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Estrategias de renovación para Europa

(Tiempo estimado: 7 - 13 minutos)

Con motivo de la publicación en español de su libro, Reescribir las reglas de la economía europea: propuestas para el crecimiento y la prosperidad compartida (Antoni Bosch editor), e invitado por la Fundación Rafael del Pino, Stiglitz reflexionó con Enrique Feás sobre las debilidades y el potencial de la economía europea. Estas fueron algunas de sus declaraciones:

NUEVO ESCENARIO MACROECONÓMICO EN EUROPA

ENRIQUE FEÁS: En su obra plantea una serie de pautas para recuperar la realidad económica tras la pandemia del Covid. ¿Cree que la UE ha aprendido de los errores del pasado?

JOSEPH STIGLITZ: Espero que sí. Las acciones emprendidas dan a entender que la mayoría de los países lo han hecho. Los estados que más dudaban han comprendido que si Europa iba a sobrevivir era necesario autorizar la emisión de los eurobonos y que no podían imponer las mismas medidas de austeridad que en 2010, que claramente no fueron buenas para Europa en términos generales ni ayudaron a aquellos países que más sufrieron los efectos de la crisis.

E.F.: También nos recuerda que a la eurozona le faltan herramientas para inversiones. Es curioso que aunque hay un cierto consenso, algunos países siguen teniendo dudas debido, probablemente, a un problema del riesgo moral. ¿Cómo puede la UE conseguir esta confianza entre los estados del norte y del sur para fortalecer al euro y tener la certeza de que las reformas estructurales necesarias en algunos países se consiguen?

J.S.: Lo del riesgo moral como argumento es exagerado. Ningún país, ningún gobierno del mundo quiere pasar por el tipo de crisis que se han visto obligados a superar Grecia, Irlanda o España. Estos países no han sufrido las crisis para que los demás les pagaran. Tanto España como Irlanda habían hecho todo bien desde el punto de vista del Pacto de Estabilidad. De hecho, ambos tenían excedentes antes de la crisis, así que no se les puede culpar por no haber cumplido las reglas básicas.

Existe un marco que plantea cómo mitigar estas preocupaciones, según el cual cada país tiene un porcentaje normal de desempleo. Cuando este se supera, hay que hacer transferencias de un país a otro. Por supuesto, todos los estados van a hacer lo posible para reducir el nivel normal, porque nadie quiere tener una gran tasa de desempleo y, además, a medida que ese nivel va descendiendo, será necesario retocar los puntos gatillo para las transferencias.


Europa ha conseguido acercar a los países, y esto es algo que se percibe sobre todo entre los jóvenes, que asumen que parte de su identidad es europea


E.F.: Para cerciorarnos de que se implementan las reformas, ¿cree que las decisiones comunes son imprescindibles o el semestre europeo es algo más justo que lo de la troika?

J.S.: Creo que se ha de comentar, pero la experiencia que tuvimos durante la crisis del euro nos dice que muchas de las llamadas reformas estructurales no fueron diseñadas con la idea de que la economía se tornara más eficiente, sino que subyacían intereses especiales que reflejaban ideologías. Los sindicatos quedaron debilitados, y hay quien piensa que se deberían haber implantado medidas más contundentes en relación con la competencia. Algunos incluso defienden la idea de los campeones nacionales. Yo creo que no se ha llegado a un consenso en algunos de los aspectos clave, que son los que permiten una economía dinámica, a la hora de imponer esta ideología en una parte de Europa y no en otra.


La crisis del euro nos dice que muchas de las llamadas reformas estructurales no fueron diseñadas con la idea de que la economía se tornara más eficiente


E.F.: También señala que no existe una vuelta atrás fácil con respecto a ciertos cambios económicos de los últimos años y que estamos limitados por parte de la globalización internacional. ¿Se nos están agotando las herramientas macroeconómicas? ¿Son conscientes de esto los nacionalistas en Europa?

J.S.: Hace falta más integración. Durante los últimos 50 años, Europa ha conseguido acercar a los países, y esto es algo que se percibe sobre todo entre los jóvenes, que se ven a sí mismos como europeos. Franceses, italianos o españoles, pero europeos también. Parte de su identidad es europea, y esto es un éxito del proyecto comunitario. En cuanto a la integración global, sin embargo, el asunto es un poquito más complicado.

Dentro de Europa sí hay una comprensión común. Se entiende que la democracia y los derechos humanos son importantes, aunque es cierto que algunos países no lo comparten plenamente. La pregunta sería si deberían formar parte de este grupo, pero hablo únicamente de un par de países.

EE.UU., por su parte, se cuestiona si es posible desacoplarse de China, especialmente en relación con la tecnología, porque existe una notable diferencia de valores entre ambos. Entonces, la duda es: ¿cómo conseguimos las ventajas comparativas al mismo tiempo que competimos de manera intensa, intentando hacernos con los corazones y las mentes del tercer mundo como África, Latinoamérica o algunas partes de Asia? Y creo que este es uno de los asuntos que más debate va a provocar en los años venideros.

E.F.: El big data y la IA resultan útiles en términos comerciales, pero curiosamente solo el sector privado monetiza estas tecnologías. ¿Podrían ser aprovechadas por el público?

J.S.: Existen muchas alternativas para que eso ocurra. Por una parte, los datos permiten mejorar la calidad de, por ejemplo, el sistema sanitario y los sistemas sociales o monitorizar la economía para garantizar que la estabilidad se mantiene. Pero, por otra parte, me parece relevante que el gobierno ocupe un lugar más destacado del que ha tenido en el pasado en el diseño de normas para las grandes tecnológicas, las cuales ostentan un gran peso económico y trastocan todos los aspectos de nuestra vida, provocando un aumento de las desigualdades.

Podríamos decir que no han sido buenos jugadores, pues han invadido nuestra privacidad y aprovechado la fuerza de mercado de diferentes maneras. El debate de las big tech ha evolucionado notablemente en la última década. A principios de este siglo resaltábamos sus virtudes, pero ahora somos conscientes de que también tienen un lado oscuro. Han sido dañinas para los particulares y para la sociedad, han incitado a la violencia, al odio, han fomentado la desinformación, los movimientos anti-vacunas…

Europa se sitúa a la cabeza en el desarrollo de normas cuyo objetivo es, de alguna forma, controlar a estos gigantes digitales. El G20 se está esmerando para conseguir que se les pueda cobrar impuestos y también está haciendo un seguimiento para evitar que haya abuso de poder.

Permítame recalcar que cuando, por ejemplo, facilitan la fijación de precios discriminatoria, que es exactamente lo que han hecho, se socavan los cimientos de la eficiencia en una economía de mercado. Y que cuando participan en una evasión masiva de impuestos, también afecta a lo público, pues no se recauda lo necesario para que la sociedad funcione como queremos.

GARANTIZAR UNA COMPETENCIA JUSTA

E.F.: Los políticos europeos insisten en la necesidad de contrarrestar el poder de las GAFA, así como de crear campeones europeos en algunas instancias. ¿Podríamos desarrollar una competición multilateral y un marco para impulsar su desarrollo que protegiera a los trabajadores y las empresas de la competencia desleal y también de un cierto abuso de mercado nacional?

J.S.: Creo que hace falta una autoridad internacional que regule este tipo de cosas. En un mundo globalizado, tiene que haber una normativa que se centre en la competencia desleal y el anti-monopolio, tanto a nivel estatal, como nacional y supra nacional.

Europa debería tener en cuenta que en muchas instancias la mejor manera de competir es precisamente creando competencia. El problema con los campeones nacionales es que su poder de mercado es tal que no tienen que ser tan dinámicos como lo serían si tuvieran más competencia, así que en muchos aspectos esta idea de que podemos ganar solamente si tenemos gigantes es una premisa falsa. También es posible ganar con empresas más pequeñas y ágiles.   

E.F.: Estas súper potencias buscan penetrar en otros sectores. De hecho, las fintech están intentando convertirse en bancos. ¿Cuál será el efecto de estos cambios?

J.S.: Sin duda habrá más complejidad. La actividad del préstamo se va a gestionar mejor, pero todas estas compañías van a poder utilizar la información que tienen sobre sus clientes para llevar a cabo acciones discriminatorias. En algunas partes de EE.UU., las empresas ya están usando estos datos. Por ejemplo, han comprobado que las personas pobres viven en lugares donde hay menos tiendas y, como la oferta es limitada, pueden subir los precios sin perder a sus clientes. Los gigantes digitales, y también las tiendas de a pie, aprovechan para poner precios más altos, y esto se acaba convirtiendo en una discriminación racial. Es un problema muy importante y habrá que tomar decisiones legales al respecto, porque una cosa es que afecte a los bienes de consumo y otra que pase a la actividad crediticia.


Si queremos una economía competitiva, hay que desarrollar un sistema regulatorio mayor que limite el uso de datos o que permita que formen parte de un patrimonio común


Si queremos mantener una economía competitiva sería conveniente desarrollar un sistema regulatorio mayor que limitara el uso de datos o que permitiera que formen parte de un patrimonio común, para que todo el mundo tenga acceso a ellos.

Hay quien dice que EE.UU. se está convirtiendo en un país vigilante como China, pero en vez del gobierno son algunas empresas las que vigilan a los ciudadanos para asegurarse de que disponen de toda la información relevante. Ninguno de los dos sistemas es bueno para los ciudadanos. 

E.F.: Ha comentado que haría falta una fiscalidad más justa, porque algunas empresas se aprovechan de la situación y acaban en paraísos fiscales. ¿Qué se puede hacer con aquellos países de la UE que proponen una política fiscal agresiva?

J.S.: Más que agresiva, diría política depredadora, porque lo que han hecho estos países es arrebatar ingresos que deberían haber acabado en las arcas de otros estados europeos. Las empresas que se han apuntado en los registros de Irlanda o Luxemburgo han pagado poquísimos impuestos y esto tampoco ha beneficiado a esos países, únicamente a las empresas. Esta falta de solidaridad dentro de Europa me parece escandalosa.

Cuando se fundó Europa, el proyecto comprendía que las acciones en un país podían afectar negativamente a otros, y se decidió limitar estas externalidades a través del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, aunque poco después se dieron cuenta de que no era así.

Hemos aprendido que lo que nos preocupa inicialmente no es el problema de verdad. Por supuesto que debería haber un pacto común y, de hecho, se está buscando un marco multinacional corporativo. Algunos paraísos fiscales probablemente se opongan y puede que el resto de Europa tenga que tomar medidas con estos países que intentan robar a sus vecinos.


Quizá algún país necesite ayuda para dejar de ser un paraíso fiscal y ocupar un papel más constructivo en Europa


Espero que haya un mayor y mejor entendimiento entre los países europeos y los paraísos fiscales. Confío en que comprendan que la solución ha de estar basada en la cooperación. Quizá algunos necesiten ayuda para dejar de ser paraísos fiscales y ocupar un papel más constructivo en Europa, porque no creo que ningún país esté orgulloso de un modelo de negocio que se base en ser un paraíso fiscal.

REFORMA DEL ESTADO DE BIENESTAR

E.F.: En el libro se refiere a la correlación entre el deterioro de las condiciones laborales y el debilitamiento de los sindicatos. ¿Cómo proteger hoy los derechos de aquellos trabajadores que no tienen un contrato fijo?

J.S.: Es necesario pensar cómo se puede incluir a aquellos trabajadores que han quedado fuera del marco al que se remitía el sindicato tradicional. Los sindicatos han sabido reconocer que desempeñan un papel no solo a la hora de defender los derechos de los trabajadores en la mesa de negociación, sino también en el escenario político. Hace un tiempo se planteaban un mundo de nosotros contra ellos, pero se han dado cuenta de que la solidaridad entre sindicados y no sindicados es imprescindible. La política del siglo XXI debe basarse en un abordaje más inclusivo que defienda los intereses de las personas.

E.F.: Afirma que hace falta una reforma del sistema que se basa en la multilateralidad. ¿Es posible reformar la gobernanza de la globalización, sin una implicación activa de las autoridades?

J.S.: Creo que Europa tiene que estar más segura de sí misma. En términos de tamaño, tiene una economía igual que la de EE.UU. y más habitantes. No tiene la misma fuerza militar pero sí más recursos y, por tanto, puede centrarse en el bien público global: ayudar a países en desarrollo y a sus propios ciudadanos.

El poder militar no va a determinar el futuro, el poder blando –de principios– sí. Este tipo de poder ejerce actualmente mucha influencia en todo el mundo y me parece que Europa necesita ser más asertiva en relación con qué mundo piensa que debería crear, y reconocer que ese poder blando es suyo. En parte, será un mundo basado en el multilateralismo, un mundo multipolar sin una única ideología y con diferentes maneras de organizar las sociedades… El sistema político norteamericano y el europeo son muy parecidos; ambos se basan en la democracia y la defensa de los derechos humanos. Por eso, tenemos que trabajar conjuntamente para resolver los problemas comunes, pero también competir para hacer nuestros los corazones y las mentes del tercer mundo.


El sistema político norteamericano y el europeo son muy parecidos. Será necesario desarrollar un multilateralismo reconociendo que existen ciertas diferencias, pero que tenemos que convivir a la vez que competimos, porque nos unen valores fundamentales


Será necesario, por tanto, desarrollar un multilateralismo basado en este mundo multipolar reconociendo que existen ciertas diferencias, pero que tenemos que convivir a la vez que competimos, porque nos unen valores fundamentales.

E.F.: Abordemos el cambio climático y la transición energética. ¿Cree que el New Green Deal tiene ganadores y perdedores?

J.S.: Todas las políticas tienen consecuencias distributivas. La principal diferencia entre globalización y cambio climático es que en la primera exageramos las ventajas sin considerar las consecuencias distributivas y en el segundo hemos infravalorado el coste de no emprender acciones.

Ya estamos viendo las consecuencias. En EE.UU. se ha perdido un 2% del PIB debido a los fenómenos meteorológicos extremos y los grandes perjudicados son los más pobres. Es fundamental que seamos sensibles a la hora de diseñar nuestras políticas frente al cambio climático y ser conscientes de los defectos distributivos; así como tener muy presente la magnitud y la premura de emprender las acciones necesarias.


Joseph Stiglitz, premio Nobel Economía en 2001 y catedrático de Economía en la Universidad de Columbia entrevistado por Enrique Feás, investigador principal del Real Instituto Elcano.

Entrevista publicada en Executive Excellence n177, noviembre 2021.


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