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El estado de flujo

21 de Noviembre de 2012//
(Tiempo estimado: 3 - 6 minutos)


HABILIDADES DIRECTIVAS
Muchas personas utilizan la metáfora del “flujo” para describir esa sensación de acción sin esfuerzo que sienten en unos momentos que destacan como los mejores momentos de sus vidas. El estado de flujo tiende a ocurrir cuando las capacidades de una persona están absolutamente involucradas en el objetivo de superar un reto que es apenas manejable o conseguible. Estas experiencias óptimas suelen implicar un delicado equilibrio entre las capacidades y habilidades que una persona tenga para actuar y las oportunidades de acción.

Si los retos son excesivamente complejos, los resultados suelen ser de frustración, y derivan en preocupación y ansiedad. Si los retos son demasiado bajos respecto de las habilidades y capacidades de uno, el principal resultado suele llevar a la relajación e incluso al aburrimiento. Además, si tanto el reto como las habilidades requeridas se perciben como bajas, uno termina sintiéndose apático. Ahora bien, cuando retos de alto nivel y que requieren de complejidad se ven equilibrados con habilidades capaces de superarlos, se produce el estado de flujo. Es un estado donde la persona está tremendamente involucrada en el proceso, tanto que hace que se abstraiga de su entorno y deje su vivir ordinario al margen durante cierto tiempo.

En un día típico, encontramos aburrimiento y ansiedad. Las experiencias de un estado de flujo nos aportan momentos en los cuales vivimos intensamente y que sobresalen de ese estado habitual.

Cuando los objetivos son claros, la información que tenemos es relevante y se encuentran igualados el reto y las capacidades para conquistarlo, nuestra atención se vuelve ordenada, focalizada y totalmente dedicada. Dado que necesitamos una absoluta concentración de nuestra energía psíquica para superar este reto, una persona en estado de flujo se encuentra totalmente entregada. No hay, dentro de su consciencia, capacidad para dedicarla a otros pensamientos o sentimientos que puedan resultar irrelevantes, ya que toda su capacidad está dedicada a un solo objetivo. El mundo que la rodea desaparece y ni siquiera siente el pasar del tiempo durante algunos instantes.

Todos habremos vivido momentos donde nuestra percepción del tiempo se haya visto distorsionada. Son situaciones en las que lo que nos parecen unos minutos en realidad han sido horas. Cuando la totalidad de los recursos de una persona está a pleno funcionamiento, concentrada en un tema específico –y cuando digo todas, hablo del cuerpo y la mente–, cualquier cosa que uno esté haciendo tiene sentido solo por el proceso de estar haciéndolo. En esos momentos vividos, se crea una armonía física y psíquica donde todo parece encajar de forma placentera y genera una gran satisfacción.

La completa involucración en el concepto de flujo –más que la felicidad– es lo que nos lleva a la excelencia en la vida. Si estamos en un momento de flujo, no estamos felices, dado que para experimentar la felicidad debemos focalizarnos en nuestro estado interior y eso nos llevaría a perder la atención respecto de lo que tenemos entre manos.

Si, por ejemplo, un montañero se parase para sentir la felicidad que experimenta cuando está ascendiendo un momento particularmente difícil de su escalada, perdería la concentración; perdería ese estado de coordinación entre el reto, sus capacidades y la alineación de todos sus recursos físicos y psíquicos que le permiten superarlo. Puede incluso caerse. Podríamos decir lo mismo de un cirujano que está absolutamente concentrado y ha olvidado todo aquello que le rodea, excepto lo pertinente para la operación. Ocurre lo mismo cuando un virtuoso músico está totalmente centrado en un concierto. Sería absolutamente imposible que pensase en sentirse feliz por lo bien que está realizando esa acción, ya que esta requiere de toda su habilidad y concentración.

A posteriori, cuando se ha completado el objetivo, sí que tenemos el placer de volver la vista atrás y analizar lo que ha pasado. Es en ese momento cuando empezamos a experimentar una gratitud y nos vemos inundados por el placer que nos aporta la excelencia de la experiencia que hemos llevado a cabo. Es entonces cuando nos sentimos felices. Ahora bien, evidentemente uno puede ser feliz sin experimentar estas situaciones de flujo. Podemos ser felices por el placer pasivo de estar tumbados, de sentir el sol o por la satisfacción que nos proporciona una relación serena. Esos momentos son también instantes que hay que atesorar, pero siempre dependen de circunstancias externas favorables, a diferencia de la felicidad que nos proporciona ese estado de flujo que, seguro, muchos han experimentado en su trabajo o resolviendo cuestiones difíciles.

La felicidad que produce el estado de flujo depende de nosotros y nos permite crecer, ya que desarrollamos nuestras capacidades cuando estamos en él. Por eso, la excelencia se adquiere a través del estado de flujo. Estas experiencias actúan como un imán para el aprendizaje y el desarrollo del conocimiento y nuevas capacidades.

Si con frecuencia nos sentimos demasiado aburridos para movernos hacia una zona de flujo y damos preferencia a otros “entretenimientos preparados” o incluso descendemos a la apatía directamente –mediante relajantes artificiales como pueden ser la droga o el alcohol–, no alcanzaremos un desarrollo personal. Para adquirir experiencias óptimas, es necesario invertir energía y que la voluntad y el esfuerzo se vean involucrados. Resulta muy poco habitual que las personas experimenten un estado de flujo en actividades pasivas de recreo.

Sin embargo, debe ser una meta para todos intentar experimentarlo lo más posible y de manera constante en nuestra vida y en nuestro trabajo. Para conseguirlo, es necesario elegir objetivos claros, con un retorno inmediato, y actuar ante las oportunidades con las capacidades equilibradas. Solo así encontraremos esa plena satisfacción que se obtiene al estar absolutamente concentrados y en un estado de alto rendimiento durante nuestro que hacer.

Por este motivo, los entornos laborales que tienen un buen ambiente, unos buenos objetivos, y promueven el desarrollo de las capacidades a través de enfrentarnos a los retos –retos equilibrados con nuestra capacidad, de modo que puedan ser conquistados– son los entornos más productivos. Si hacemos memoria, seguro que habremos estado en situaciones parecidas y habremos sentido la satisfacción que generan.


Mihay Csikszentmihalyi, director del Quality of Life Research Center, de Claremont Graduate University (California)

Artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº97 nov12