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Robert Lawson: el liberalismo desde una perspectiva analítica

24 de Septiembre de 2015//
(Tiempo estimado: 9 - 17 minutos)

Referente en el estudio de la libertad económica en el mundo, el profesor Robert Lawson reflexionó en la Fundación Rafael del Pino acerca del impacto de la crisis. Liberal declarado, a la par que riguroso investigador, prefiere dejarse guiar únicamente por los datos y evidencias al hablar de “las grandes ideas respecto de las consecuencias que tiene para un país ser más liberal o más intervencionista, procurando ser menos ideológico”.

Es presidente del Jerome M. Fullinwider Endowed Centennial, director del Centro O´Neil para la libertad y los mercados globales y coautor del Economic Freedom of the World 2010: annual report.

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Su interés por el concepto de libertad económica comenzó en la Universidad de Florida. Ahora bien, ¿cómo se mide la libertad económica de un país?

ROBERT LAWSON: Esencialmente, tenemos cinco áreas que engloban 42 variables. La medición de la libertad económica de un país es un ejercicio de recogida de datos provenientes de fuentes normales y accesibles, como pueden ser el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el World Economic Forum, las grandes consultoras y otras fuentes. Agregamos esos datos de una forma específica y particular que permite valorar la libertad económica, y que tiene en cuenta lo consistente de las políticas económicas de un país con lo que nosotros llamamos liberalismo.

Para que los resultados obtenidos sean positivos en el índice elaborado, se necesita tener un gobierno relativamente pequeño, en términos de gastos e impuestos; un entorno legal consistente, un elevado respeto a la propiedad, unos factores de inflación contenidos, libertad de comercio, así como regulaciones sensibles y no muy extensas; factores clásicos del liberalismo, tal y como se entiende en Estados Unidos.

F.F.S.: Menciona el tamaño del gobierno como factor importante pero nos encontramos casos como los países nórdicos, donde el porcentaje del PIB controlado por el Estado es muy elevado, y al mismo tiempo gozan de alta libertad económica, según sus métodos de cálculo. ¿Cómo es esto compatible?

R.L.: Ciertamente. Uno de los aprendizajes de este proyecto es que los liberales enfatizan en exceso el tamaño del gobierno desde las perspectivas fiscales (impuestos y gastos). Es posible tener un gobierno fiscal importante, en términos de imposición, como ocurre en el norte de Europa; pero siempre que el resto de los indicadores sean correctos –propiedad privada, justicia sólida, inflación controlada, fronteras abiertas al comercio, regulaciones razonables...–, se puede tener un alto nivel de libertad económica.

Desde la perspectiva liberal, el mundo perfecto sería algo parecido a Hong Kong, donde existen todos los factores anteriormente mencionados con un gobierno pequeño. Quizás también Singapur podría ser otro ejemplo, donde además impera la ley y los mercados abiertos. 

Aún así, el norte de Europa es una economía de mercado que, pienso, se denomina socialista de forma incorrecta. En Suecia, casi todo es gestionado por el sector privado. La mayoría de las personas en Estocolmo se desplazan en coches privados, aunque evidentemente hay transporte público, trabajan en empresas privadas, tienen viviendas privadas, etc.

F.F.S.: Una de las principales controversias que genera el concepto de libertad económica se da en lo que denominamos “Estados orientados al bienestar”. Un ejemplo es Francia, con un nivel de cobertura y apoyo social de los más altos del mundo. En esos lugares, se argumenta que si el Estado no interviene para equilibrar las diferencias entre ricos y pobres, se produce una desasistencia de las capas sociales bajas, dejando atrás importantes grupos sociales. De ahí ese papel de redistribuidor que adquiere el Estado. ¿Cómo valora esta forma de actuar?

R.L.: Son muchos quienes piensan que es necesario que el Estado redistribuya los ingresos para ayudar a los pobres y generar una mayor igualdad. Los aprendizajes generados por este proyecto dan como resultado que no hay mucha relación entre el nivel de libertad económica y la desigualdad. 

Muchos asumen que cuando hay libertad económica debe haber igualdad y que el trabajo del gobierno es el de generar igualdad social. Ahora bien, si observamos los lugares más liberales del planeta, como pueden ser Hong Kong o Estados Unidos, encontramos desigualdades e igualdades. Si observamos a los países más “socialistas”, nos damos cuenta de que también existen igualdades y desigualdades. 

El resultado es que no hay una relación directa y uno, como profesor, tiene en su agenda el objetivo de resaltar la debilidad de quienes sostienen que la redistribución realizada por el gobierno ayuda a reducir o eliminar la desigualdad. De hecho, cuando miramos los datos, no es nada obvio que así sea. 

El atractivo de este índice es que cambia lo que suele ser un debate ideológico. Cuando los liberales discuten con la izquierda, se asumen cantidad de cosas que no son ciertas y que tienen un origen ideológico, desde ambas posiciones. Nuestro proyecto procura evitar ocuparse de los aspectos ideológicos y se focaliza en los datos. Si uno se centra en los números, no es nada obvio que un mayor control público genere una mayor redistribución de la riqueza. De hecho, el mayor control público no incrementa la igualdad.

F.F.S.: El debate actual es muy diferente al de hace 20 años. Hoy tenemos a defensores del control público –como puede ser Paul Krugman–, como factor de equilibrio social; frente a los defensores de las teorías de Adam Smith. Los recientes movimientos nacidos en Grecia, España y, hasta cierto punto, Italia, generan una gran preocupación. Algunos de ellos, como es el caso de Podemos en España, tienen puntos de contacto con Venezuela. ¿En qué medida estos movimientos impactarán a la sociedad si triunfan? ¿Ocurrirá algo parecido a la “reconversión hacia la realidad” de Syriza? 

R.L.: Debo admitir que tengo cierta simpatía hacia este resurgir de la izquierda en el sur de Europa. En Estados Unidos tenemos un movimiento, “Ocupa Wall Street”, aunque parece haberse diluido. Percibo estos movimientos políticos como reacciones al nepotismo que podemos observar en la economía de mercado. 

Cuando uno repara en el entorno empresarial –sobre todo bancario, haciendo negocios con los gobiernos–, se percata de este tipo de reacciones. Si se ve al gobierno salvando a bancos, la gente de la calle, con toda la lógica, piensa por qué han de sufrir ellos de forma diferente cuando a un banquero se le está salvando el pellejo. No tengo ninguna simpatía por esta posición pero, habiendo dicho esto, la evidencia es abrumadora. 

Todo país que da un giro hacia la izquierda, todo país que tomó la dirección tipo Venezuela, siempre y sin excepción, observa cómo se derrumba su economía. Los mercados mundiales de capitales son vengativos respecto de estos ejemplos. Los capitales son cobardes. El capital saldrá corriendo tan deprisa de países como Grecia, España o incluso Texas, en el momento que piensen que no están seguros. Lo hemos visto en infinidad de ocasiones y lo estamos viendo en Grecia. En el caso de Venezuela, así ha sucedido en las dos últimas generaciones.

Lo triste es que, aun entendiendo la motivación y la emoción, la realidad es que cuando los países dan un giro hacia la izquierda, “asustan” con confiscaciones de propiedad, nacionalizaciones, incrementos impositivos, etc. El capital huye despavorido y quien sufre, en último término, es la población, porque la economía no puede funcionar sin capital. Es una situación difícil y desafortunada que la agenda liberal esté tan directamente relacionada con los negocios, pero así es. 

La percepción general es que los liberales están a favor de los negocios, lo cual es cierto, lo mismo que están a favor del intercambio y del comercio, factores que integran los negocios. Pero también es verdad que no son los negocios per se los que motivan el liberalismo. Al liberalismo le motiva dar libertad a las personas para que se involucren en el comercio y los negocios; lo que no necesariamente quiere decir que le parezca adecuado el nepotismo, la corrupción o los intereses creados, que aparecen cuando se tienen grandes gobiernos y empresas. Estos dos últimos aspectos es lo que, y siento decirlo, caracteriza el sur de Europa. Es la combinación de grandes gobiernos y empresas potentes la que deja al individuo fuera de los procesos de decisión, y mirando con asombro lo que ocurre.

F.F.S.: La conciencia medioambiental, representada por la generación del milenio, está siendo la precursora de cambios radicales. Problemas inexistentes hace una década marcan hoy la agenda. Es evidente que tiene que haber una involucración global, y la COP21 de París puede ser el comienzo. Dos de las claves de esta “revolución medioambiental” se centran en el acceso libre a la tecnología y en el apoyo financiero público para la implementación de esta. Al final, nos podemos estar enfrentando a un futuro con un altísimo nivel de regulación en las emisiones de carbono. ¿Cómo encaja la libertad económica dentro de esta compleja situación?

R.L.: Efectivamente, uno de los grandes objetivos del mundo actual es vivir en un lugar limpio y saludable. El calentamiento global y el cambio climático tienen gran importancia hoy en día, y parece razonable decir que este problema es lo suficientemente grande como para que se produzcan ciertos sacrificios de las libertades, a favor de conseguir los objetivos planteados. Dicho esto, gestionar cuestiones medioambientales de este nivel nos obligará a poner en marcha regulaciones e impuestos. Por eso creo que es importante ser muy precavidos. 

El cambio climático y los problemas medioambientales representan un peligro para las personas, pero eliminar el uso del carbón o simplemente reducirlo a la mitad sería todavía más grave. El hecho es que la electricidad que mantiene nuestras casas frescas o calientes o que permite que conservemos nuestros alimentos, salva millones de vidas. Sin esa energía, la gente se moriría de frío en invierno, o de hambre. 

Los medioambientalistas extremos que, sin reflexionar, piden que se reduzcan las emisiones de carbono en un 50% –o solo un 25%–, están diciendo, desde mi punto de vista, que no les importa que provoquemos la muerte de varios millones de personas cada año. Hay que ser muy precavido a la hora de tomar decisiones, o al menos es esencial entender de lo que se está hablando. 

El carbono salva vidas. Actualmente, son millones las personas que disfrutan de vidas más sanas y más largas gracias a la energía basada en el carbono. Por supuesto me preocupan los temas asociados al mismo, pero creo que necesitamos más equilibrio y más “ciencia” para poder actuar ante estas cuestiones.

F.F.S.: Históricamente, la industria energética tiene una gran capacidad de influencia en los gobiernos frente a las regulaciones. Las mejoras tecnológicas en la acumulación eléctrica harán posible la generación a nivel individual, algo que afectará a esta industria. ¿Qué futuro le parece más libre?

R.L.: En un mundo perfecto, la lección respecto de cómo generamos y utilizamos la energía estaría determinada por las preferencias de la población y los costes de producción. Desafortunadamente, existen todo tipo de impuestos y subsidios sobre la energía. Desde el sector de las industrias del petróleo y el gas, se intenta incentivar el negocio hacia sus intereses, algo que ocurre en el mercado de “colegueo”. 

Dicho esto, y siendo actualidad el caso de Estados Unidos, vemos grandes subsidios a la industria eólica y fotovoltaica que son muy ineficientes, ya que aquí los costes de generación son de magnitudes incluso 10 veces superiores y es el ciudadano, a través de sus impuestos, quien acaba pagándolos.

Me parece que deberíamos tener un campo de juego neutral, donde los gobiernos no influyan en exceso. Si bien el cambio climático debería influir positivamente hacia el lado de las renovables, lo que estamos viendo son subsidios tremendamente costosos que, muchas veces, no tienen sentido económico. 

Vivimos en un mundo de escasez y si hacemos la energía más cara, en cierta manera, hacemos más pobre a la sociedad. Si bien es necesario dirigirnos hacia las energías verdes, hay que hacerlo con cautela. La forma en que se está subsidiando, al menos en Estados Unidos, me parece exagerada y hace a nuestro país más pobre, no más rico.

F.F.S.: La velocidad del cambio no deja de incrementarse. Tenemos la impresión de que, en los entornos de mayor libertad económica, la innovación florece. ¿Es así?

R.L.: El liberalismo gestiona bien el cambio, como es el caso de todas las tecnologías y servicios que aparecen. Me ha llamado la atención la ausencia de Uber en Madrid, algo a lo que estoy ya acostumbrado y uso regularmente; me da una imagen de poco “civilizada”. Esta sencilla innovación está alterando fuertemente el statu quo del sector. Los entornos liberales gestionan este tipo de cambio bien, aunque a los taxistas de Dallas les guste tan poco Uber como a los de París o Madrid. Sin embargo, se gestiona la integración de esta tecnología productiva, que evidentemente tiene sus consecuencias: hay menos taxis.

El liberalismo provee de una visión más optimista al futuro, donde el cambio se estimula e integra de forma más rápida en la sociedad, aunque no siempre sencilla. El reto para el liberalismo radica en la dureza del cambio y la tendencia al inmovilismo frente al mismo. A la gente le gustan las cosas como están, y sin embargo todo está en cambio continuo en una sociedad liberal. 

Personalmente opino que la gente tiene un elevado nivel de resiliencia, si se les da la oportunidad. ¿Quién quiere vivir con la tecnología de hace 50 años? Si nos aferramos a la tecnología de hoy, estamos desechando la tecnología del futuro. No sé cómo será el mundo dentro de 50 años, pero ciertamente espero que no sea como el mundo en el que vivimos hoy. 

F.F.S.: Es un experto en los países de la antigua Unión Soviética. Estaba dando conferencias en Georgia cuando se produjo la invasión rusa. ¿Cómo ha evolucionado la libertad económica en esos lugares?

R.L.: Estonia, Lituania y otros han cambiado muy deprisa hacia la economía de mercado libre. Frente a estos, países como Ucrania apenas han variado. Otros, como Rusia, están a mitad de camino entre ambos. 

Como estudioso, lo atractivo es observar el cambio a través de las cifras. Empezamos a trabajar con datos de Georgia en el año 2003, cuando despegó la liberalización (percibida a través de las cifras y también a través de los periódicos). Hemos tenido la oportunidad no solo de tener una percepción a vista de pájaro, sino de entrar en el terreno a analizar los cambios de la política y la economía. La evidencia es incontestable: las economías liberales crecen más deprisa que el resto y, con el pasar del tiempo, crece la riqueza de la población. Aunque la renta per cápita es de solo 5.000 dólares, ha crecido a un ritmo del 8% anual. 

Chile fue el ejemplo de la generación pasada. Desgraciadamente, lograron su crecimiento en un entorno de represión política, pero el liberalismo económico produjo grandes resultados en términos de crecimiento y generación de riqueza. Hoy Chile es el país más rico de Sudamérica, en términos de renta per cápita. No hay excepciones a este fenómeno: cuando se incrementa la libertad económica de un país, se produce un rápido crecimiento económico. Posiblemente pasen varias generaciones hasta que la población sea rica; a Georgia aún le queda mucho camino por recorrer, pero ocurrirá. 

F.F.S.: En procesos de crecimiento parece que aumenta la distancia entre los ricos y la clase media, abonando el campo para la crítica social y la aparición del intervencionismo. 

R.L.: Debo decir, otra vez, que la evidencia al respecto es muy débil. En Estados Unidos, hay mucha desigualdad entre las rentas. Además, hemos visto cómo estas desigualdades se han incrementado, pero este es solo un país. Si observamos la tendencia y los datos de 100 países, comprobamos que esto no es cierto. 

Si por un lado analizamos los países que han tendido hacia la liberalización y por otro todos aquellos países con una tendencia hacia el incremento del control estatal, observaremos un patrón diferente al de Estados Unidos. Ese es el gran atractivo de tener las cifras y los datos que desarrollamos. Somos capaces de obviar las anécdotas. Que Estados Unidos tenga mucha desigualdad y que Suecia tenga mucha igualdad son “anécdotas  estadísticas”. Cuando analizamos 100 puntos de datos, desaparecen estas anécdotas.

Para mí es incontestable: si se implanta un mayor liberalismo económico es absolutamente seguro que habrá más crecimiento económico, y no es para nada seguro que se vaya a generar desigualdad en las rentas. 

Las desigualdades en las rentas son un serio problema en el mundo, pero el liberalismo no las incrementa en absoluto. El liberalismo es irrelevante respecto a las desigualdades de renta.

F.F.S.: ¿Para qué crearon el índice de libertad económica? 

R.L.: Esencialmente para obtener una visión empírica en este debate, alejada de las ideologías, gracias a numerosos datos y variables. Aunque no soy un experto en España, extraje los datos de los que disponemos y puedo decir que sigue el patrón habitual de los países de Europa occidental –curiosamente Francia es una excepción–, donde se pueden observar los resultados de las liberalizaciones de los años 80 y 90. 

Esos movimientos hacia mercados más abiertos y con menos impuestos generaron crecimiento, que se ralentizó en el periodo del 2000 hasta hoy, con la ralentización de la liberalización (en algunos casos desliberalización). Los datos obtenidos, según he podido constatar, coinciden con lo vivido por la sociedad.

F.F.S.: España está creciendo más que algún otro país europeo. ¿Es gracias a la liberalización del mercado laboral, entre otras cosas? 

R.L.: No me sorprende para nada. La economía española es mucho más liberal hoy que hace 20 años. Si bien es cierto que recientemente se han aumentado los impuestos, la tendencia general es de un incremento de la liberalización. Creo que, como consecuencia, se está produciendo el crecimiento, aunque obviamente hayan impactado otros factores.

Cuando se intentan extraer conclusiones sobre la efectividad del liberalismo para generar crecimiento, lo esencial es utilizar todos los datos disponibles para obtener una percepción global. Después se puede analizar la consistencia de un país frente a la tendencia global, y a veces los hay que divergen. 

Quiero dejar claro que soy un profesor y que me guío por datos y evidencias. Admito que también soy liberal, pero resulta más importante, al hablar de estas grandes ideas respecto de las consecuencias que tiene para un país ser más liberal o más intervencionista, que lo hagamos desde los números y las evidencias, procurando ser menos ideológicos. 

Mis objetivos como investigador son movernos hacia una dirección analítica y no politizada. Sabremos si el liberalismo es bueno y si es el camino adecuado, por los datos que tengamos y lo que estos demuestren. Si no lo corroboran, entonces el liberalismo no será la dirección adecuada, pero a día de hoy los datos indican lo contrario. No solo es así, sino que las evidencias no dejan de aumentar en cada nuevo informe anual. 

Resulta difícil argumentar el liberalismo hacia los países más pobres y desiguales. Resulta igualmente difícil argumentar el liberalismo hacia los países con más polución. Los datos que tenemos respecto de la calidad medioambiental indican que los países liberales son más limpios. En definitiva, los números nos ayudan a clarificar tópicos que tradicionalmente han existido sobre el liberalismo, lo cual siempre es positivo.


Entrevista publicada en Executive Excellence nº123 septiembre 2015