Un nuevo liderazgo desde la formación

25 de Septiembre de 2018//
(Tiempo estimado: 4 - 7 minutos)

Las universidades se enfrentan a uno de los retos más apasionantes de sus más de ocho siglos de historia. Como siempre, deben responder a los requerimientos de la sociedad, pero en esta ocasión, la revolución tecnológica acelerada que vivimos hace que los cambios sean constantes y vertiginosos en todos los ámbitos de la vida. La digitalización, unida al abaratamiento de la capacidad de almacenar y tratar información, se ha convertido en el instrumento que permite una profunda transformación de la manera de hacer negocios, de trabajar y de vivir. Las prioridades, las necesidades y los objetivos de las personas ya no son los mismos de hace tan solo unos años, especialmente en el ámbito laboral. El ayer queda cada vez más lejano, el hoy es efímero y el mañana inminente. La velocidad del cambio se ha acelerado de tal manera que apenas hay tiempo para asimilarlo. En el tiempo que se tarda en llegar a dominar una tecnología, dispositivo o modelo de gestión, ya ha surgido otro nuevo que lo supera y lo convierte en obsoleto. 

En este nuevo mundo VUCA, definido desde la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad, el concepto de inestabilidad representa la nueva normalidad, donde lo imprevisible es una constante. En el plano tecnológico, variables como la progresiva digitalización de procesos, el big data, el machine learning o la Inteligencia Artificial están reescribiendo por completo el panorama laboral a nivel mundial. Un reciente informe de la consultora McKinsey Global Institute auguraba que para 2030 la robotización se llevará por delante entre 400 y 800 millones de empleos en todo el mundo. Al mismo tiempo, también surgirán nuevas oportunidades y profesiones, muchas de las cuales aún no existen o se están empezando a fraguar en este mismo instante. El cambio de paradigma es un hecho.

Al igual que sucedió durante la pasada crisis, en este complejo ecosistema de permanente evolución y adaptación, las universidades juegan un papel fundamental. Es el primer lugar al que dirigen sus miradas las personas que ven peligrar sus empleos como consecuencia de la robotización. Nunca antes el riesgo de quedar desactualizado y, por tanto, descolgado del mundo del trabajo había sido tan evidente como lo es hoy. Un riesgo que es especialmente acentuado para determinados colectivos, como los profesionales mayores de 50 años, los jóvenes sin experiencia o las personas con necesidades especiales. En este contexto, el aula, ya sea presencial o virtual, se erige como el principal salvavidas para mantener altos los niveles de empleabilidad. 

Preparados para liderar 

¿Están listas las universidades para responder adecuadamente a semejante reto? Uno de los debates recurrentes en los últimos tiempos dentro de la comunidad educativa es cómo hacer encajar programas de estudio de entre uno y cuatro años, según se trate de un máster o una carrera universitaria, con esta nueva realidad. Estudiantes, docentes y responsables académicos muestran su preocupación por esta cuestión, lo cual no deja de ser un buen indicador, ya que “preocuparse” es siempre el primer paso para “ocuparse” de cualquier asunto relevante. El debate aporta, enriquece y permite construir soluciones para un entorno que universidades y escuelas de negocios tenemos perfectamente identificado y en el que debemos asumir un papel protagonista. 

Sí, protagonista. Porque, a mi juicio, uno de los principales errores que se cometen cuando se habla de formación y revolución digital es pensar que todo se reduce a “adaptarse” a ella. Una de las principales responsabilidades de las instituciones educativas es mantener un estrecho contacto con la realidad empresarial y social para poder responder con rapidez a cualquier tendencia o variación de relevancia que se produzca en el entorno. Y es que una formación que no esté en consonancia y perfectamente alineada con las necesidades socioeconómicas de su tiempo no estaría cumpliendo su misión. 

El problema de la revolución tecnológica es que se mueve tan deprisa que no es sencillo subirse a esa ola de buenas a primeras. La solución no pasa por introducir tecnología en los programas, un par de vídeos, algún recurso digital y hacer referencia en los contenidos a alguna materia tecnológica, más o menos de moda. Eso es solo un parche. Y parchear está lejos de ser el objetivo último de una institución académica seria y comprometida con el entorno en el que opera.

Quizá este tipo de soluciones sea suficiente para cubrir el expediente o para salir del paso. Pero con ellas se corre el riesgo de perder el sentido último de la función educativa, que no es otro que proporcionar guía e instrumentos a la sociedad a lo largo de su evolución. No es solo “acompañar”, sino liderar. Y esa premisa supone adoptar un punto de vista más amplio y tener un planteamiento más ambicioso. No se trata únicamente de introducir tecnología a la fuerza en los programas, sino de comprender las nuevas coordenadas globales en las que se maneja el mundo y ayudar a nuestros alumnos a desenvolverse con éxito en ellas. Debemos potenciar en nuestros programas el desarrollo de habilidades, a tener un pensamiento crítico y a seguir aprendiendo de forma autónoma.  

Un cambio de modelo 

Parte de esas nuevas coordenadas nacieron de la zozobra e inestabilidad que dejó la todavía reciente crisis económica, si bien, aquellas dificultades también dejaron un legado positivo en forma de recomienzo, de nueva etapa. Es hora de reinventar modelos que permitan a la sociedad resurgir de sus cenizas. La economía colaborativa, la apuesta por la sostenibilidad y una mayor conciencia crítica y participativa de los ciudadanos han sido algunos de los frutos afortunados de esta época convulsa. Los avances tecnológicos también han contribuido decisivamente a convertir este decenio en uno de los periodos más fecundos en cuanto a transformaciones de la historia de la humanidad. 

La Universidad es, como la sociedad misma, un ente vivo, inquieto y curioso. Debe erigirse como una entidad global, abierta, colaborativa y funcional. Una institución que, sin perder un ápice de rigor académico, aporte soluciones prácticas a problemas reales. Hoy el entrenamiento en habilidades y destrezas supera a marchas forzadas a la mera memorización de datos y conceptos.  Así, como el propio mundo, la enseñanza se hace más líquida, adaptable y veloz. Nuevos formatos como el vídeo, las infografías, la gamificación o la realidad virtual se incorporan de manera ventajosa a los sistemas de enseñanza, estimulando al estudiante y haciendo del learning by doing una verdadera experiencia de cliente/estudiante. 

Otro ejemplo de la oportunidad única que las universidades tienen para liderar a la sociedad en este nuevo escenario lo encontramos en el emprendimiento. Así, se han puesto en marcha programas y recursos con el fin de encauzar y abrir nuevas posibilidades para que los alumnos puedan crear sus propios proyectos empresariales. Es cierto que seguimos siendo una sociedad que prefiere la seguridad de una nómina mensual enrolándose en el Estado o en una gran empresa, pero también es cierto que crece el porcentaje de jóvenes que apuesta por el autoempleo y el emprendimiento. 

Son tiempos acelerados y las universidades y escuelas de negocios no podemos permitirnos el lujo de quedarnos atrás. Las metodologías de enseñanza no son ajenas a las nuevas necesidades sociales y al ritmo acelerado de los acontecimientos. Por experiencia, por conocimiento y por posibilidades, nuestro deber es liderar esa travesía. Hoy más que nunca, como siempre lo hemos hecho, debemos responder al reto que nos demanda la sociedad. 


 Arturo de las Heras, presidente del Grupo Educativo CEF y Universidad UDIMA. 

Texto publicado en Executive Excellence nº151 septiembre 2018.