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La cuarta revolución

21 de Octubre de 2015

Adrian Wooldridge y John Micklethwait / Editorial Galaxia Gutenberg_

En la mayor parte de los estados de Occidente la desafección al gobierno se ha vuelto endémica. Parece que casi todos estamos resignados a que nada vaya a cambiar, y ello es preocupante. En respuesta a anteriores crisis de gobierno, ha habido tres grandes revoluciones, que a su vez han traído consigo el Estado-nación, el Estado liberal y el Estado del bienestar.

En cada una de ellas, Europa y Estados Unidos han marcado el ejemplo a seguir. Ahora estamos en medio de una cuarta revolución en la historia del Estado-nación, pero esta vez el modelo occidental corre el peligro de ser arrinconado.

La cuarta revolución encara la crisis en que estamos inmersos y mira hacia el futuro, haciendo un recorrido global de los estados y figuras más innovadores. En primera línea está el sistema asiático de raíz china, cuyos experimentos con un capitalismo dirigido por el Estado y una modernización autoritaria han desembocado en un increíble periodo de desarrollo. Otras naciones emergentes están produciendo sorprendentes ideas nuevas, desde el programa de Brasil de transferencias condicionadas de renta al intento de la India de aplicar técnicas de producción en masa en los hospitales. Eso no significa en absoluto que en esos gobiernos todo vaya bien, pero lo cierto es que han adoptado el espíritu de reformas y reinvención que en el pasado contribuyó tanto a la ventaja comparativa de Occidente.

El reto no es sólo lograr la máxima eficiencia sino ver qué valores políticos triunfarán en el siglo XXI, si los de la democracia y la libertad o los autoritarios que privilegian el orden y el control. Es mucho lo que está en juego.


¿Qué es La cuarta revolución?

Adrian Wooldridge: En el libro defendemos que el Estado es una herramienta esencial de ventaja competitiva para Occidente. Es lo que nos ha permitido, hasta ahora, estar delante de los demás. Gracias a la capacidad de inventar y reinventar el Estado, estamos aquí. 

La primera revolución es la basada en la capacidad de dar seguridad física. En los siglos XVI y XVII, se evita que los aristócratas luchen en guerras drásticas, se eliminan las batallas religiosas, y se preserva la soberanía nación-estado. Algo que nosotros relacionamos con una persona clave: el gran filósofo Thomas Hobbes y su libro Leviatán.

La segunda revolución es la liberal de final del siglo XVIII y principios del XIX, que sostiene que el Estado debe preocuparse por la libertad individual, haciendo a los gobiernos responsables de las personas y de la preservación de su libertad. Asociamos esta revolución con John Stuart Mill.

La tercera revolución, producida en la segunda mitad del XIX, se asocia con el concepto de Estado como proveedor de un mínimo de bienestar: pensiones, escuelas, hospitales; y la asociamos con las figuras del socialismo Fabiano, como Sidney y Beatrice Webb.

En la época de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, tuvo lugar una “medio revolución”, que intentó que el Estado diera marcha atrás, dejando de gestionar empresas, aduciendo que este no era la solución a nuestros problemas. Por un momento se detuvo, pero posteriormente continuó creciendo. 

Lo que argumentamos en el libro es que estamos viviendo el comienzo de una cuarta revolución, motivada por un cambio tecnológico masivo y que, una vez más, se cuestiona la esencia de la política: ¿Para qué sirve el Estado? ¿Existe para proveer de puestos de trabajo a los empleados públicos o de servicios a quienes pagan impuestos? ¿Existe para beneficiarse de la innovación tecnológica o debe resistirse a ella? No tengo la certeza a la hora de responder, pero sí el convencimiento de que el Estado no sirve para llegar a muchas de las cosas que hace en la actualidad.