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Juergen B. Donges: una revisión crítica de la Unión Europea

26 de Junio de 2014//
(Tiempo estimado: 9 - 17 minutos)

 

Gracias a la Fundación Rafael del Pino, hemos tenido la oportunidad de volver a charlar con Juergen B. Donges, catedrático Emérito de Ciencias Económicas y Senior Research Fellow del Instituto de Política Económica en la Universidad de Colonia, Alemania.

Donges fue vicepresidente del Instituto de Economía Mundial de Kiel y presidente de la Comisión para la Desregulación de la Economía, creada por el Gobierno Federal alemán. Entre 1995 y 1997, fue miembro de la Comisión del Gobierno Federal alemán sobre la reforma del sector público y, posteriormente, presidente del Consejo alemán de Expertos Económicos (los llamados Cinco Sabios).

Actualmente, es asesor científico de varias instituciones, entre las que destacan: German Research Institute (de las Organizaciones Empresariales Alemanas), Colonia; Centre for European Economic Integration, Bonn; Institute for Global Economics, Seúl; y el Instituto de Estudios Económicos, Madrid.

Es patrono de la Fundación ICO, así como asesor de la Fundación Rafael del Pino y miembro de varias academias científicas, entre ellas la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras de Barcelona. Además, es miembro del Consejo de Vigilancia de varias empresas alemanas.

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: En su última visita a Madrid, el economista Benjamin Cohen se mostraba preocupado frente al optimismo manifestado por algunas estructuras –como Fondo Monetario Internacional o G-20– que consideran que la crisis está prácticamente en vías de resolución. Por el contrario, él no excluía la posibilidad de una gran inestabilidad a corto y medio plazo, por una guerra de divisas, de manipulación en las tasas de cambio, etc. ¿Qué opina de este posible conato de guerra?

JUERGEN DONGES: Mientras le escuchaba, me venía a la cabeza la frase de Churchill: “Hacer previsiones es muy difícil, sobre todo si se refieren al futuro”. Por eso, este tipo de preocupaciones que acaba de mencionar citando a Cohen siempre son válidas, aunque yo lo argumento de otra forma. Creo que la crisis de la deuda soberana europea todavía no está terminada, con independencia de todo lo demás que pueda suceder en el mundo: enfriamiento de diversas economías emergentes, guerra de divisas, conflictos geopolíticos, etc. Si bien es verdad que por primera vez en este año parece que pueda haber un crecimiento en la zona euro, un tanto raquítico, es decir, que salimos de la recesión, sigue habiendo problemas de fondo. 

En primer lugar, el aspecto fiscal. Los déficits públicos son todavía demasiado elevados en diferentes países de la zona euro, España incluida; incluso Francia está diciendo que no puede cumplir con lo acordado con la Comisión Europea y que lo tendrá que aplazar. La deuda pública sigue subiendo y está muy por encima del umbral del 60%, que establece Maastricht; de hecho, la media está en torno al 90%, y la española rozando el 100%, y eso simplemente no es sostenible. Además, la mayoría de esta deuda es en una moneda que los países de la zona euro no pueden crear, ya sea en euros, dólares u otra. Esto es la gran diferencia con Estados Unidos cuya abultada deuda es en su propia  moneda; podrían deshacerse de ella generando inflación, aunque sea a costa de los acreedores extranjeros.

El segundo aspecto por el que creo que la crisis no está superada es por las numerosas deficiencias estructurales que persisten. Los esfuerzos mediante reformas estructurales han sido importantes, pero todavía debemos hacer la economía más flexible para poder asumir el reto de la competencia globalizada en los mercados y disponer de una buena capacidad de reacción frente a nuevos choques de demanda o de oferta. Ese es el riesgo. Percibo en España algún síntoma de autocomplacencia ante las reformas llevadas a cabo y la notable reducción de la prima de riesgo, que en buena parte se debe al anuncio del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, de julio de 2012 de tomar todas las iniciativas que sean necesarias para evitar una ruptura de la zona euro. De hecho, para los inversores financieros ya no existen países-riesgo en la eurozona. En España, el venidero calendario electoral bastante largo puede tentar al Gobierno a pensar que no es el momento adecuado para seguir tomando medidas impopulares; se acabará perdiendo definitivamente el curso reformista. Eso es lo que más me preocupa, con independencia de otros asuntos como el tema de las divisas con el cambio de la política monetaria de la Reserva Federal (el famoso tapering, que genera la retirada de capitales de los países emergentes, porque ahora sube la rentabilidad en Estados Unidos). Todas esas cuestiones siguen ahí, pero creo que tenemos suficiente con sanear la zona euro.

F.F.S.: Las políticas de austeridad del entorno europeo están generando cada vez más distorsiones entre el Norte y el Sur. Seguimos en una Europa que no da el paso para que, de una forma concertada, se produzcan transferencias internas y el euro consolide su capacidad de influencia, si no llegamos a una unión fiscal europea…

J.D.: Se habla mucho de esta unión fiscal europea, incluso para acercarnos más a una verdadera unión política, pero yo creo que esto es más un concepto voluntarista que una realidad. Creo que esto es algo que nos han enseñado las recientes elecciones al Parlamento Europeo. En mi opinión, todas las interpretaciones de la misma hay que hacerlas en clave nacional, y no europea.

Es importante explicar con claridad que una unión fiscal implica que cada país miembro de la zona euro renuncia a su soberanía en materia presupuestaria. Si tenemos en cuenta que un presupuesto estatal es el programa de un gobierno traducido a cifras, muchos parlamentarios nacionales perderían esa competencia “reina” y su cargo no tendría sentido. Yo no veo a Europa preparada para algo así, ni en Berlín, ni en Madrid, simplemente todavía no podemos dar ese salto cualitativo.

Personalmente, tampoco lo considero tan grave, porque la Unión Europea puede funcionar muy bien –y así lo hizo en las últimas décadas una vez establecido casi por completo el mercado único europeo– combinando soberanías nacionales con ideas y políticas europeas. La zona euro no es viable si hay países miembros que no pueden asumir un tipo de interés y un tipo de cambio comunes. Probablemente, cuando algún país se incorporó, no se percató de que había reglas comunes para todos que hay que aceptar.

Con respecto a las transferencias, la Unión Europea aplica los fondos estructurales, un sistema que considero como la parte de solidaridad de la Unión, pues normalmente son recibidos por las regiones más necesitadas. Ahora bien, desde mi punto de vista, no es solidaridad bien aplicada, sino perversa, el crear un mecanismo de transferencias continuas a países que no son capaces o no quieren aplicar las reglas del juego de la unión monetaria. Para mí, no es aceptable porque no hay ninguna legitimación democrática para esto. El hecho de que uno se haya endeudado demasiado, o no haya hecho las reformas en su momento, o haya negado una crisis, o el motivo que sea, acaba derivando en conflictos políticos entre los países miembros y creando un caldo de cultivo propicio para la aparición de dirigentes populistas. Al final, los prejuicios acaban calando y terminan en el euroescepticismo, como refleja la baja participación en las pasadas elecciones al Parlamento Europeo. 

Muchos ciudadanos pierden la confianza y la fe en el proyecto, y perciben a Europa como un mecanismo donde se hacen transferencias con poca transparencia y se trata de mancomunar deudas públicas y bancarias. En mi opinión, el futuro proyecto de Europa solo se garantiza si cada uno de los gobiernos, en su país, hace bien las cosas.

F.F.S.: Le entrevistamos nuevamente en la Fundación Rafael del Pino, donde en esta ocasión pronuncia la conferencia magistral “Vienen tiempos interesantes: el euro y la economía de mercado”. ¿Qué nos puede destacar de su charla?

J.D.: Una de las cuestiones en las que quiero insistir mucho es, como he mencionado al principio, en no echar las campanas al vuelo. Es cierto que ahora tenemos la posibilidad de salir del atolladero, si cada país sigue con contundencia lo que ha empezado. La política monetaria del BCE es muy expansiva y la necesaria consolidación fiscal procede a un ritmo más ralentizado. Pero los procesos de ajuste, hasta llegar a la economía real, son largos, hay que tener mucha paciencia hasta que puedan cosecharse por completo todos los frutos, sobre todo creando muchos nuevos empleos. 

También creo que hay que volver a los principios básicos del Tratado de Maastricht sobre la Unión Europea. Por un lado, restablecer la cláusula no bail-out, es decir, cada país es responsable de su propia actuación; así como el principio de que no es misión del BCE el financiar a ningún Estado. Creo que los políticos han ido asignando al BCE el trabajo sucio que ellos no quieren hacer, pues no desean tomar demasiadas políticas impopulares, pero esto acaba poniendo en tela de juicio la independencia y la reputación del Banco.

Como ciudadano, exijo que los líderes europeos cumplan los principios que ellos mismos han firmado, porque es importante para el buen funcionamiento de la economía de mercado y para el euro.

Un tercer aspecto es el tema de la deflación, que ahora se discute mucho. Si tuviéramos una fase duradera de caída del nivel de precios sería un problema, pero no es así. Lo que tenemos es una desinflación, que en buena parte refleja la llamada devaluación interna, a todas luces necesaria, en los países periféricos (reducción de precios, salarios y costes unitarios laborales). Una inflación baja es saludable para la economía, porque el mecanismo de los precios relativos puede ejercer mejor su función de asignar los recursos productivos a los fines más eficientes. Los que evocan el fantasma de la deflación quieren presionar al Banco Central Europeo a que baje más los tipos de interés y adopte otras políticas más expansivas, algo que interesa al Estado para poder endeudarse a menos coste, a muchos inversores en la Bolsa para que suban las cotizaciones y a los exportadores de bienes y servicios porque se depreciaría el euro. De hecho, me sorprende que se diga con tanta ligereza que necesitamos inflación para que haya crecimiento económico, sin darse cuenta de que la inflación no es otra cosa que una política de redistribución de ingresos subrepticia, porque los que pagan son todos los que perciben rentas fijas (pensionistas, los trabajadores con sus salarios), así como los acreedores y los ahorradores, mientras que los beneficiados son los deudores públicos y privados, los especuladores… Evidentemente, eso no es bueno. 

El último aspecto es robustecer la unión monetaria europea, lo cual implica dos cuestiones. Por un lado, la unión bancaria europea, un tema que no se consideró en el momento de hacer el Tratado de Maastricht, porque simplemente pensamos que si había una unión monetaria también habría una unión financiera, sin estas diferencias de tipos de interés entre los países como las que tenemos, pero no ha sido así. Hemos visto cómo los bancos con sus operaciones pueden crear problemas sui generis que luego contagian al Estado que tiene que salir al rescate, y viceversa. Creo que esta es una de las lecciones que hemos aprendido y, por lo tanto, es una buena señal el que vayamos hacia la unión bancaria europea y que ya hayamos establecido dos pilares básicos: el de la supervisión bancaria común a cargo del BCE, que empezará en noviembre, y el de la creación de un mecanismo único de reestructuración o liquidación de entidades maltrechas, a partir de enero.

Además, lo hemos hecho con un cambio de filosofía fundamental. Hasta ahora, si un banco había tenido problemas podía pedir un rescate que era pagado por los contribuyentes extranjeros, o como en el caso de Alemania por los contribuyentes alemanes; pero en cualquier caso siempre por los contribuyentes. Los bancos gozaban de una protección implícita, si eran considerados demasiado grandes (“too-big-to-fail”) o estaban internacionalmente muy vinculados entre sí (“too-interconnected-to-fail”). Esta filosofía se cambia. Los bancos pueden quebrar. Se establece el bail in, es decir, los primeros que tienen que asumir el coste de una reestructuración o de una liquidación de una entidad financiera son, como en cualquier empresa, los propietarios, los accionistas; luego los bonistas, es decir, los que hayan comprado títulos corporativos; y después los grandes depositantes de estos bancos (más de los 100.000 euros por cuenta que están garantizados). Si todo eso no fuera suficiente, entonces empezaríamos a pensar en los contribuyentes del país donde esté la entidad, más los de otros países si fuera necesario. Creo que es la forma de incentivar a las entidades financieras a que se piensen muy bien qué tipo de operaciones hacen, y no vuelvan a meterse en riesgos que no controlan ni entienden, como sucedió hace años, y que luego nos han llevado a la gran crisis financiera.

Dentro de esa unión bancaria europea, otra tarea que aún no se ha resuelto es cómo tratar a los bonos de Estado en los balances bancarios. Hasta ahora, y con arreglo a lo que dispone Basilea III, tratamos estos fondos como exentos de riesgo que no hay que provisionar, pero hemos aprendido que estos bonos tienen su riesgo. Por lo tanto, hay que ir estableciendo un mecanismo, que técnicamente es complicado, e ir familiarizándose con la idea de que son activos que acarrean un riesgo y que, según el riesgo de solvencia que tengan, hay que provisionar con un capital. Creo que esta es una tarea que posiblemente atraiga la atención en los próximos tiempos.

Lo que no considero tan esencial, a pesar de que es algo que se discute mucho en España, es la necesidad de unos fondos de garantía comunes. Es suficiente que en todos los países se apliquen los mismos estándares, rigurosos. Opino que una lección de lo sucedido en los últimos años es que necesitamos un régimen concursal para Estados, pues estos también pueden quebrar. No se trata de liquidarlos, sino de tener reglas transparentes y coherentes sobre los procedimientos a aplicar antes de que se produzca la siguiente crisis. Además no es una idea nueva, pues el FMI ya lo pretendió hace más de una década, mediante un intento de establecer un régimen concursal a nivel global. Hay que evitar todo lo que pueda llevar a un Estado a endeudarse desmesuradamente y advertirle de lo que eso puede suponer, para evitarlo. 

La reglas tienen la función de protegernos a nosotros mismos y de establecer un orden para que un colectivo pueda funcionar, aunque individualmente seamos todos tan diferentes. Una economía de mercado solo puede progresar con reglas que se respetan, siendo la competencia en los mercados la más importante de ellas. 

F.F.S.: Mencionaba antes la deflación. En España sí se ha producido una importante reducción en el coste empresarial, vistos los resultados de la competitividad internacional que hemos alcanzado. ¿Qué lecciones positivas debería reforzar nuestro país?

J.D.: Llama deflación a lo que yo llamo devaluación interna. En tiempos de la peseta, si las empresas no eran competitivas, se devaluaba, y esto volvía a dar una cierta competitividad vía precio a las empresas. Como ahora ya no tenemos la peseta, hay que hacer una devaluación interna. 

En este sentido, creo que España tampoco la ha completado del todo, pero lo ha hecho bastante bien, porque el nivel de precios apenas sube, incluso ha bajado algunos meses. Si se rebajan los salarios, si hay menos demanda interna para alimentos o si se importan menos productos energéticos por la recesión, todo esto influye en el IPC y todo baja. Sin embargo, eso no es deflación, sino un proceso de ajuste absolutamente necesario.

La corrección de los continuos aumentos de los costes laborales unitarios ha motivado una mayor productividad. Cuando el paro aumenta, también lo hace la productividad, porque normalmente los primeros que se van del mercado son los menos productivos. No obstante, lo deseable sería que hubiera avances en la productividad laboral con elevados niveles de empleo.

La parte positiva del aumento de la productividad son los ajustes llevados a cabo. Desde el punto de vista macroeconómico, el derrumbe del sector de la construcción ha producido mucho desempleo, pero también una limpieza del mercado que ha permitido liberar recursos. Igualmente, las reformas del sector público, aunque quede mucho por hacer, han mejorado la productividad. 

En conclusión, los cambios estructurales de la economía española inciden positivamente en la evolución de la productividad, y los grandes beneficiados son los exportadores. Creo que por primera vez en la historia reciente de España, muchas empresas han empezado a entender que su mercado no es solamente el nacional, ni siquiera el europeo. Esto es algo que la banca española ha sabido comprender desde hace años, por eso yo invitaría a la empresa industrial española a hacer el camino de la exportación, y a ser más abiertos y decididos a la innovación tecnológica. En Alemania, la empresa gasta casi el 3% del PIB en I+D. La innovación tecnológica es fundamental, porque España no va a poder competir en precio con los emergentes, pues tiene otros niveles de salario, quiere mayor calidad de vida, etc. Por eso, hay que buscar otros parámetros y atributos que sustituyan al precio, y que justifiquen ser un poco más caro en un producto determinado, ya sea por contenidos tecnológicos, aspectos ecológicos, calidad, y sobre todo buen servicio post-venta, algo fundamental para fidelizar al cliente y que es uno de los factores explicativos de la potencia exportadora de la empresa alemana, que igualmente la empresa española puede aprender.

F.F.S.: El año pasado, Bill Clinton fue invitado a Madrid por la Universidad Europea para participar en unas jornadas sobre empleo juvenil, en las que recomendó a los españoles copiar el modelo alemán de formación profesional. ¿Hasta qué punto esta educación ha sido un factor diferencial de la industria alemana?

J.D.: El sistema dual de formación alemana es algo en lo que yo también llevo insistiendo muchos años, porque tiene un impacto enorme y porque de ahí sale la mayor parte de nuestra mano de obra cualificada. 

En el sistema alemán hay definidos 98 oficios, que incluyen largas formaciones en la empresa para aprender el oficio y también formación teórica en escuelas especializadas. Después de dos años o dos años y medio de formación, los alumnos tienen que someterse a exámenes muy rigurosos en las Cámaras de Comercio e Industria, para obtener el certificado que les acredite como mano de obra cualificada, algo muy importante para la competitividad de la empresa alemana.

Suelo decir que para ir a la universidad uno debe tener bastante curiosidad intelectual. En la universidad se aprenden capacidades analíticas y otro tipo de conocimientos. Creo que en España hay muchos jóvenes que van a la universidad sin saber para qué y me llama la atención que algunos incluso decidan la carrera que van a tomar según la nota que consigan.

La empresa española todavía no está lo suficientemente mentalizada de la importancia de los regímenes de formación profesional que, por supuesto, tienen un coste, pero son una inversión en una mano de obra cualificada de la que podrán disponer en el mañana. Actualmente, la preocupación en Alemania es que nos estamos quedando escasos de mano de obra cualificada en oficios centrales para la comunidad internacional por razones demográficas.


 

Entrevista publicada en Executive Excellence nº113 jun2014