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¡Seamos auténticos rebeldes!

25 de Marzo de 2010//
(Tiempo estimado: 4 - 7 minutos)

La rebeldía puede ser un síntoma de inteligencia. Ser rebelde significa que una persona ha pensado por sí misma. Un rebelde ha sido sensible a la realidad que le rodea y se está mostrando valiente para expresar su desacuerdo.

Todos los grandes genios de la humanidad, sin los que el progreso no hubiera existido, lo fueron. Jesús de Nazaret, Steve Jobs, Martin Luther King y Gandhi, por citar unas cuantos, todos ellos han sido rebeldes. Si Steve Jobs y Martín Luther King no se hubieran rebelado ante la manera de gestionar la información y la segregación racial, hoy no existiría Apple ni Obama sería el presidente de EE.UU.

Los auténticos rebeldes son necesarios para avanzar, pues saben transformar su rebeldía en creatividad. Los grandes genios no se conformaron con ser rebeldes comunes, sino que dieron un paso más. A diferencia de ellos, existen otros rebeldes que no crean, se quejan, son pasivos y acaban viviendo al margen de la sociedad. Estos rebeldes comunes pueden acabar convirtiéndose en un auténtico problema para su entorno, pero sobre todo para ellos mismos.

¿Qué distingue exactamente a un rebelde común de un auténtico rebelde?

Casi todo ser humano suele pasar por un periodo especialmente rebelde que, en muchos casos, se da en la adolescencia o durante la juventud. Cuando un adolescente muestra este comportamiento, ¡nos está dando una buena noticia! El adolescente rebelde nos está mostrando que puede ser inteligente. En este periodo es cuando los chicos empiezan a pensar por sí mismos. Gracias a su inteligencia, ven cosas con las que no están de acuerdo (por ejemplo, un adolescente sensible e inteligente podría creer que es absurdo memorizar y acumular información en algunas asignaturas del colegio o de la universidad).

No obstante, la rebeldía no se circunscribe exclusivamente a una época de la vida. En nuestro día a día encontramos muchas situaciones en las que nos rebelamos. Por ejemplo, podemos estar muy en desacuerdo con las opiniones de nuestro jefe o con algunas decisiones de los directivos de nuestra empresa. Cuando esto sucede, únicamente existen dos opciones: o bien nos quejamos y expresamos nuestro malestar, o callamos reprimiendo nuestros verdaderos sentimientos. En ambos casos, obtenemos insatisfacción. De esta manera, el rebelde puede acabar transformándose en una especie de residuo tóxico para sí mismo y para su entorno.

Si una persona permanece en este estado, se convertirá en un rebelde común. Si es un adolescente, dejará de creer en el colegio; si es un empleado, dejará de creer en su jefe o en su empresa. Al dejar de creer en lo que hace, alimentará el cinismo. Desde el cinismo surgirán la apatía, el pasotismo y la pasividad. Que los adolescentes o empleados permanezcan en el estado de rebeldía común no es eficiente ni rentable económicamente, ni para los padres ni para las empresas que los mantienen.

En el ámbito empresarial, según destacados psicólogos y expertos, es bajo situaciones de estrés cuando hay más posibilidades que alguno de los miembros de un equipo se rebele. Estas situaciones de estrés suelen coincidir con fechas de entrega o deadlines importantes que cumplir. Así se de la paradoja acerca de que, precisamente, cuando los líderes más necesitan que todo el equipo esté motivado y sea eficiente, es cuando más posibilidades hay de que alguien se rebote y ponga en jaque todo el trabajo realizado.

Ante estas situaciones de riesgo, ¿cuál es la manera más eficiente de gestionar casos de rebeldía?

De acuerdo con la opinión de gurús como Fred Kofman, Stephen Covey o Álex Rovira, si respondemos con autoritarismo, en el corto plazo podemos cumplir las tareas; no obstante, estaremos dañando la identidad y la autoestima del individuo así como las relaciones personales del grupo. Es decir, si actuamos unilateralmente, la tarea podrá ser realizada, sin embargo las relaciones interpersonales y la dimensión personal pueden verse seriamente afectadas. Este modo de actuar será rentable en el corto plazo pero mucho más caro en el largo. 

Para estos gurús, si en lugar de recriminar e imponer una solución, intentamos entender el malestar del rebelde y a partir de ese entendimiento proponemos una solución de mutuo acuerdo, no sólo no dañaremos las relaciones interpersonales sino que las estaremos fortaleciendo. Covey señala que para modificar la conducta del rebelde y transformarla en valor añadido, lo primero que habremos de hacer es influir en él. Para poder influir realmente en la persona, la única manera que tenemos es comprenderla. Así debemos desarrollar la capacidad de la “escucha empática”. La esencia de esta escucha empática, según Covey “no consiste en estar de acuerdo; consiste en comprender profunda y completamente a la otra persona, tanto emocional como intelectualmente”. De esta manera, podremos suscitar al rebelde un espacio de apertura y confianza. Desde esta posición, deberemos identificar exactamente cuáles son las causas que hay tras sus quejas.

Desde el coaching o la Programación Neurolingüística (PNL) contamos con poderosas herramientas para gestionar eficientemente una conversación difícil con un rebelde e identificar las causas subyacentes de esa rebeldía. Así, según el coaching, a través de preguntas poderosas podemos transformar la conducta de un rebelde. Otro de los instrumentos de gran utilidad, procedente de la PNL, es el metamodelo. Se trata de un método para cuestionar y pasar de la estructura más superficial de la mente a la más profunda. Si, por ejemplo, el rebelde exclama: “¡Ya no puedo más!”, el metamodelo nos ayudará a descifrar y entender exactamente de qué no puede más. Mediante sucesivas preguntas, el objetivo es ser capaces de acotar y comprender el problema con mayor exactitud.

Desde estas herramientas de management, se incentiva a los rebeldes para que den un nuevo paso. Las continuas luchas por expresar sus opiniones pueden haberles generado una inquietud o malestar interno, pero si somos sensibles, valientes y no nos engañamos a nosotros mismos, podemos averiguar las causas de su inquietud. 

Según estos expertos, una vez que hayamos identificado exactamente cuál es el problema, podremos proponer maneras para solucionarlo eficientemente. Estas propuestas deberán ser consensuadas y discutidas con el rebelde, dándole espacio para que proponga alternativas válidas. Si sabemos crear el ambiente adecuado, el rebelde podrá expresar sus opciones de mejora. Si el empleado rebelde presenta las propuestas de un modo sensato, podrá transformar su rebeldía en creatividad efectiva que aportará un gran valor. Es decir, conseguiremos que los rebeldes comunes se conviertan en auténticos rebeldes que aporten valor a las organizaciones a las que pertenecen, de modo que pasen a ser piezas estimulantes y eficientes para sus empresas.

Procediendo de esta manera, el líder del equipo consigue “matar tres pájaros de un tiro”: cumple con la tarea, fortalece la autoestima y la identidad del rebelde y cohesiona más el equipo de trabajo. Estos tres puntos, en el largo plazo, pueden representar suculentos beneficios económicos.

Steve Jobs, Martin Luther King, Siddharta Gautama o Gandhi transformaron su rebeldía en auténtica creatividad. Esta creatividad supuso notables avances para la humanidad. En las organizaciones “humanas” y entre muchos jóvenes abundan los rebeldes comunes. La buena noticia es que éstos pueden ser muy valiosos y, si desarrollamos su talento, obtendremos grandes propuestas para mejorar. 

Si los rebeldes comunes se trasforman en auténticos rebeldes pueden generar mucho valor añadido. Así que, no nos conformemos con seguir siendo rebeldes comunes… ¡Seamos auténticos rebeldes! 


 Víctor Gay Zaragoza

Profesor del Master en Desarrollo Personal y Liderazgo (UB) y consultor especializado en la dimensión humana de la empresa

                                                                                                   Artículo de opinión publicado por Executive Excellence nº68 mar10