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La humanización del liderazgo: desafío vs. devoción

19 de Julio de 2019//
(Tiempo estimado: 3 - 5 minutos)
Gianpiero Petriglieri

Mi padre intelectual, Salvatore, nació a principios de 1900 en Módica, una pequeña ciudad del sur de Sicilia, de donde también procedía mi abuelo.

Los dos nacieron en circunstancias similares, pero sus trayectorias fueron muy diferentes. Mi abuelo dejó la escuela en tercero de primaria y empezó a trabajar muy joven. En un momento dado, se hizo cargo de un molino, y allí permaneció toda su vida.

Salvatore, en cambio, siguió en el colegio. Y aunque era poco habitual en aquellos tiempos, fue a la universidad, se licenció en ingeniería, y entró a trabajar en los ferrocarriles italianos, donde estaba muy bien considerado a nivel profesional.

Sin embargo, a Salvatore no le gustaba la ingeniería y tampoco le interesaba el mundo corporativo, así que buscó una especie de segunda profesión en lo que podríamos considerar el social media de aquella época, una plataforma muy popular donde podía desahogarse, compartir sus opiniones políticas o encontrar amigos: la poesía.

La era de los profesionales nómadas

En 1930, Salvatore escribió un texto de cuatro líneas -algo más corto que un tuit- que se volvió absolutamente viral, colocándose en el centro de los cánones literarios italianos. Esa poesía era “Ognuno sta solo / sul cuor della terra / trafitto da un raggio di Sole / ed è subito sera” (“todo el mundo está solo en el corazón de la tierra y golpeado por un rayo de sol, de pronto llega la noche”).

Este poema se ha entendido como una representación de la existencia humana. Todo el mundo nace solo, cada hombre es diferente a los demás, encontramos un sitio, sentimos el sol en la cara… pero nos golpea algo muy caliente, que hace daño, y, de repente, estás muerto. Es un poema precioso pero trágico, algo muy típico en Sicilia.

Este tipo de poesía podía ocasionar problemas en 1930 en Italia, porque al régimen fascista le parecía subversivo algo así. De hecho, cuando a Salvatore Quasimodo le concedieron el Premio Nobel de Literatura en 1956, fue alabado por su lirismo y también por su valor, porque tuvo –utilizando una de sus frases– “la audacia de la desesperación”, en una época donde el optimismo era obligatorio.

Con esto quiero decir que lo que antes era un pequeño fragmento de la fuerza laboral, es decir, una mínima parte de la sociedad que se dedicaba a la poesía, la música o la docencia, hoy se ha transformado en algo corriente.

Vivimos en una cultura que celebra y ensalza a los profesionales nómadas. Tenemos afiliaciones precarias con nuestras instituciones, pero una relación muy personalizada con nuestro trabajo. Cuando uno se convierte en nómada, deja de ser un engranaje de la maquinaria capitalista y pasa a comportarse como un artista.

Nos convencemos de que podemos estar hoy aquí y mañana allí pero no importa, porque lo que yo hago y quién soy es algo personal, es todo negocio. Por eso, ahora la movilidad es la nueva moralidad. Hay mucha belleza en esta frase, pero también mucho dolor.

El management, un arte liberal

Hace tiempo que se dice que el management es un arte pero, ¿qué significa liderar un arte? Los artistas aman la tecnología y, al mismo tiempo, la explotan para liberar a la humanidad.

Enfrentar tecnología y humanismo puede ser peligroso, porque necesitamos datos y sueños; necesitamos la habilidad para predecir y la capacidad de imaginar, y también necesitamos hacer e inventar cosas.

Cuando un líder utiliza la tecnología sólo para inventar cosas, puede que consiga un buen negocio, pero no estará haciendo ningún bien al arte del management. 

Tenemos miedo de la tecnología porque estamos creando un mundo que nos permite predecir todo, pero en el que no podemos imaginar nada.

Los psicoterapeutas utilizamos la palabra trauma para definir ese estado en el que nuestra memoria nos sobrepasa y se impone a nuestra imaginación. Es un estado mental deshumanizado y totalitario. Y es lo que pretendía representar Peter Drucker cuando describió la gestión y el management como un arte liberal.

Muchos consideran necesario generar un movimiento de relaciones humanas para evitar que la revolución digital se convierta en una reforma del taylorismo, pero para conseguirlo será necesario resucitar el humanismo clásico y convertirlo en un humanismo útil que nos valga hoy y ahora; un humanismo que no nos haga funcionar por ansiedad social, ni tampoco por la ansiedad existencial del aislamiento y la soledad.

Necesitamos un humanismo que nos ayude a fortalecer nuestras convicciones, nuestras competencias y nuestra consistencia, para poder resaltar como individuos dentro de un colectivo. Pero también que evoque nuestra conciencia, nuestra capacidad y nuestras contradicciones.

En definitiva, necesitamos líderes capaces de crear un equilibrio entre tecnología y humanismo, pero sobre todo que ayuden a nivelar actitudes retadoras y devociones.

La historia de Salvatore nos da algunas pistas de lo que hace falta para equilibrar devoción y desafío. Necesitamos una historia que nos conmueva y nos motive, un espacio que nos sostenga. Quizá eso sea el liderazgo cuando se ejerce con arte. No una posición; tampoco una posesión, sino un espacio y una historia que nos mantenga comprometidos, pero no cautivos, incluso en los momentos más opresivos e inciertos. 


Gianpiero Petriglieri, profesor asociado de Comportamiento Organizacional en Insead. 

Entrevista publicada en Executive Excellence nº159, jul/ag 2019.