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Una UE contra las cuerdas ante el reto migratorio

(Tiempo estimado: 9 - 18 minutos)

Corea del Sur, Hong Kong o Taiwan han demostrado que  con  un modelo de economía de mercado es posible prosperar internamente, independientemente de lo que pase en el resto del mundo.

Lo adecuado y responsable es afrontar el reto de la imparable revolución digital, aparte de lo que nos depare la tecnología del blockchain en forma de oportunidades y riesgos, que todavía está por ver.

Tras décadas promoviendo las virtudes de la globalización, el proteccionismo resurge con fuerza en diferentes lugares del mundo. El voto a favor del Brexit, la victoria de Donald Trump o el auge de los partidos populistas que defienden el el cierre de las fronteras son una clara muestra del descontento que reina en la población de las economías avanzadas.

La implantación de estas políticas llega en un momento complicado para una Unión Europea cada vez más dividida a causa del problema migratorio, y con una economía que está perdiendo fuelle, según las previsiones de los organismos internacionales. La situación puede verse agravada por el descontrol de riesgos adicionales como una Italia a la deriva liderada por un gobierno populista y euroescéptico, una España que no acaba de definir su política económica, y una Alemania con una canciller cada vez más debilitada que prepara su salida de la política.

Con la marcha de Angela Merkel, Europa se queda sin una de las principales impulsoras del proyecto comunitario -junto con Francia- por lo que es muy probable que las medidas enfocadas a favorecer la integración queden paralizadas.

Así lo confirmó Juergen B. Donges, catedrático Emérito de Ciencias Económicas y Senior Research Fellow del Institute for Economic Policy de la Universidad de Colonia, durante una conversación con Executive Excellence tras su reciente intervención en la Fundación Rafael Rafael del Pino.

INÉS ORIA: El pasado 6 de noviembre se celebraron elecciones legislativas en Estados Unidos. El Partido Demócrata recuperó el control de la Cámara de Representantes, pero no logró hacerse con el Senado. Llama la atención que dos años después de que Donald Trump fuera elegido presidente continúe cosechando el apoyo de las clases de ingresos medios y bajos, después de haber impulsado una rebaja de los impuestos que penaliza a la gran mayoría de sus seguidores, o tras atacar la reforma sanitaria impulsada por Barack Obama… ¿Cómo es posible que muchos sigan justificando la  conducta y decisiones del presidente?

JUERGEN B. DONGES: Los estadounidenses tienen una forma muy particular de entender la conducta de Donald Trump. En Europa no le consideramos un representante adecuado, no nos gusta su forma de actuar y no entendemos cómo continúa cosechando apoyos, pero lo cierto es que su popularidad es similar a la de otros presidentes del país a mitad de su mandato.

Las élites estadounidenses no le apoyan, pero para los ciudadanos de a pie, especialmente los que viven en las zonas rurales, Trump transmite lo que ellos consideran que debería ser Estados Unidos. Se trata de un país bastante introvertido que nunca se ha interesado demasiado por lo que pasaba de puertas para fuera, y así lo refleja el presidente. Esta forma de ser se ha reforzado en los últimos años por una situación económica negativa que ha sido caldo de cultivo para el resurgir del populismo, y Donald Trump encarna el populismo norteamericano puro. Lanza mensajes fáciles a los ciudadanos y ellos le creen a pies juntillas, porque consideran que es lo mejor para el país.

Trump es un personaje del pueblo y, aunque en Europa nos sorprendan sus modales, se comporta como la mayoría de los ciudadanos. Fue uno de los primeros políticos en comunicarse a través de Twitter, y ahora lo hacen todos los representantes porque han entendido la fuerza que tiene esta plataforma. Es evidente que con dos frases no se soluciona un problema, pero se puede crear esperanza.

Las elecciones legislativas han dejado claro que la sociedad se encuentra muy dividida, pero personalmente creo que Trump va a estar en la Casa Blanca durante bastante tiempo.

I.O.: ¿Cree entonces que podría volver a ganar las presidenciales de 2020?

J.B.D.: En Europa nos parece completamente imposible, pero a mi no me sorprendería en absoluto. En cierto modo los europeos pecamos de arrogantes, pensamos que es inadmisible que una persona así sea presidente de un país. Yo respeto profundamente las decisiones ciudadanas, y no me parecería apropiado criticar a los estadounidenses si lo vuelven a elegir, a pesar de no haber cumplido sus promesas electorales.

En cualquier caso, la decisión dependerá en gran medida de si los demócratas son capaces de elegir un candidato capaz de plantar cara a Trump de forma decidida y lanzar mensajes con visión de futuro.

El eslogan America First se vende muy bien desde el punto de vista retórico, pero Donald Trump ha pasado de la teoría a la acción, y esto es algo muy peligroso. Al presidente le dan igual los principios básicos del sistema de división internacional de trabajo: la multilateralidad y la no discriminación (habida cuenta de las excepciones derivadas de uniones aduaneras y acuerdos bilaterales sobre libre comercio). Pese a que se trata de una argumentación simplista, considera positivas las exportaciones de mercancías porque generan empleo, y dañinas las importaciones porque destruyen puestos de trabajo. ¡Neomercantilismo puro!

El verdadero problema es que estos planteamientos proteccionistas constituyen un serio peligro para los estrechos vínculos comerciales entre Estados Unidos y Europa, que siempre han sido una importante fuente de crecimiento.

I.O.: Esta tendencia proteccionista que usted comenta se está extendiendo lenta pero inexorablemente al territorio europeo, y prueba de ello es la afrenta autoritaria que han lanzado Hungría y Polonia, el triunfo del Brexit o la desobediencia presupuestaria de Italia. ¿Se enfrenta la Unión Europea a una nueva crisis de identidad? 

J.B.D.: Generalmente quienes sufren verdaderamente con los planteamientos proteccionistas son quienes los aplican. No se puede negar que la Unión Europea pierde un importante aliado con el Brexit, pero creo que Reino Unido tendrá que soportar las consecuencias más duras.

El caso de Italia, sin embargo, sí puede convertirse en un problema serio. El ejecutivo de Giuseppe Conte maneja recetas populistas que no ofrecen ninguna solución a los verdaderos problemas del país: una deuda pública desmesurada, una economía desestructurada, mucho paro juvenil y un alto nivel de pobreza y subdesarrollo en la zona sur, a pesar de generosas ayudas financieras a través de los Fondos Estructurales europeos durante décadas. La eurozona no puede permitirse una nueva tragedia griega. Por el momento los mercados financieros se limitan a observar, pero si cambian de opinión podrían precipitarse tensiones de todo tipo.

Si hablamos de inmigración, las políticas que están aplicando los países de la Unión Europea no se diferencian mucho de las que está implantando Trump. En Hungría, Eslovaquia, Polonia, Austria o incluso Alemania, se ha desatado en los últimos años una evidente aversión social a la inmigración descontrolada. Cuando el ciudadano de a pie ve que la vivienda escasea o que se le restringen las ayudas sociales para hacer frente a la demanda que genera la llegada de inmigrantes, se siente desplazado en su propio país.

Trump fue muy criticado cuando propuso crear un muro en la frontera con México, pero no hay que olvidar que Hungría y España cuentan con vallas desde hace tiempo. Censuramos la construcción del muro porque consideramos que es una medida inhumana, pero las vallas en Ceuta y Melilla son exactamente lo mismo.

El principal problema es que los europeos nos encontramos atrapados en la disyuntiva de tener que elegir entre lo que consideramos un comportamiento humano -ayudar a personas desesperadas que tienen que huir de su país- y reconocer que no podemos solucionar los problemas de África, al igual que Estados Unidos no puede solucionar los de Centroamérica, porque eso le corresponde a los gobiernos locales. La comunidad internacional tiene que entender que cada país debe crear las condiciones adecuadas para que la gente no tenga que irse. Muchos gobiernos están actuando de forma muy irresponsable con sus ciudadanos. En Europa creemos que es nuestro deber ayudar al prójimo porque somos muy civilizados y muy cristianos, pero llega un momento en que la sociedad se cansa y dice basta.

La inmigración es un tema muy complejo que no se puede adoptar desde una postura buenista, porque hay factores muy importantes en juego como, por ejemplo, la integración.

Es obvio que hay que integrarlos, pero ellos también tienen que estar dispuestos a integrarse en la sociedad que los acoge y, en muchos casos, falta capacidad o disponibilidad para hacerlo. Crean guetos, no aprenden el idioma, infringen leyes, cometen delitos graves y generan conflictos sociales. Sobra decir que hay personas que se adaptan perfectamente, pero la opinión pública únicamente toma nota de las malas prácticas y tiende a generalizar.

I.O.: Josep Borrell, ministro de Asuntos Exteriores, alertaba recientemente de que el reto migratorio “amenaza la supervivencia de la Unión Europea”. ¿Hasta qué punto cree que este problema podría afectar al proyecto comunitario? 

J.B.D.: Creo que es una advertencia muy pertinente. Si no se canaliza de una forma ordenada, el problema de la inmigración puede terminar poniendo contra las cuerdas a la UE e impulsando el auge de nacionalismos y partidos de extrema derecha. Holanda y Austria han puesto fin a la política multicultural que adoptaron en los años 80, y Francia pronto hará lo mismo. El peligro del  nacionalismo es que no se limita únicamente a un ámbito -la inmigración en este caso-, sino que poco a poco se extiende a otros sectores.

Esta situación la hemos vivido otras veces a lo largo de la historia. El nazismo es un claro ejemplo de cómo un problema que se origina por causas aparentemente económicas, y que podría solucionarse aplicando las medidas adecuadas, termina convirtiéndose en una revolución incontrolable.

La credibilidad de la canciller alemana ha sido socavada, en parte, a causa de este buenismo que comentábamos. Angela Merkel quería ser buena y en 2015 abrió el país a los inmigrantes para demostrar que los alemanes también sabíamos ser solidarios. Al principio esa actitud gustó a los ciudadanos, pero con el tiempo la ausencia de límites creó crispación.

La inmigración ha existido siempre y no es mala desde el punto de vista económico, pero es necesario delimitar qué podemos hacer para contribuir a controlar los flujos masivos y qué deben hacer otros. Sólo así conseguiremos normalizar la situación. Es urgente que tengamos una ley de inmigración que espicifique de forma transparente y clara los criterios para la acogida. Diversos países -Estados Unidos, Canadá, Australia- ofrecen modelos eficaces para inspirarse.

I.O.: Ahora que menciona a Angela Merkel, ¿qué opina sobre su decisión de iniciar su retirada? ¿Considera que es un momento adecuado?

J.B.D.: Me parece una decisión muy adecuada, lo único que lamento es que no haya llegado antes. La credibilidad de la canciller no ha hecho más que menguar en los últimos años y creo que comete un error al continuar liderando el gobierno. Tal y como están las cosas debería retirarse de la política y dar tiempo a que se genere una nueva candidatura, porque su falta de popularidad está afectando al partido, y también a sus homólogos socialdemócratas. De hecho, la Gran Coalición ya no tiene una mayoría  social, como revelan encuestas recientes.

Esto tiene un efecto penoso para el resto de Europa. Alemania y Francia han sido históricamente los motores de la integración europea y deberían seguir siéndolo, porque los demás países no tienen actualmente capacidad ni potencia para ejercer este papel. El famoso proyecto de Macron sobre  la llamada ‘refundación de la Unión Europea’ se ha quedado en el aire.

I.O.: ¿Qué deriva cree que tomará la CDU (Unión Cristiano-Demócrata)? ¿Volverá a la derecha tradicional, como algunos vaticinan, y recuperará los votos ganados por la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD), o se mantendrá en el centroderecha?

J.B.D.: En primer lugar, es necesario redefinir los valores y principios básicos de la democracia cristiana, porque en estos 15 años de gobierno el partido ha virado hacia la izquierda. Se ha producido una especie de socialdemocratización del CDU en competencia con la socialdemocracia real, y esto no ha gustado a muchos ciudadanos que han decidido votar el nuevo partido AfD, populista, eurófobo y de extrema derecha.

Para reubicar al CDU en el centroderecha, habría que rediseñar los valores conservadores del partido como fe, familia o responsabilidad individual, y los principales candidatos que se perfilan para sustituir a Merkel tienen diferentes opiniones en este sentido. En función de cuál de los tres principales candidatos salga elegido como presidente del partido en el Congreso que se celebrará a principios de diciembre, sabremos a qué atenernos, tanto en Alemania como en el resto de Europa, pero personalmente creo que se va a producir un reposicionamiento del CDU hacia la derecha, siguiendo la estela de lo que ha pasado en Austria, Francia, Holanda, los Países Bálticos o Hungría, que se están posicionando hacia ese lado.

I.O.: Josep Piqué, ex ministro de Asuntos Exteriores, criticaba en el pasado Congreso de CEDE la ruptura de la Alianza Atlántica por parte de Trump y su abandono del multilateralismo, y alertaba sobre la necesidad de Europa de buscar aliados como América Latina, Japón, Canadá, Corea, Australia o Nueva Zelanda “a la espera de que EE.UU. recupere su papel de defensa del multilateralismo, del libre comercio y de las sociedades abiertas”. A su juicio, ¿qué aliados debería granjearse la UE?

J.B.D.: Soy un gran defensor del multilateralismo en el ámbito de las Relaciones Internacionales y, por tanto, me parece bien que Europa busque nuevos aliados, pero yo no doy por perdida la Alianza Atlántica. Tenemos un contexto poco propicio para iniciar negociaciones sobre un desarme proteccionista, pero el intento vale la pena porque promete un escenario de win-win.

Las grandes compañías estadounidenses han lanzado recientemente una campaña pública bajo el lema Americans for Free Trade con el objetivo de detener la deriva proteccionista. Estas acciones han surtido efecto y en contra de lo esperado, la Administración estadounidense ha accedido a un pacto comercial trilateral con México y Canadá (USMCA, por sus siglas en inglés), que sustituirá al antiguo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), de 1994, que Trump había disuelto unilateralmente. Dadas las circunstancias, es un signo positivo que en esta amplia zona de la economía mundial unos mercados tan importantes como el automovilístico, el energético y el agrícola queden relativamente abiertos.

Por otro lado, la Comisión Europea no es tan librecambista como pretende hacer creer y confunde competencia desleal con simple ventaja competitiva, apoyándose en la eficiencia de costes o la mano de obra barata. Desde hace tiempo, impone a los bienes procedentes de Estados Unidos aranceles significativamente superiores a los que Washington aplica a la UE, y también cobra a China y otros países emergentes aranceles antidumping no siempre justificados. También el esquema de la Política Agraria Común es absolutamente proteccionista y, aunque daña principalmente a los países africanos -que es de donde vienen los inmigrantes-, tampoco permite el libre acceso de los agricultores estadounidenses al mercado europeo.

Para restablecer el orden en las relaciones comerciales internacionales, las acciones de la Unión Europea deberían discurrir por tres líneas de acción:

1.- Reactivar el Tratado sobre Comercio e Inversión (TTIP) con Estados Unidos. Ya se había avanzado mucho en el área de los aranceles y en el de las medidas no arancelarias, y sólo habría que resolver los asuntos pendientes relacionados con las inversiones directas.

2.- Establecer un régimen de libre comercio con los países en desarrollo, sobre todo los africanos. Esto contribuiría a su desarrollo económico (Aid by Trade), tanto o más que la ayuda oficial al desarrollo por parte de los países avanzados, y reduciría la actual presión por emigrar como sea hacia Europa.

3.- Completar los acuerdos comerciales sobre la apertura de mercados que se están negociando con grandes economías emergentes, como China, La India y los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay).    

I.O.: Don Tapscott, experto mundial en blockchain, afirmaba en nuestro anterior número que el uso de esta tecnología permitiría re-distribuir la riqueza,  cambiando la forma en la que esta se crea y permitiendo a las personas participar de forma democrática en la economía. También resalta los beneficios del bitcoin en este ámbito, porque es un activo que no está sometido a poderes estatales. ¿Qué opina sobre el poder de la tecnología para crear un mundo más justo?

J.B.D.: El primer paso para seguir esta línea de pensamiento sería entender cómo funciona esta tecnología descentralizada, porque todavía no sabemos bien cómo manejarla. La principal aplicación del blockchain hasta ahora son el bitcoin y otras criptomonedas. Es cierto que las criptomonedas tienen ventajas porque fomentan las libertades económicas, protegen la privacidad individual en las transacciones financieras y erosionan el monopolio monetario de los Bancos Centrales, reduciendo riesgos de inflación. Pero de allí hasta llegar a un mundo más democrático y justo habrá un largo recorrido sembrado de espinosos interrogantes.

Por otro lado, no sabría explicarle cuál es el criterio para definir un mundo más justo. La justicia únicamente estaría asegurada si todos fuéramos pobres y sobreviviéramos con lo que cazáramos y recolectáramos, pero la realidad no es esta. Hay personas más y menos talentosas, empresarios más y menos dispuestos, emprendedores más y menos arriesgados… todas estas diferencias de la población influyen con el tiempo en el nivel de desarrollo de un país.

Imagine que estamos circulando por una carretera y nos encontramos con un paso a nivel que atraviesa una vía. Cuando se baja la barrera para que pase el tren se forma una cola de coches de todo tipo: grandes, pequeños, más potentes, menos potentes e, incluso, algunas motos. Todos se encuentran en la misma situación, parados esperando a que pase el tren, pero cuando se abre la barrera y arrancan, comienzan las diferencias. Unos coches tienen motores más potentes, van más deprisa, otros se conducen de forma más agresiva, y otros se cuelan por los huecos que encuentran entre los vehículos… Cuando hablamos de justicia, se nos olvida que todas las personas somos diferentes y nuestra forma de actuar produce diferencias.

Bajo mi punto de vista, lo importante es desarrollar mecanismos para que nadie se quede descolgado, para que los problemas de los ciudadanos sean atendidos. Garantizar, dentro de nuestras posibilidades, que todo el mundo tenga educación básica, sanidad, un seguro de desempleo y derecho a una pensión. Pero este sistema únicamente es sostenible si la economía funciona. Los recursos se crean con actividad económica, con un empresariado activo y con una fuerza laboral cualificada y motivada, pero todo esto lleva a la diferenciación económica entre personas y también entre países.

Argentina y Australia, por ejemplo, son dos países con condiciones muy similares. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Argentina era el sexto país más próspero del mundo, pero llegó el peronismo y el país se quedó en la ruina. Si lo miramos desde la perspectiva actual, puede parecer muy injusto que los argentinos estén en una situación tan precaria mientras Australia disfruta de una gran prosperidad económica, pero hay que tener en cuenta que Australia se ha ocupado de crear las condiciones para permitir el desarrollo del país.

Hay otros casos como el de Alemania occidental y oriental. Las dos estaban en ruinas después de la Segunda Guerra Mundial, pero una -la occidental, democrática y capitalista-, fue capaz de crear el “milagro alemán” y generar elevados niveles de prosperidad para todos, mientras la otra, -la oriental, comunista y totalitaria-, se quedó completamente esclerotizada y mantuvo durante 40 años a la población en un estado de precariedad persistente.

También España en 1958 dio un salto cualitativo con el Plan de Estabilización que puso fin a la autarquía, y posteriormente con la entrada en la Comunidad Europea y la zona euro se produjeron nuevos avances significativos en el bienestar social.

Otros ejemplos ilustrativos son Corea del Sur, Hong Kong o Taiwan que a diferencia de Corea del Norte y la China de Mao Zedong han demostrado que con un modelo de economía de mercado es posible prosperar internamente, independientemente de lo que pase en el resto del mundo.

Yo soy muy optimista en cuanto a las posibilidades que tiene cada sociedad de mejorar su destino, y creo que cada país debería ocuparse de desarrollarse lo máximo posible con sus propios recursos. Estoy convencido de que es contraproducente quedarse esperando a que vengan otros a arreglar nuestros problemas.

Lo adecuado y responsable es afrontar el reto de la imparable revolución digital, aparte de lo que nos depare la tecnología blockchain en forma de oportunidades y riesgos, que todavía está por ver. 


Entrevista con Juergen B. Donges, catedrático Emérito de Ciencias Económicas y Senior Research Fellow del Institute for Economic Policy de la Universidad de Colonia. 

Texto publicado en Executive Excellence nº153, noviembre 2018.


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