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Isidró Fainé: “La legitimidad del liderazgo empresarial se construye cada vez más desde su utilidad social”

(Tiempo estimado: 6 - 12 minutos)
Isidro Fainé

Isidro Fainé, en la clausura del XXIV Congreso de Directivos CEDE_

"Desde su creación, la CEDE se mueve en un propósito claro ayudar al directivo a adaptarse a los tiempos cambiantes, ofreciéndole formación, diálogo y una visión positiva de nuestra función social, porque todo esto lo hacemos con el deseo de enriquecer los grandes debates de la sociedad.

Hoy hemos vuelto a constatar que los empresarios y directivos vivimos tiempos intensos, cambiantes y muy exigentes. La mayoría de los retos y también de las oportunidades que tenemos por delante surgen a partir de algunas grandes fuerzas globales que todos conocemos muy bien. Son fuerzas que analizamos una y otra vez, como el proceso de la integración europea –tema central de este XXIV Congreso de Directivos CEDE–, pero también de otras fuerzas cruciales, tales como las crecientes desigualdades sociales y la polarización política, los conflictos geopolíticos internacionales, el cambio climático y la transición demográfica y, por supuesto, la revolución tecnológica que está transformando la economía y la propia sociedad.

Todas estas megatendencias inciden de manera directa en el modo en cómo gestionamos nuestras empresas y en cómo ejercemos la función directiva. Son fuerzas que ya repercuten sobre la estrategia, las cadenas de suministro, la gestión del talento, la cultura organizativa y otros muchos elementos de la vida de las empresas que afectan, en definitiva, la esencia de nuestra labor como líderes, que no es otra cosa que marcar el rumbo, inspirar y acompañar a nuestros equipos.

Los directivos y empresarios tenemos la capacidad y también la responsabilidad de marcar la diferencia desde un liderazgo consciente, comprometido y humano

Dirigir una empresa hoy exige estar dispuestos a moverse entre la incertidumbre, las oportunidades, saber anticiparse a los cambios del mercado y mantener siempre la confianza en nuestras propias capacidades. Y es precisamente esta confianza la que debemos preservar y fortalecer, porque ante tanta complejidad en el entorno, a veces podríamos pensar que todo nos supera, pero ni tiene por qué ser así, ni por supuesto, es así.

Los directivos y empresarios tenemos la capacidad y también la responsabilidad de marcar la diferencia desde un liderazgo consciente, comprometido y humano. No nos limitamos a gestionar cifras y balances, sino que hacemos algo más trascendente: gestionar confianza. Alimentamos expectativas y construimos un mejor futuro para todos.

No nos limitamos a gestionar cifras y balances, sino que hacemos algo más trascendente: gestionar confianza. Alimentamos expectativas y construimos un mejor futuro para todos

Como de forma magistral ya describió Joseph Schumpeter, el papel del empresario y del directivo hace años consiste en reinventar y regenerar el patrón de creación de riqueza y bienestar a través de saber asumir riesgos e innovar, para de ese modo mejorar las formas de producir y dar servicio o mejor servicio a los clientes. El poder de la destrucción creativa que Schumpeter analizó tan a fondo no sería posible sin líderes valientes que sean capaces de descifrar las señales del mercado y convertirlas en propuestas de valor para la sociedad.

Los directivos y empresarios tenemos que sentirnos orgullosos de reivindicar esta contribución que hacemos al bien común y, a la vez, debemos ser conscientes de que los cambios del entorno están transformando las relaciones económicas y sociales, y también la escala de valores en nuestras sociedades occidentales. Por eso, hoy se espera de los líderes empresariales no solo eficiencia, sino también ejemplaridad y compromiso social. Es decir, la legitimidad del liderazgo empresarial se construye cada vez más desde su utilidad social.

Hoy se espera de los líderes empresariales no solo eficiencia, sino también ejemplaridad y compromiso social

Si algo no podemos permitirnos es ignorar las señales que nos alertan de que nuestro papel como empresarios y directivos puede verse cuestionado o debilitado en el imaginario social. Me refiero a que a menudo escuchamos discursos que idealizan la IA como sustituto de la capacidad decisoria humana. También proliferan narrativas que reducen al directivo a un mero gestor de beneficios y olvidan su función emprendedora y transformadora y social. Frente a estas visiones parciales, debemos reivindicar con firmeza que para conseguir un futuro mejor, el papel del empresario, del directivo sigue siendo y seguirá siendo del todo esencial, con el apoyo de las políticas públicas; porque somos agentes de cambio, personas que arriesgan e innovan, que crean bienestar y empleo digno. Y sin duda, en mi opinión, tener un trabajo digno y satisfactorio sigue siendo un pilar fundamental de bienestar a las personas.

¿Cómo poner en valor nuestra aportación ante la sociedad?

2025R Isidro Faine cede 400A ese respecto, me viene a la memoria una frase muy certera que leí de una gran directiva: “La percepción del cliente es la realidad de la empresa”. Pues bien, de forma análoga, podríamos afirmar que la percepción que tiene la sociedad sobre los empresarios y directivos es nuestra realidad. Por eso, el camino para mejorar nuestro encaje social no es tanto defendernos con palabras, sino construyendo con hechos una realidad empresarial que está basada en principios sólidos de buena gestión. Y es en torno a estos principios donde quisiera centrar algunas breves reflexiones.

Proliferan narrativas que reducen al directivo a un mero gestor de beneficios y olvidan su función emprendedora y transformadora y social

Cuatro ideas fuerza

1. La base de todo: pongamos a las personas en el centro de nuestra función. En este mundo cada vez más tecnológico y automatizado, es imprescindible no olvidar lo esencial que son las personas. Gestionar bien el talento no es una opción, es un imperativo estratégico. Dicho de otro modo, construir equipos capacitados y motivados es la base para sostener los resultados de la empresa y generar valor real. Y esto comienza con algo tan elemental y tan difícil como elegir bien a las personas de nuestro equipo. En esta tarea, resulta clave ser consciente de que el talento en un equipo no es la suma de sus partes, sino que es más bien una multiplicación. En mi modesta opinión, ni la mejor tecnología ni el presupuesto más generoso pueden compensar una elección equivocada o una gestión deficiente del equipo, porque ciertamente reclutar bien no basta. Además, hay que organizar, integrar, motivar y, sobre todo, acompañar y hacer crecer a nuestras personas o a nuestra gente. Liderar no es solo dirigir tareas, sino también inspirar emociones positivas y crear verdadera confianza, cosa que no es nada fácil. Personalmente, lo que he aprendido de los grandes directivos que he conocido me lleva a varios consejos: tratemos a nuestros equipos con humanidad, gratitud y justicia; reconozcamos el mérito con objetividad; mantengamos viva la llama de la confianza y del compromiso. Y todo ello sabiendo que las personas pueden olvidar fácilmente lo que les dijimos, pero nunca olvidarán cómo les hicimos sentir.

Gestionar bien el talento no es una opción, es un imperativo estratégico

En definitiva, cuidar a las personas es la clave para conseguir un buen ambiente de trabajo. Como muy bien argumentó el gran profesor Edwards Deming, uno de los pensadores más influyentes del management moderno: “La calidad de una organización depende de la calidad de los vínculos humanos que en ella”.

Liderar no es solo dirigir tareas, sino también inspirar emociones positivas y crear verdadera confianza

2. Abunda en tres cualidades del buen liderazgo: empatía, resiliencia y autenticidad. No hay duda de que la experiencia, la formación o la capacidad organizativa son ingredientes importantes para el éxito del directivo, pero lo que realmente diferencia a los buenos directivos es su inteligencia emocional. Hace algunos años, otro eminente profesor, Daniel Goleman, demostró que cualidades tales como la empatía, la autoconciencia o la autorregulación son más determinantes que el coeficiente intelectual para que el directivo pueda desempeñar bien sus funciones. El líder emocionalmente inteligente no reacciona por impulsos, actúa con conciencia, con sensibilidad y con visión de largo plazo y crea entornos de trabajo seguros, motivadores y comprometidos. Porque sabe lo que lo que le mueve a las personas no es solo el salario o el poder, sino el sentirse valorados, comprendidos y escuchados. Es decir, no se lidera desde la distancia ni desde la superioridad, sino desde la cercanía y dispensando siempre un buen trato. 

El líder emocionalmente inteligente no reacciona por impulsos, actúa con conciencia, con sensibilidad y con visión de largo plazo y crea entornos de trabajo seguros, motivadores y comprometidos

Liderar no consiste en imponer, consiste en proponer, escuchar, convencer y servir. De hecho, para liderar en positivo se necesita abrir el corazón, cultivar buenos hábitos en las relaciones con todos y desarrollar la habilidad de inspirar y guiar al equipo. Todo eso lleva consigo también la voluntad de escuchar más que de hablar, al saber utilizar los silencios y tener siempre abierta la mente para aprender. Y sobre todo, implica resiliencia; porque, como gráficamente suele decirse, el buen liderazgo es parecido al bambú, sólido pero flexible.

La resiliencia nace cuando se acepta que no siempre acertamos, crece cuando existe determinación para aprender de los errores, y madura cuando se tiene el coraje para levantarse y seguir adelante.

La resiliencia nace cuando se acepta que no siempre acertamos, crece cuando existe determinación para aprender de los errores, y madura cuando se tiene el coraje para levantarse y seguir adelante

El directivo no está en su puesto para eludir el riesgo de cometer errores, sino para afrontarlos con coraje y convertirlos en aprendizaje y en fuerza para ir avanzando. Y, en todo este proceso de brega, el líder auténtico se pone al servicio de su equipo, asume la responsabilidad de los resultados y da la cara en los momentos difíciles, sin esconderse, disimular ni fingir

3. Orientemos la función directiva hacia tres cualidades esenciales: rigor, humildad y ejemplaridad. En CEDE animamos a los directivos para que establezcan metas ambiciosas y actúen extremando el rigor en sus decisiones. Pero no un rigor entendido como rigidez o severidad, sino como la necesidad de apoyarse en conocimientos contrastados, dejando espacio para las intuiciones sensatas, controlando los riesgos y con algo fundamental, siendo muy claros al establecer y comunicar los objetivos y prioridades. Porque, como dice ya la célebre cita de Séneca: “No hay viento favorable para quien no sabe a dónde va”.

Para que el rigor sea efectivo, necesitamos extraer desde nuestro interior coraje, inconformismo y ambición sana, porque –como de manera incisiva observó Bernard Shaw– el mundo no lo cambian ni los acomodados ni los resignados, sino quienes se atreven a pensar de otras formas y además se ponen manos a la obra con determinación. En definitiva, el rigor al que me estoy refiriendo culmina cuando se llega a tomar decisiones que combinan inteligencia, intuición, realismo, imaginación, celeridad y determinación.

Para que el rigor sea efectivo, necesitamos extraer desde nuestro interior coraje, inconformismo y ambición sana

Todo esto puede parecer un compendio de virtudes idílicas, pero lo cierto es que con trabajo personal y apoyándonos en el equipo, están perfectamente a nuestro alcance.

Sobre todo, conviene recordar siempre dos lecciones de vida definitivas: se lidera con el ejemplo y no hay liderazgo posible si las personas de nuestro equipo no confían en nuestra honestidad ni en nuestras intenciones.

4. Anticipémonos al mercado, sin perder el sentido social de la empresa. Vivimos una época de grandes transformaciones tecnológicas, económicas y sociales. Es decir, el cambio es constante y la velocidad con que se produce nos obliga a estar en adaptación permanente. Por lo tanto, la planificación estratégica es imprescindible, pero solo será eficaz si va acompañada de flexibilidad, rapidez de respuesta y visión integral. Dicho de otra manera, creo que es aconsejable que nuestros planes estratégicos de acción sean implementables y flexibles, que orienten, pero que no limiten; que inspiren, pero que no impongan.

En el marco de dichos planes, como directivos que aspiramos a la excelencia, sabemos que nos toca intentar anticiparnos al mercado, innovar. Como dijo Steve Jobs: “La innovación es lo que distingue a un líder de un seguidor”. Y dirigir con una mirada amplia que integre lo económico, lo tecnológico, lo humanista y lo social. Esta última frase constituye, en mi opinión, la idea más importante que hoy quisiera transmitir, a saber, que nuestras acciones y nuestras decisiones deben estar guiadas por valores humanistas y sociales.

Nuestras acciones y decisiones deben estar guiadas por valores humanistas y sociales

Esto entraña dos consideraciones fundamentales. Por un lado, la coherencia entre los valores personales del directivo y los de la empresa debe ser visible, genuina y sincera. En paralelo, el compromiso de la dirección con el propósito social de la empresa debe ser explícito, porque –como apunté al inicio–, nuestras decisiones no solo deben generar eficiencia, sino también contribuir a un modelo de sociedad más justo, más inclusivo y más sostenible; en definitiva, más humano.

Solo se progresa cuando se mira lejos, se piensa en grande, se actúa con pasión y se obra con bondad. Estas son cualidades que corresponden solo a las personas

Como institución de referencia, tenemos la ambición de contribuir a que las empresas españolas sigan siendo motores del progreso y vectores de la cohesión social. Queremos ser siempre directivos conscientes de que el liderazgo no es una posición de dominio, sino una actitud de servicio. Recordando las sabias enseñanzas de ilustres pensadores como Ortega y Gasset, Giner de los Ríos o el aragonés Ramón y Cajal, sabemos que solo se progresa cuando se mira lejos, se piensa en grande, se actúa con pasión y se obra con bondad. Estas son cualidades que corresponden solo a las personas y, por ello mismo, en última instancia, el futuro de nuestras empresas y también la prosperidad de la sociedad, no lo determinarán ni las máquinas, ni los mercados, ni las regulaciones, ni la IA, sino que dependerá de nuestra capacidad humana para pensar y obrar con sentido, sabiduría, propósito y, por qué no decirlo, también con el alma.


Isidro Fainé, presidente de la Fundación ”la Caixa” y de la Fundación CEDE, en la clausura del XXIV Congreso de Directivos CEDE celebrado en Zaragoza, bajo el lema “Europa: del diagnóstico a la acción”.

Publicado en noviembre de 2025.


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