Formar en competencias para un futuro digital

09 de Enero de 2019//
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La digitalización va a dar lugar a una importante exclusión que es necesario analizar. Los primeros datos que se publicaron sobre el impacto de la transformación digital en el mercado laboral señalaban que en 20 años el 50% de los trabajos se iban a destruir. Estas previsiones generaron una sensación de pánico sobre cómo sería la transición para aquellas personas cuyos empleos iban a ser automatizados.

Según los cálculos de la OCDE, el 14% de los trabajos serán totalmente automatizados y desaparecerán en los próximos años. Aunque se trata de una cifra bastante más reducida que la que aportaban las primeras estimaciones, evidencia la rapidez con la que se están sucediendo los cambios y urge a tomar medidas para que las personas puedan adaptarse al nuevo escenario.

La OCDE también señala que un 34% de los empleos van a experimentar un nivel muy alto de automatización que exigirá nuevas competencias a quienes quieran continuar en su puesto. En suma los dos porcentajes alcanzan un 50%, una cifra exactamente igual a la que aportaban los primeros informes sobre digitalización.

Esta situación da lugar a dos cuestiones. Por un lado, determinar hacia qué empleos pueden transitar y qué tipo de formación necesitan las personas que pierdan su trabajo y, por otro, definir el tipo de formación que deben recibir aquellos cuyos trabajos se van a transformar.

Plantear estos asuntos teniendo en cuenta el ámbito competencial implica distinguir las habilidades que se están viendo afectadas por la automatización de tareas, teniendo en cuenta que todas las actividades rutinarias o no cognitivas disminuyen en demanda, mientras que aumentan muy rápidamente las analíticas e interpersonales no rutinarias que son imposibles de automatizar.

Desde el punto de vista formativo, se puede concluir que las personas van a necesitar un nivel de competencias cognitivas no rutinarias mucho más elevado, y también van a requerir habilidades diferenciales que el sistema educativo no integraba como, por ejemplo, la resolución de problemas complejos, el trabajo en equipo, el pensamiento crítico, la resiliencia y la adaptabilidad al cambio.

El mayor reto de esta transformación es cómo pasar de un modelo educativo tradicional (que acaba en la educación secundaria o terciaria) a un aprendizaje continuo. Este cambio se está produciendo de forma exponencial, ya que aquellas personas que quieran continuar en su trabajo van a tener que seguir aprendiendo a lo largo de su vida mediante nuevas prácticas que promuevan la educación no como un privilegio o un asunto de un único grupo etario, sino de forma universal y permanente.

Revolución industrial vs. digital

La revolución industrial y la digital coinciden en varios aspectos. A mediados del siglo XIX, la introducción de la maquinaria en las fábricas destruyó gran cantidad de empleos, dando paso a otros nuevos para los que la población no estaba capacitada. La respuesta del sistema para hacer frente a este problema fue dar acceso universal a la educación, brindando así las competencias que requerían los nuevos puestos. 

Hoy en día también están desapareciendo trabajos, y faltan profesionales con las competencias necesarias para realizar las actividades que demanda el nuevo escenario digital. Ya están empezando a percibirse algunos efectos de esta transformación como, por ejemplo, la brecha creciente entre el uso intensivo de la tecnología de la información y la intensificación de ciertas tareas no rutinarias que no se pueden automatizar. Como en otros periodos históricos, corremos el riesgo de enfrentarnos a una crisis cuya duración dependerá de la rapidez con la que reaccione el sistema educativo, y la sociedad en general, a la hora de mejorar la calidad y la metodología, equiparando a las personas a través de competencias transversales.

Cambio tecnológico por países

Singapur es, con elevada diferencia, el país de la OCDE que registra mejores datos en cuanto a competencias, pese a que los mayores de 55 años empezaron hace cinco décadas con un nivel muy pobre que han conseguido mejorar hasta convertirse en el top performance. Otros países, como Estados Unidos o Japón, tenían un punto de partida muy superior, pero en los últimos 50 años no han experimentado ninguna mejora.

Respecto a España, los datos que aparecen en el informe Getting skills right: Spain no son del todo buenos. El nivel competencial de la población ha ido mejorando con los años, pero todavía no se consigue alcanzar la universalización de acceso y, además, se observa un importante atasco entre la población más joven y el grupo de hasta 44 años.

Entre los principales problemas del país destaca la elevada tasa de abandono educativo, que se ha incrementado en los cinco últimos años, y el bajo nivel competencial de los adultos en tareas básicas como la comprensión lectora y la capacidad matemática.

También es crucial la calidad del sistema educativo, ya que las diferencias entre países son enormes. Tanto es así que la encuesta Pisa 2015 señala que la distancia entre Singapur, el país con mejores resultados en este ámbito, y República Dominicana, que obtuvo las peores cifras, equivale a siete años de escolarización. Esta brecha pone de relieve las dificultades a las que se enfrentan los países, incluidos algunos de los más ricos, para cumplir el objetivo de garantizar el acceso a una educación inclusiva y equitativa que preserve ante todo el nivel de calidad.

Desajuste entre formación y empleo

Aunque es cierto que tener un mayor nivel educativo protege contra el desempleo, no lo hace de la misma forma en España que en otros países. Esto quiere decir que la inversión que se ha realizado para incrementar el acceso a niveles superiores de educación, al no ir acompañada de un aumento de calidad en los distintos niveles del sistema, no ha tenido el impacto deseado en el ámbito competencial, dando lugar a un importante desajuste entre las competencias de los trabajadores y el empleo que estos desarrollan.

Esta brecha que existe entre las competencias que buscan los empresarios y la preparación formativa está motivada principalmente por dos factores:

1.- Desajuste entre la especialización elegida por los alumnos que acceden a la educación terciaria y las necesidades del mercado. Gran parte de los estudiantes se decantan por carreras de humanidades o ciencias sociales, mientras que el porcentaje de universitarios que eligen disciplinas STEM se encuentra por debajo del 10%.

2.- Sobrecualificación. Aproximadamente un 20% de la población tiene un nivel educativo superior al del puesto que ocupa y, sin embargo, no cuenta con las competencias adecuadas para el trabajo que desempeña.

Cada vez se hace más patente, por tanto, la importancia que la formación continua está adquiriendo en el entorno digital.

Los empleados que trabajan en entornos ricos en términos digitales son los más activos en términos de formación o entrenamiento, mientras que los trabajadores que tienen un menor nivel educativo, que no han conseguido terminar la secundaria, aceptan dichas oportunidades en una proporción muy baja.

Esta situación produce una retroalimentación negativa, porque quienes tienen un mayor nivel de competencias reconocen claramente los beneficios de seguir formándose y aprovechan las oportunidades para seguir aprendiendo, mientras que las personas con menor nivel de competencias, que desarrollan los trabajos con mayor riesgo de ser automatizados, son los menos propensos a aceptarla.

Lo cierto es que la población activa digitalmente continúa formándose y ampliando sus competencias, pero de una forma que difiere significativamente del sistema tradicional. Los currículos no recogen la información real respecto al nivel de competencias, y los empleadores encuentran más dificultades que nunca a la hora de reconocer las competencias de un candidato, por lo que es necesario aplicar aplicar un nuevo sistema de certificación que permita medir de forma fiable el nivel de competencias de cada persona.

Tecnología en el aula

En gran cantidad de países, incluido España, se ha invertido gran cantidad de recursos a la compra de tablets u ordenadores en los colegios con el objetivo de permitir a los estudiantes acceder a los mejores profesores del mundo. Sin embargo, se ha demostrado que los resultados escolares de los alumnos empeoran a medida que aumenta el número de horas que pasan frente a la pantalla.

La principal diferencia entre los estudiantes que tienen un buen y un mal rendimiento estriba, principalmente, en que los primeros saben cómo resolver un problema mediante el ordenador (navegar, consultar fuentes de calidad, localizar las páginas más convenientes), mientras los segundos se pierden en el proceso de búsqueda de información.

Por tanto, el hecho de enviar ordenadores a las aulas no sirve de nada, ya que los estudiantes los destinan a propósitos que generalmente no tienen nada que ver con el aprendizaje. Sirva como modelo el caso de Australia, donde la compra de ordenadores destinados al aula ha ido acompañada de cursos de formación para el profesorado, de forma que estos puedan apoyarse en la tecnología para impartir una enseñanza individualizada que equipe a los estudiantes con un nivel adecuado de competencias horizontales (resolución de conflicto, pensamiento crítico, etc.). 

El potencial que tiene la tecnología para mejorar el aprendizaje es enorme, pero siempre y cuando vaya de la mano del docente y partiendo de su formación.

Aprendizaje a lo largo de la vida

Nos enfrentamos a un cambio de paradigma que nos obligará a pasar del sistema educativo tradicional a un aprendizaje continuo a lo largo de toda la vida laboral. No sólo está desapareciendo el concepto de trabajo para toda la vida, sino que también está cambiando la metodología formativa de la población hacia un sistema menos especializado y más transversal que permita acceder a diferentes empleos en distintos sectores a lo largo de la carrera profesional.

Esta mutación demanda diseñar una nueva gobernanza que impulse políticas alineadas entre los diferentes niveles: preescolar, educación primaria y secundaria, formación profesional, educación terciaria y aprendizaje de adultos.

También es necesario ofrecer formación a las personas desempleadas y a todas aquellas que por diferentes circunstancias se encuentran fuera de la empresa. Este tipo de entrenamiento suele recaer en el gobierno, pero deberían crearse incentivos que permitieran al sector empresarial involucrarse en esta tarea, dando relevancia a las competencias necesarias que permitan acceder a los trabajos que no se verán automatizados.

Es completamente ineficiente que quienes estén en riesgo de perder su puesto tengan que pasar por un periodo de desempleo para ser entrenados por el gobierno y así conseguir un nuevo trabajo. Sería más lógico analizar el mercado para conocer qué sectores van a desaparecer a causa de la automatización, y brindar una formación anticipada para evitar que los trabajadores se queden sin empleo.

Las medidas implantadas de forma aislada tienen un pequeño impacto, mientras que las políticas alineadas dan lugar a los cambios adecuados. Por eso es necesario encauzar de manera conjunta las políticas educativas para mejorar la calidad y equipar a los alumnos con un nivel competencial cada vez más exigente. Pero también se necesita flexibilidad y adaptabilidad al cambio desde el entorno laboral, políticas de transporte y vivienda que faciliten la movilidad en función de la demanda, políticas de migración para atraer talento, y medidas para incentivar el papel de las empresas. 


Montserrat Gomendio, directora del Centro de Competencias de la OCDE, en el desayuno de trabajo organizado por ESADE y la Fundación CYD. 

Texto publicado en Executive Excellence n154 dic18/ene19.