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La velocidad de las evoluciones tecnológicas

(Tiempo estimado: 5 - 10 minutos)

El director general, fundador y embajador global de la Singularity University, además de ex vicepresidente de Yahoo, Salim Ismail, visitó de nuevo la Fundación Rafael del Pino –como ya hiciera hace un año– para pronunciar la conferencia “Spain in 2025. The possibilities”.

Invitado por la Fundación y el Grupo Cosentino, su exposición se completó con el lanzamiento de la iniciativa Call to innovation 2014, una competición sobre la construcción de la España del futuro a través de la tecnología. Los dos ganadores recibirán una beca, valorada en 24.000 euros, para participar en el programa de posgrado (Graduate Studies Program) de la Singularity University durante el verano de 2014, en la sede de la NASA en el Ames Park del Silicon Valley (EE.UU.).

Antes del acto, Salim Ismail nos concedió la siguiente entrevista.

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Las repercusiones del cambio climático, cada día más aceptadas, nos pueden llevar a un punto de no retorno. Hay quienes las comparan con la erosión que el mar ejecuta sobre los acantilados. En su entorno, estos temas se tratan con mucha atención. ¿Qué percepciones tienen?, ¿dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos?

SALIM ISMAIL: Creo que la mayor preocupación que tenemos es que el clima tiene tal nivel de complejidad, siendo como es un sistema caótico, que desconocemos dónde está el punto de no retorno. Si consideramos las proyecciones respecto de la pérdida de los casquetes de hielo en los Polos, en los últimos estudios observamos que el índice de pérdida es diez veces superior a lo que hace muy poco pensábamos. Desconocemos si hay un punto de desequilibrio terminal y en qué nivel se encuentra. 

Además, hay personas que luchan contra estas evidencias por razones económicas, de negocio o políticas. Sirva como ejemplo el hecho de la acidificación de los océanos, que puede alcanzar tal nivel que termine destruyendo los ecosistemas fundamentales, algo que afectaría a todo el planeta. Desconocemos cuál es ese punto a partir del cual se desencadenará una catástrofe ecológica; y ese desconocimiento es nuestra mayor preocupación.

Por fortuna, sí tenemos algunas soluciones para gestionar estos desafíos que involucran a la geoingeniería. Se podrían utilizar sustancias químicas en la atmósfera que redujesen su nivel de anhídrido carbónico, pero evidentemente cualquier decisión al respecto ha de partir de un consenso global, y no acabar en acciones emprendidas por un actor individual. Es posible que no podamos actuar hasta que hayamos alcanzado un punto de no retorno, lo cual sería desastroso. La realidad de todas estas disquisiciones es que desconocemos su importancia.

F.F.S.: Ante los problemas de “justicia y derecho” que tienen los países en vías de desarrollo, estos argumentan que para poder desarrollarse necesitan la utilización de tecnologías mucho más contaminantes, pues no pueden permitirse otras alternativas. Estamos en una especie de círculo vicioso donde los países desarrollados legislan y actúan para reducir las emisiones, mientras que los países en vías de crecimiento emiten cada vez más. ¿Cómo se puede afrontar esta situación?

S.I.: Estoy de acuerdo en que, a corto plazo, este problema es de difícil solución, pero a medio plazo se están desarrollando tecnologías a tal velocidad, especialmente en el campo de la energía solar, que predecimos que en dos décadas todas las necesidades energéticas podrán ser cubiertas por ella. Esto, que tomará a todos los países por sorpresa, tendrá enormes consecuencias geopolíticas. 

A día de hoy, la energía solar es por primera vez más barata que quemar diésel en India. Esto supone una tremenda inversión de las tendencias. En cuatro años, el coste de la energía solar en los Estados Unidos será el equivalente al de la red eléctrica. Cuando esta situación se produzca tecnológicamente, las inversiones que se realizarán en esta materia serán ingentes. Creemos que, a medio plazo, la energía solar aportará niveles más que decentes de energía a nivel global, aunque a corto plazo nos enfrentamos a graves problemas. Vivimos en un entorno de alto consumo energético contaminante, como el que se da en India o en China, y estamos vertiendo cantidades excesivas de dióxido de carbono a la atmósfera. Por eso me refería al problema que representa el desconocimiento de ese punto a partir del cual se pueden llegar a desencadenar graves accidentes medioambientales.

F.F.S.: Cuando tuvimos la oportunidad de hablar con usted el año pasado, pudimos utilizar sus percepciones para cuestionar las actuales estrategias de ciertos sectores, como el sanitario. Descubrimos importantes coincidencias entre sus argumentos y los de Valentín Fuster, pero también discrepancias. Fuster argumentaba la imposibilidad de continuar con la espiral creciente de gastos en salud –impactada colateralmente por el incremento de la longevidad–, y abogaba por la educación en tempranas edades para reducir los ingentes costes que una mala alimentación y estilo de vida producen en los últimos años de las personas. ¿Cómo valora la evolución de los costes en el ámbito sanitario? 

S.I.: La percepción del doctor Fuster es absolutamente correcta. El 85% de los costes sanitarios en los Estados Unidos se generan en el último año de vida de las personas. Y estos costes no hacen más que incrementarse, porque el objetivo es prolongar la vida de las personas el mayor tiempo posible, y esto genera problemas sistémicos –como cáncer de pulmón, enfermedades cardíacas, etc.– que desembocan en situaciones tremendamente caras. 

Por el contrario, hay una tendencia entre la gente joven a favor de un mayor nivel de salud, gracias a toda la información disponible sobre hábitos alimentarios, la influencia positiva del ejercicio, etc. Este es un primer vector que incidirá en la reducción de los costes. El segundo es la evolución en los sistemas de diagnóstico. Hemos lanzado un premio para el primer aparato portátil de mano que sea capaz de mejorar el diagnóstico realizado por diez médicos certificados. Esperamos que este premio, dotado con 10 millones de dólares, se gane entre tres y cinco años, y que ese aparato pueda estar en el mercado un par de años después. Esto significará que tendremos un aparato portátil, que se puede llevar en la mano, cuya fiabilidad será superior al diagnóstico combinado de diez médicos. 

Nuestro cuerpo es el ecosistema más complejo que hemos podido observar en el universo, pues tenemos diez trillones de células. Si medimos esa complejidad con cuatro métricas: temperatura, ritmo del corazón, presión arterial y niveles de glucosa –y considerando que un BMW tiene 2.000 sensores–, nos podemos preguntar qué pasará cuando se puedan instrumentar un millón de nuestras células, o diez millones… o todas ellas. Cuando lleguemos al punto en que podamos conocer los niveles de enzimas en nuestros riñones y cómo los podemos correlacionar con los niveles de enzimas de otras personas, tendremos una tremenda capacidad de diagnóstico. En la actualidad diagnosticamos muy tarde, por eso los costes suben exponencialmente. Todavía no tenemos una idea clara de cómo reducirlos.

Hoy, los sensores son cada vez más económicos y existe un movimiento, denominado “el ser cuantificado” (Quantified Self), que intenta correlacionar los latidos del corazón con los patrones de la respiración. Combinando estos flujos de datos y utilizando el aprendizaje informático para analizarlos, e ir añadiendo nuevas series de datos, aparecen resultados fascinantes. 

Quizá conozca el Fit Bit, un aparato que, colocado en nuestra muñeca, nos proporciona información sobre el sueño: cuánto tiempo dormirnos, cuántas vueltas hemos dado en la cama, cuántas veces nos hemos despertado, cuál ha sido la eficiencia de nuestro sueño... ¿Qué ocurrirá cuando seamos capaces de correlacionar este nivel de información con mis síntomas de salud? ¿Y si lo correlacionamos con los síntomas de todos los demás? Creo que pronto llegaremos a tener diagnósticos de población que correlacionan tanto los síntomas y las condiciones en las que vivimos, con las enfermedades y sus tratamientos. Esto fomentará que el cuidado y la prevención crezcan exponencialmente y que los costes sanitarios se reduzcan, pues no llegaremos a los últimos estadios de la enfermedad.

Vinod Kosla, famoso venture capitalist, predice que el 80% de lo que hacen hoy los médicos será reemplazado por tecnología en los próximos diez años. Son cifras abrumadoras. Hay profesiones en el área sanitaria, como la de radiólogo, que están destinadas a desaparecer. El reconocimiento de imágenes y el procesamiento de vídeo dan una diagnosis mucho más precisa que la que puede ofrecer un radiólogo; los cirujanos robóticos también son mucho más precisos que la mano humana… Es decir, esperamos cambios drásticos en el mundo de la salud en la próxima década.

F.F.S.: ¿Cuál es la mayor preocupación que tiene respecto de estas evoluciones tecnológicas?

S.I.: Esencialmente, creo que infravaloramos la velocidad a la que se mueven. El Google Car será la corriente principal en los próximos años, y apenas dentro de un lustro ya tendremos coches automatizados. Solo este hecho cambiará profundamente la sociedad: no necesitaremos aparcamientos; hemos estimado que con la capacidad de las carreteras existentes hoy, seremos capaces de multiplicar por diez el número de pasajeros, etc. Pero esta es solo una de las más de 40 tecnologías disruptivas previstas para los próximos años. 

Los sistemas con los que gestionamos el mundo: nuestra política, nuestro sistema de salud, nuestro sistema legal, nuestra educación, la propiedad intelectual… fueron todos diseñados para el mundo de hace un siglo, no para el actual. Definitivamente, no son efectivos para afrontar el futuro. Tendremos que actualizar todas y cada una de las estructuras sociales para poder mantenernos al ritmo de esta velocidad de cambio social. El problema radica en que no tenemos ningún mecanismo para poder realizar estos cambios de manera rápida. La democracia tiende a tomar las decisiones adecuadas, pero el proceso es excesivamente largo. En un momento donde tenemos que decidir cada vez con mayor celeridad, nuestras estructuras políticas están obsoletas. Los políticos, en general, desconocen estas evoluciones tecnológicas. 

F.F.S.: El público con el que tratamos, gestores de entre 40 y 60 años, tiene un origen analógico. ¿Es esto un handicap? ¿La generación de entre 20 y 30 años será capaz de sobrepasar estas barreras y adaptarse?

S.I.: Es increíble la brecha generacional con la juventud de hoy. Quizás conozcan la historia de Jack Andraka, un chico que hoy tiene 17 años y que, cuando tenía 14, consiguió realizar un diagnóstico precoz para el cáncer de páncreas, utilizando exclusivamente información obtenida a través de Google. Si este prometedor diagnóstico funciona, cosa que parece que sucederá, habrá sido capaz de cambiar el futuro de una enfermedad que tiene un 98% de probabilidades de mortalidad al ser detectada actualmente en el estadio cuatro, pero que tendría un 98% de supervivencia al ser diagnosticada en el estadio uno. 

Las nuevas generaciones son tan digitalmente nativas y conscientes que pienso que deberíamos, literalmente, entregarles el mundo. Antes la experiencia solía ser una buena guía para predecir hacia dónde iba el mundo, hoy la experiencia es más un handicap que un valor a la hora de predecir hacia dónde vamos. No tenemos más que pensar en el ámbito del marketing, donde la experiencia de un veterano con 20 años de trayectoria profesional resulta inútil. 

En mi opinión, se obtendrían mejores resultados contratando veinteañeros acostumbrados a navegar y trabajar en entornos como Facebook y similares, que contando con una persona con más de dos décadas de experiencia. Sebastian Thrun, responsable del proyecto Google Car, siempre dice que no contrata en relación a la experiencia sino a la imaginación.


Entrevista publicada en Executive Excellence nº109 feb14