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Ponga un coach en su vida

17 de Febrero de 2010//
(Tiempo estimado: 5 - 9 minutos)

Fue Sócrates quien afirmó hace más de 2.000 años: “Todos debemos buscar un maestro lo mejor posible, pues lo necesitamos”. Esas palabras siguen vigentes hoy día, si cabe aún con más fuerza, en contextos empresariales muy competitivos, en los que las habilidades directivas cobran una importancia preponderante, y obliga a los directivos a la mejora continua para responder con garantías de éxito a los múltiples retos que tienen por delante. 

Es cierto que el hombre parte de una realidad hecha que viene definida por múltiples factores -educación, vivencias, experiencias, fracasos, etc.- pero también es cierto que las posibilidades de mejora siempre existen. Preston Bradley aseveraba: «Nunca he encontrado una persona, prescindiendo de la condición en la que se encontrase, en que no hubiese posibilidades por desarrollar. No me importa en qué medida aquella persona se considerase a sí misma un fracaso. Yo creía en ella porque podía cambiar lo equivocado de su vida en cualquier momento en el que estuviese animada y dispuesta a hacerlo. En el momento en que ponía en marcha ese deseo, arrancaba de su vida la causa de aquella derrota. La capacidad para el cambio y la mejora se encuentran dentro de cada uno».

¿Qué es el coaching?

El coaching es un sistema de asesoramiento personalizado que tiene por objetivo ayudar a conocernos mejor a nosotros mismos con el fin de identificar nuestras fortalezas y debilidades para potenciar las primeras y limar las segundas. También nos ayuda a comprender mejor cuál es nuestro lugar en el mundo, «quiénes somos» y «quién queremos llegar ser», y facilita la metodología para conseguirlo. En definitiva, ayuda a crecer como profesionales y a mejorar como personas.

¿Por qué visitar a un coach?

La visita a un coach no es un opcional, sino una decisión altamente recomendable. Es una herramienta de gran valor -siempre que se utilice bien y se encuentre la persona apropiada- por varias razones:

- Percepción: Vemos las cosas como somos, no como son. Contemplamos la vida desde una microatalaya -la nuestra- que dista mucho de atrapar la realidad en toda su amplitud. Contar con otras opiniones facilita hacerse una idea más precisa de quién somos y dónde estamos para, posteriormente, establecer un plan de acción estimulante.

- Objetividad: Tenemos vínculos afectivos con nosotros mismos y así resulta inviable ser imparciales. Observamos la parte más agradable de nosotros mismos y somos indiferentes respecto a nuestras carencias y limitaciones. En cierto modo, vemos lo que queremos ver, y así es complicado que cualquier proceso de crecimiento tenga lugar. La claridad exige distancia, y esa distancia la aporta el coach.

- Mal de altura: Los estudios demuestran que a medida que un directivo escala posiciones en la pirámide empresarial, la opinión que tiene de sí mismo y la que tienen los demás tiende a ser divergente. Con la altitud puede perderse el sentido de la realidad. Es necesaria la ayuda de alguien -el coach- que ayude a poner los pies en el suelo.

- Adulación: es uno de los males que se repiten con más frecuencia cuando se está en un puesto de responsabilidad. Los aduladores -que dicen al superior lo que le agrada escuchar- ayudan a ocultar las limitaciones de los directivos restándoles oportunidades de mejora. Los halagos del séquito sacan brillo al ego y merman la objetividad, tan imprescindible para el ejercicio del buen gobierno. Antístenes decía: «Vale más caer entre las garras de los buitres que entre las manos de los aduladores, porque aquéllos sólo causan daño a los difuntos y éstos devoran a los vivos». Tácito afirmaba algo parecido: «Pessimus inimicorum genus laudantes» (La peor especie de enemigos es la de los aduladores). 

- Método: En otras ocasiones sabemos «qué» hay que mejorar pero no el «cómo». Nos falta método, alguien que indique las pautas a seguir junto al timing preciso a cumplir.

¿Qué hace que muchos directivos esquiven el coaching?

El orgullo, ya que a menudo se identifica pedir ayuda con ser débil. Existe una percepción errónea de los directivos como figuras exquisitas que no se corresponde con la realidad y eso genera muchas presiones. Tras el traje de ejecutivo hay muchas inseguridades, temores, dudas e incertidumbres, que tratan de disimular y esconderse para no generar dudas sobre su credibilidad y poner en peligro su posición. Por desgracia, quien no es capaz de reconocer sus limitaciones tampoco es capaz de enmendarlas. Ponerse en manos de un coach sólo es propio de mentes lúcidas y personalidades fuertes.

¿Cuál es el proceso de coaching?

San Agustín afirmaba: “Conócete, acéptate, supérate”. Estos tres pasos son la clave del proceso de coaching:

- Conócete: algo que es complicado, porque como acabamos de apuntar, la falta de objetividad, el mal de altura, las limitaciones de la percepción, la adulación de los colaboradores o la desorientación ante los pasos a dar, son limitaciones para poder conocerse. Es preciso que alguien (el coach) nos ofrezca una mirada auténtica de nosotros mismos.

- Acéptate: Esto tampoco es sencillo. El ser humano tiene grandes posibilidades de mejora pero cuenta igualmente con taras de diversa índole: físicas, afectivas o profesionales. Decía un pensador: “Mirarse a sí mismo es muy difícil, porque intentamos huir de nosotros mismos”. No es fácil llevarse bien con uno mismo. La misión de un coach es, en primer lugar, conocer y aceptar el punto de partida de su coachee reconociendo hasta dónde se puede llegar. Buen recordatorio son las palabras de Douglas Mallock:

“Si no puedes ser pino en la cima de la colina,

sé hierba en el valle, pero sé la hierba mejor junto

al torrente.

Sé arbusto si no puedes ser árbol.

Si no puedes ser camino real, sé atajo.

Si no puedes ser sol, sé estrella.

No vencerás por el volumen, sino por ser el mejor

de lo que seas”.

- Supérate: que exige, primero, disposición por mejorar (actitud), segundo, aprender las herramientas que lo posibilitan (formación), y tercero, adquirir los hábitos que facilitan su consecución (voluntad); y todo ello con un coach que impulse y facilite el proceso de perfeccionamiento. 

¿Qué debe tener un buen coach? 

Conocimientos sobre el ser humano y conocimiento sobre el mundo empresarial. Habitualmente se olvida lo segundo. No basta saber de psicología (emociones, sentimientos, miedos...), sino que es preciso conocer lo que se cuece en la primera línea de la batalla empresarial para poder ponerse en la piel del directivo. La empatía -del griego empatheia (sentir dentro)- es uno de los rasgos más importantes de todo buen coach. Sin embargo, hallar un buen coach no es fácil. No abundan. Son una especie de rara avis. Es preciso tener una visión muy amplia de la vida nada fácil de alcanzar en el que se junte un conocimiento profundo de la condición humana con una experiencia práctica en el ámbito de la gestión. La ecuación suele cojear por alguna de las dos patas.

¿Qué es importante por parte del coach en el proceso?

- No juzgar (al escuchar): algo que raramente se consigue. Hay pocas personas capaces de mantener una conversación y observar la realidad sin emitir juicios de valor, respetando al máximo la individualidad del interlocutor. Cuando se consigue, es sorprendente cómo la otra persona abre las puertas de su intimidad. En muchos casos el coach, en poco tiempo, sabrá más que muchos amigos y familiares a los que se conoce de hace mucho tiempo.

- No imponer (al hablar): algo también muy frecuente en las relaciones humanas. El mayor enemigo del coaching es la falta de humildad. El decir al otro lo que tiene que hacer como si el coach lo supiese todo de todo.

- No generar dependencias: El buen coach trabaja para ser prescindible. A medida que avanza el proceso, intenta dar pasos al costado para que el coachee camine por sí solo sin necesidad de la mano del coach. Como dice MacGregor Burns en Leadership: “Sé que me tengo que ir, porque esta experiencia no habrá cuajado hasta que pueda funcionar sin mí”.

Además, todo el proceso de coaching debe estar revestido de una variable: la confianza, porque sino hay confianza no hay apertura. El éxito de toda relación -ya sea de pareja, de amistad, profesional o de coaching- reside en un buen nivel de comunicación. Una comunicación deficiente acaba por arruinar cualquier relación humana. Pero para que exista una buena comunicación tiene que haber confianza, porque sino uno se mantiene hermético, cerrado, oculta información o incluso miente, y así es difícil que cualquier proceso de coaching funcione.

¿Qué debe poner un coachee? 

Tres requisitos:

- Voluntad: El escritor Honoré de Balzac decía: «La constancia es el fondo de la virtud». Cualquier proceso de cambio exige una voluntad a prueba de bombas. Ninguna meta que merece la pena es un camino de rosas, sino más bien todo lo contrario. El superarla y salir victoriosos depende de nuestra capacidad de sacrificio y entrega. Don Quijote se lo recordaba a su escudero: «Recuerda Sancho que no hay ningún hombre que sea más que otro sino que hace más que otro».

- Paciencia: Es otro requisito imprescindible. «Quien es un maestro en paciencia es un maestro en todo», afirmaba George Savile. «La paciencia lo alcanza todo», decía Teresa de Calcuta. No se cambia de la noche a la mañana. Las mejores jornadas suelen llegar tras duras jornadas de brega. Cualquier plan de recuperación lleva su tiempo, que será de mayor o menor duración según la dolencia a tratar. Hay que ser paciente.

- Optimismo: Todo proceso de recuperación exige adoptar una actitud positiva ante lo que se tiene delante y ver la vida con buen ánimo sabiendo que no se cambia de la noche a la mañana. Hay que disfrutar el camino y celebrar cada pequeño avance.

¿Qué libros de coaching son recomendables? 

Recomiendo tres: 

Coaching Directivo: desarrollando el liderazgo (Ariel, 2003).

Forjadores de líderes (Lid Editorial, 2007).

Progreso Directivo y Coaching Empresarial (Eunsa, 2005).


Francisco Alcaide Hernández, Profesor Escuela de Negocios - Universidad Antonio de Nebrija

Autor de “Who´s Who en el Management Español”, Co-autor de “Patologías en las organizaciones”

Artículo de opinión publicado por Executive Excellence nº53 oct08


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