por mantener abiertas las rutas comerciales del petróleo, y en consecuencia Oriente Medio perdería importancia para los americanos. China podría tener problemas en los mercados internacionales y podría seguir con la escalada militar.

En resumen, la nueva política comercial y exterior de EE.UU. no es una casualidad, sino consecuencia de unas circunstancias que no van a cambiar en dos años, y que la UE deberá considerar cuando tenga que negociar con los americanos, pues sus intereses geoestratégicos habrán cambiado.

A la vez debemos entender una serie de quejas legítimas, como el enorme proceso de expolio de propiedad intelectual que China lleva efectuando en los últimos años en EE.UU., auspiciado además por un programa de espionaje industrial del Gobierno chino. El segundo es el tratamiento de las empresas tecnológicas en Europa, pues muchas decisiones de la Comisión Europea han creado gran resentimiento en EE.UU., ya que no parece lógico que las multas a la competencia sean siempre y solo contra empresas norteamericanas. Por último, el gasto de defensa que los europeos llevamos 50 años sin pagar; además de otras decisiones técnicas relacionadas con la Organización Internacional del Comercio.

La UE debería pensar en planes de contingencia e intentar mantener y proteger el sistema liberal internacional que, a España en concreto y a Europa en general, tanto bienestar nos ha traído en los últimos 50 años. 

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: En 2012, los profesores del MIT Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee escribieron el libro The second Machine Age. Al mismo tiempo, los profesores de Oxford University Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne publicaron el artículo titulado “The future of employment: How susceptible are jobs to computerisation?”. Se plantea un escenario apocalíptico acerca de la tecnología y su impacto en el mercado laboral, pero la realidad es que los países que tienen el mayor nivel de inversión en automatización y tecnología, como son EE.UU., Corea, Japón o Alemania, son también los países con los niveles de desempleo más bajo. 

JESÚS FERNÁNDEZ-VILLAVERDE: Creo que, en ese sentido, la gente confunde dos cosas: el efecto de la automatización sobre el nivel total de empleo y el efecto de la automatización sobre los salarios relativos. En un mercado que funciona, el equilibrio no se realiza por cantidades, sino por precios; con lo cual, si una máquina sustituye a un trabajador, el salario de este caerá de tal manera que lo que tendremos al final del día es suficiente demanda para esa cantidad de trabajo. 

Siempre he sido muy escéptico acerca de las ideas que sugieren que la automatización va a generar desempleo. No creo que eso vaya a suceder, pero sí que va a generar mucha desigualdad, porque las máquinas van a ser complementarias con una serie de trabajadores y sustitutivas con otros. Solo los primeros verán sus salarios incrementarse.

Un ejemplo sencillo clarifica esto muy bien: yo estudié derecho de 1990 a 1995. En aquel entonces, los buscadores jurídicos apenas existían, con lo cual cuando nos pedían preparar un caso, buena parte del esfuerzo era ir a la biblioteca de la universidad, consultar los libros y buscar jurisprudencia. Al poco de acabar mi carrera, llegaron los buscadores electrónicos. Hoy en solo dos minutos puedes encontrar toda la información para la que antes se necesitaba un día entero. Esto lo que hace es complementar a los grandes abogados, porque es muy fácil para ellos localizar lo que necesitan, pero es horroroso para los abogados de menos nivel, cuyos antiguos bufetes se dedicaban a buscar estos casos. 

En una sociedad con demasiada desigualdad, va a haber mucha gente descontenta y esto va a tener unas consecuencias políticas. La respuesta inteligente no es negar las posibilidades de la automatización, sino intentar transformar al mayor número posible de trabajadores que son sustituidos por ella, en trabajadores que se complementan con ella. Esto requiere repensar nuestro sistema educativo, requiere tener una nueva generación de estudiantes que entienden cómo pensar de manera abstracta y juntar cosas que provienen de sitios diferentes, algo que los ordenadores todavía no pueden hacer y probablemente no consigan hacer nunca, o al menos no en las próximas décadas. Los países escandinavos han entendido esto muy bien, al igual que Singapur, que recientemente está intentando reorganizar su sistema educativo para afrontar este reto. Lo realmente apasionante es que ellos ya son el número uno en Pisa, y aun así no piensan que sea suficiente. 

F.F.S.: Uno de los factores más estimulantes en el entorno del desarrollo y la innovación es el capital. En 2017, y solo en EE.UU., a través de 375 plataformas de crowdfunding se invirtieron 34.000 millones de dólares; y para 2025, las proyecciones son de 300.000 millones de dólares. Masayoshi Son, CEO de Softbank, en su libro Aiming High (Apuntando Alto) explica que está convencido de la llegada de la singularidad en los próximos 30 años, y por eso tiene prisa por agregar efectivo para invertir y está creando una cartera de 880.000 millones de dólares para la próxima década. Nunca ha habido una capacidad de inversión similar en la historia. ¿Qué va a representar esta situación?

J.F.V.: Que va a haber muchísimos aspectos de la vida que van a ser cambiados de manera radical y profunda. La capacidad de los ordenadores y de los algoritmos en este momento es tan brutal que es posible hacer cosas impensables hace una década; y todavía hay muchos aspectos de la vida económica que solo han sido tocados de una manera muy superficial. 

A la vez esto nos dice que hemos de tener unas estructuras de capital riesgo que permitan generar estos fondos, pero cuando miro al capital riesgo en Europa veo una industria mucho menos desarrollada que en EE.UU. Es preocupante, porque esto se traduce en que las tecnológicas van a aparecer allí; con lo cual el bienestar de los ciudadanos europeos va a ser más bajo del que tenía que ser y además va a haber un resentimiento político contra buena parte de estas tecnológicas.

Fijémonos en dónde están Google, Amazon, Facebook o Netflix… El retraso europeo sucede porque nuestro marco regulatorio y nuestro mercado de capital riesgo nos está impidiendo generar esas enormes masas, al contrario que en EE.UU. Más que pensar que 800.000 millones es muchísimo dinero, que lo es, creo que los lectores españoles y de otras áreas de Europa tienen que preguntarse por qué esto no está ocurriendo en su país.

F.F.S.: Este cambio tremendo, que parece evidente, choca con aquellos que hacen planificación a largo plazo. Las correcciones en las predicciones de la agencia Energy Information Administration son constantes, y se vienen dando desde 2004; pero esto mismo le sucede a la OPEC, a BP... ¿Por qué no somos capaces de captar los trends que sean exponenciales frente a los lineales?

J.F.V.: Uno de mis economistas favoritos, Friedrich Hayek, siempre pensaba que una de las grandes arrogancias del siglo XX era el haber creído que somos suficientemente inteligentes para entender cómo funcionan los sistemas. El mundo es un sistema complejo que tiene propiedades emergentes, producto de las interacciones no lineales de millones de personas, e intentar predecir cómo se va a comportar es simplemente una utopía. Lo que podemos tener son escenarios, patrones de lo que va a ocurrir. 

En el caso de la energía, en particular, creo que ha habido una subestimación de dos aspectos. En primer lugar, de la importancia que tiene la fracturación hidráulica; y esto ha sido consecuencia de no entender el enorme vigor de innovación que crea tener un mercado de tecnología abierto, como el que tiene EE.UU. Buena parte de la gente de la OPEC y de BP vive en sistemas y mercados energéticos más centralizados y subestimaron, desde el primer día, la fracturación hidráulica. El segundo aspecto ha sido la aplicación de la Inteligencia Artificial y del aprendizaje automático al mundo de la energía, que de nuevo no fue adecuadamente predicho. 

Es imposible pronosticar cuál va a ser la producción de petróleo en el 2025, porque eso ¡no lo sabe nadie! Lo importante es pensar en escenarios razonables sobre lo que puede ocurrir y cómo el mundo se comporta…, y después tratar de entender por qué te has equivocado de manera sistemática. Desgraciadamente, en el caso de la energía, creo que existen una serie de motivos por los cuales las grandes instituciones energéticas o de estudio de la energía han sido reacias a afrontar estos cambios. Más que la inhabilidad de los economistas o de los expertos que trabajan en esto, creo que ha habido problemas institucionales.

F.F.S.: Actualmente, se pueden construir en cualquier lugar plantas eléctricas más baratas que las de carbón o gas, que tienen un coste de 0,06 dólares kWh. En junio de 2018, India decidió cancelar la construcción de varias plantas eléctricas de carbón con una capacidad de 14 GW y una inversión de 8,9 billones de dólares, y el año pasado China canceló la construcción de 150 plantas eléctricas de carbón. 40 de ellas ya habían comenzado a construirse, y el cambio de planes provocó la pérdida de 120 millones de dólares… Por el contrario, hoy la energía solar es más barata que nunca, hasta de 0,02 dólares kWh. ¿Se va a disrumpir el sector energético?

J.F.V.: Totalmente, y este enorme cambio en la situación energética del mundo explica parte de la revolución en la política exterior y comercial americana. 

EE.UU. ha pasado de ser en 2005 un importador brutal de energía a un exportador. Para 2020, será un exportador neto de energía, y esto cambia por completo su posición. Hasta ahora, EE.UU. tenía que tener una flota en el Golfo Pérsico porque quería asegurarse el suministro. Ahora incluso les beneficia que haya un conflicto en Oriente Medio, porque así exportan todo lo que quieren. 

En mi próximo libro sobre la Historia Económica Mundial, explico que si pudiésemos cubrir el condado de Arizona con placas solares de última generación, conseguiríamos toda la electricidad que EE.UU. necesita. Uno de los problemas es cómo transportarla desde Arizona hasta Manhattan, además del problema de la intermitencia y la acumulación, pero esto nos está diciendo que el carbón está muerto. De aquí a 20 años solo va a tener un uso importante para la generación del acero. 

El segundo cambio brutal se producirá el día que el coche eléctrico sea más barato que el de gasolina. Según mis estimaciones, todavía viene a costar un 20% más, pero esto va a cambiar totalmente, si además consideramos la economía de escala y que la batería de litio va en picado. Hoy en EE.UU. se habla de la reorganización de la red eléctrica para que sea inteligente y que, básicamente, utilices tu coche como una batería en tu casa. En un mundo que ya no necesita carbón y donde la energía eléctrica se puede suministrar de esta manera, los efectos para la organización económica mundial son tremendos. 

Aunque no nos demos cuenta, la electricidad transformó las estructuras sociales de una manera profunda, y ahora es imposible predecir las consecuencias sociales y el cambio en los patrones de consumo de un mundo energético tan distinto. Lo único que puedo decir es que va a haber dos tipos de países: los abiertos, que generen las condiciones adecuadas para que esto funcione y se van a beneficiar enormemente; y los países cerrados que no van a querer afrontar que el mundo es distinto. 


 

Entrevista con Jesús Fernández-Villaverde, catedrático de Economía de la Universidad de Pensilvania.  

Texto publicado en Executive Excellence nº151 septiembre 2018.