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Nolentibus datur: el año de los cuatro emperadores

17 de Diciembre de 2009//
(Tiempo estimado: 4 - 7 minutos)

Elegir de forma adecuada a quien haya de gobernar resulta esencial. La historia nos enseña que, cuando se conculcan determinados principios, cuesta reparar el fiasco posterior. Uno de los criterios esenciales lo enunciaban así los romanos: nolentibus datur. Es decir, no hay que entregar el poder a quien manifiesta una desmedida ansia de caudillaje.

Entre otros motivos, porque lo que debería llevar a alguien a acumular mando es su deseo de servir a sus conciudadanos, no la obsesión por el propio encumbramiento.

En muchos lugares –también en España- se contemplan riñas y sucesivos despropósitos en peleas cuasi-callejeras por puestos que deberían ser entregados a personas con preparación, y no a quienes manifiestan un obsceno afán por encaramarse.

El año 69 d.d.C. es un buen ejemplo de qué sucede cuando la obsesión por la soberanía hace perder el norte. He tratado en otros lugares de forma más amplia sobre algunos sucesos que menciono a continuación. Me limito ahora a referirme a enseñanzas relevantes sobre cómo no debería ser un político ni un directivo.

SONIDO DE SABLES

Nerón, tras unos inicios sensatos, fue cayendo en una megalomanía demente que llevó al justificable deseo de muchos de acabar con su vida. Durante sus últimos años de existencia, se habían sucedido levantamientos tanto en la península Itálica como en Galia y en Hispania. La rebelión de la Galia la conoció Nerón en Nápoles, al regresar de una grotesca gira artística por Grecia. Despreció la información. Sin embargo, algo más en serio se tomó el que los gobernadores de Hispania (Servio Sulpicio Galba, en Cartagena; y Otón, en Lusitania) habían optado por apoyar a Víndex.

Éste, originario de Aquitania, se había levantado contra Nerón, pero no lo había hecho por motivos ideológicos, sino de decencia. Estaba indignado con el despilfarro que Nerón realizaba de los bienes del Estado. Para alimentar una administración pública tan desproporcionada como ineficaz, Nerón había incrementado los impuestos. Unido inicialmente a las legiones de Germania, Víndex acabaría suicidándose al ser traicionado por quienes le habían prometido apoyo. Miles de galos y romanos fueron los pagadores de aquella descoordinación. Entonces, como ahora, los despropósitos de quienes llevan el timón suelen ser abonados por quienes menos culpa tenían. Pero nadie es plenamente bueno ni tampoco rematadamente malo. El historiador Dión Casio (155-229) describió así a Víndex: "Era poderoso físicamente y dotado de gran inteligencia, experto en materia bélica y suficientemente atrevido para acometer cualquier gran empresa; además amaba a la libertad y tenía una gran ambición".

Al saber Nerón del levantamiento de Galba, optó por el suicidio. El fallecimiento de Nerón liberó las fuerzas en conflicto que se habían mantenido latentes a causa de la presión del terror con el que Nerón gobernaba. De un lado se encontraban los conservadores, representados fundamentalmente por los miembros del senado y por los adinerados burgueses, que contaban con el apoyo de sus libertos y de su clientela (de cluens: los que obedecen).

De otro, se hallaba el pueblo llano, que aspiraba a una disminución de la presión fiscal, y también a una mayor representación en los órganos de poder.

La sociedad civil, como bien queda reflejado en textos de pensadores contemporáneos, sobrevolando los hechos concretos, se preguntó qué estaba sucediendo para que un militar, mediante un golpe de mano, pudiese llegar a ser emperador, sencillamente porque el ejército así lo decidiese. ¿Es que el sistema desarrollado por los romanos para elegir a los supuestamente mejores iba a irse al traste de un día para otro?

DE GALBA A VITELIO

Servio Sulpicio Galba es un buen ejemplo de cómo alguien puede perder el norte en el postrero tramo de su vida. La carencia de una política clara y el incumplimiento de sus promesas de retribución no ayudaron a aquel neo emperador que se

encontraba en el vértice de las siete décadas. No pagar lo prometido a los pretorianos le costó la vida. Fue precisamente uno de los oficiales que había servido a sus órdenes, Marco Salvio Otón, quien alentó un levantamiento entre las tropas de élite. Sin que nadie se preocupase particularmente por ello, Galba era liquidado tras siete meses de reinado.

Con la aprobación explícita del senado, Otón tomó el poder. Sin embargo, cuando alguien no cuenta con el liderazgo preciso, y pretende obtener y mantenerse en el poder sobre el filo de las bayonetas (se lo dijeron así a Napoleón), el futuro se presenta incierto. Originario de una antigua y prestigiosa familia de origen etrusco, Otón había logrado un cargo de proximidad a Nerón, del que se convirtió en confidente. Pero cayó en lógica desgracia al enamorarse Nerón de la mujer de aquél, Popea Sabina.

Tres meses después de su elevación, Otón tuvo que enfrentarse a Aulo Vitelio, antes partidario de Nerón y ahora ferviente defensor de sus personalísimos intereses. No pudo evitar que sus legiones fueran aplastadas por las de Vitelio el 14 de abril del 69 en Bedriacum. Otón se suicidó el mismo día.

Al frente de las legiones de Germania, Vitelio vio una oportunidad para enriquecerse. Aprovechando el caos, decidió entrar en Italia y hacerse con un sustancioso botín. En cuestión de días lo encaramaron como emperador. Sin embargo…, sólo duraría cinco meses. Moriría el 22 de diciembre a manos de las tropas de Vespasiano.

LA VUELTA AL ORDEN

Durante muchos siglos, las decisiones del Imperio se habían tomado en Occidente. Las legiones de Oriente, desde Dalmacia hasta Egipto y desde Siria hasta Palestina, también tenían sus opiniones. Descontentas porque siempre los honores recaían en las tropas del oeste del Rhin, decidieron imponer a uno de los suyos. El seleccionado fue Tito Flavio Vespasiano, que había sido enviado por Nerón algunos meses atrás para aplacar el levantamiento de los judíos en Palestina.

Además de ser un militar de valentía demostrada, Vespasiano tenía para sus seguidores una importante ventaja: dos hijos –Tito y Domiciano-; y muchos pensaron que sería el comienzo de una dinastía que devolvería el necesario orden al Imperio.

El gobierno de Vespasiano y de sus hijos, sin carecer de sombras, supuso, sin embargo, un retorno a un modo más sensato de enfocar las necesidades del Imperio. La dinastía Flavia que ellos representaron abarcaría desde el año 69, cuando que Vespasiano tomó el poder, hasta el 96, en que fallecería Domiciano, tras haber gobernado desde el 81. Tito lo había hecho desde el 79 al 81.

En menos de tres décadas, devolvieron el sentido común a las finanzas estatales, que habían sido depredadas tanto por las chifladuras de Nerón como por las encadenadas guerras sucesorias, aquí descritas a vuelapluma.

CONCLUSIONES

Lo que en la actualidad se denomina Responsabilidad Social Corporativa no es sino un nuevo nombre para la sana aspiración que debería albergar en su pecho quien quisiera dirigir un grupo humano. El equilibrio entre los intereses personales del dirigente y los del colectivo al que pilota debe siempre inclinarse por estos últimos. Cuando los gobernantes de un grupo humano se preocupan por sus egoístas ganancias y abandonan el desvelo por quienes de ellos dependen, ya no pueden ser calificados como directivos. Se han vuelto más bien lobos rapaces y en un Estado de Derecho, la justicia debería dar buena cuenta de ellos.


Javier Fernández Aguado

Presidente de MindValue

Miembro del Top Ten Management Spain

Artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº65 dic09


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